Vamos aprisa, antes de que llegue la
policía, y podamos escapar sanos y salvos de esta encerrona con el botín.
En cuanto divisemos la autovía A7 procuraremos
poner todos los documentos y los pasaportes en orden, aunque estén
falsificados, para nada más arribar a Algeciras embarcar hacia Marruecos, tú
que chapurreas el árabe te encargas de todo el equipaje, que allí nos están
esperando nuestros compinches con todo lujo de detalles, poniéndonos al
corriente de las últimas noticias a través de los medios, y lo que debemos
hacer para despistar a los gendarmes, ofreciendo seudo pistas creíbles y
deshacernos de ellos.
Una vez que aterricemos allí, tomaremos un
refrigerio, nos aseamos en el mismo local y desempolvamos los muertos,
embalándonos debidamente para evitar sospechas, y los arrojamos por los
acantilados de Tánger a las profundidades marinas, precisamente en el lugar ya
señalado, que es donde acuden en tropel los hambrientos tiburones en busca de
la presa, de echarse algo a la boca, y serán súbitamente devorados,
resolviéndose el caso con toda seguridad.
A partir de ahí seremos personas inocentes,
libres de cargos, y sentiremos en nuestros cerebros que se encienden unas
lucecitas transmitiéndonos la resurrección de nuestras vidas, seremos gente
nueva, sin miedo a ser tildados de asesinos o perseguidos por la justicia,
yéndonos posteriormente en un crucero por las mares del Norte, donde hallaremos
el bálsamo que necesita nuestro espíritu para solazarse y olvidar toda esta
macabra coartada.
Al poco de poner los pies en polvorosa rumbo
a estas tierras, se nos cruzó en la autopista la policía, plantándose en mitad
de la carretera con el helicóptero que nos venía persiguiendo, y lo primero que
nos dicen fue, ¡arrriba las manos!, y nos obligaron a subir esposados
apuntándonos con sus armas reglamentarias.
Nosotros, según supimos más tarde, sufrimos
una horrible traición de alguien del hotel donde nos hospedamos, echando a
nuestras espaldas el muerto o los muertos que había dentro del armario, porque
esos cadáveres ya olían, llevarían varias semanas allí yaciendo en el sueño
eterno; al parecer un desconocido infiltrado en el grupo se chivó a la policía
a cambio de una suculenta recompensa, dando a las autoridades nuestro paradero
y nuestra hoja de ruta, nuestras señas de identidad, metiéndonos en chirona por
no se sabía por cuanto tiempo, más largo que corto acorde a los muertos que
aparecieron en el armario, precisamente el mismo día de los enamorados, cuál no
sería nuestra frustración y desánimo, lo que impidió que pudiésemos disfrutar
con nuestras parejas de tan señalado día, esa fiesta tan especial, acudiendo a
cenar a un reputado restauran de los países nórdicos y haber degustado sus
ricas viandas y sus no menos afamados licores.
En cuanto se resuelva todo este embrollo, el
rocambolesco engaño del que hemos sido víctimas, y salgan a la luz todas las
urdimbres de tales muertes, que nos han endosado así por las buenas, por haber
coincidido aquella noche con aquella boda en el maldito hotel, y se
aprovecharon de nuestras tajadas, de nuestra buena reputación, como unos
pardillos, porque no entendíamos ni torta de su idioma, haciéndonos pasar por los
verdaderos culpables, cuando, en verdad, lo que hicimos fue echarlos al mar, pelillos a la mar, siguiendo la estela de los poetas desde la antigüedad, que todos los ríos y
las vidas dan al mar, que es el morir, y lo hicimos para cumplir con la tradición, y que no nos acusaran de
tanta bajeza y vil matanza.
Nosotros teníamos la conciencia tranquila,
pero las apariencias engañan, y a veces la vorágine de los acontecimientos nos
arrastran a los peores precipicios sin darnos cuenta, lo mismo al pasear por la
acera y encontrar una trampa mortífera, una cruceta en mal estado que cede,
siendo cazados en el acto como lobos o zorros en el bosque para que no nos
comamos las gallinas del corral o las mansas ovejas.
Esperemos tiempos de mayor transparencia en
las conductas de los responsables, que no nos maten a fuego lento, o seamos
devorados por los tiburones de las frívolas banalidades reinantes.
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