No le gustaban las sandalias tan anchonas que le había regalado el amigo en el cumple. Hubiera preferido un calzado deportivo, una mochila o un MP3,
que al menos le amenizaría las horas de ocio de los fines de semana haciendo
senderismo, y así quemar los troncos de colesterol y aliviar el estrés de
las duras horas de trabajo durante la semana.
Soñaba
con tomarse unas vacaciones próximamente, yendo por parajes agrestes, en plena naturaleza, y alojarse en una casona
de turismo rural, y para ello necesitaba algunos enseres y prendas deportivas tales
como, chándal, tenis, sudaderas, calcetines, cantimplora, etc., y mira por donde le regala unas sandalias, una sandez a todas luces, pensó, y con dos números por encima de la talla de su pie.
No
podía ser mayor el despropósito. Sin embargo, pelillos a la mar, y puso en práctica el lema, a caballo regalado no se le mira el diente, apechugando con la
cruz de las sandalias.
Estuvo
toda la noche dándole vueltas al affaire, navegando con la imaginación por mil
mares, buscándole una aplicación útil, y, hurgándose en la nariz, olisqueó
ideas que tenía soterradas, decidiéndose al fin por una solución un tanto salomónica, colocarlas
en el salón, y nada menos que en el mueble estrella, donde guardaba los mejores recuerdos de su vida deportiva,
los más estimados por él de los tiempos de juventud, cuando jugaba en el patio
del colegio o en la arena de la playa, y luego, más tarde, en el equipo de
baloncesto de la localidad, donde lograría múltiples galardones y trofeos.
Un día,
la madre se quedó perpleja, al observar unas sandalias dentro de la impoluta vitrina, y deshilvanaba con no poco asombro qué no renombrado trofeo sería aquella reliquia que relucía con luz propia en el lujoso mueble, no
llegando a calibrar la maternidad del fiasco o la materia prima del utensilio en
cuestión, no obstante se inclinaba por la consideración de que serían unas sandalias únicas, de algún artístico y prestigioso diseñador o pintor en boga ( Botero, Warhol, Picasso, Chillida, Barceló o Tàpies), de plata u oro, una réplica simbólica de los juegos olímpicos, traída de algún lugar remoto.
Pero un
buen día, la mujer de la limpieza de la casa, acostumbrada a ordenar y tirar y sacudir el polvo de los
diversos muebles y pertrechos, junto con los bibelots de los ancestros,
crujieron al cruzar el quitapolvo por encima, y cayeron de súbito, chocando unos con
otros, rodando por los suelos, y los diminutas figurillas quedaron hechas añicos, y llegaron, por azar, a envolver a
cal y canto las sandalias, de forma que no había ojo humano que las reconociese, ni siquiera la madre que las
hizo, y en los vaivenes de
incertidumbre y ofuscación,
creyendo la mujer que eran los desechos de una hecatombe ( como el sacrificio de los cien
bueyes a los dioses), ponderaba de qué manera algún ingenuo o desaprensivo, bien el nieto, o el niño tan travieso de la tercera planta, o vete a saber, los habría trastocado adrede, y lo colocaron en donde no debían, al borde del altar por fastidiar,
habiéndolo esbozado con un disimulado envoltorio de paja, como las frágiles
figurillas de un belén (la caja con San José, el Niño, la Virgen, los pastorcillos, las
ovejas, el buey y la mula entre otros, aunque estos dos últimos no se sabe a ciencia cierta si estaban o no invitados), y para que no saliese del armario, con sus amores clandestinos con el amigo, le sirvió de coartada, y se convino en hacer el paripé del
descalabro fortuito, impidiendo que se desvelara el entuerto, sin soltar prenda, y los restos los depositó la mujer con premura en el contenedor de la comunidad colindante, a fin de nublar los entreverados
hilos de los avatares, la sórdida sospecha.
En su
fuero interno no paró mientes en ello, al rememorar raudo un chascarrillo, que era vox
populi, y se relataba por aquellos parajes, a cerca de un labriego que, cada
vez que visitaba la capital de la provincia, echaba una cana al aire, y para camuflar el veredicto, a la pregunta sobre qué
impulsos le habían obligado a ir a la capital, echaba mano del santo y seña ya
acuñado por los más antiguos del lugar, la perífrasis metonímica, fui por la compra de unas sandalias, pero asimismo podría haber aducido la visita a la cripta de fray Leopoldo en los jardines del Triunfo.
Los renglones o caminos
de la vida son torcidos, y a veces hasta esclarecedores de recónditas beldades o ficciones.
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