viernes, 24 de enero de 2014

Aquella noche de verano









                                              
   Le apretaba el zapato en ese punto más de la cuenta, quejándose en silencio de la mala fortuna en los bailes de las fiestas del pueblo. No sabía cómo ni por qué, pero raro era que la muchacha por la que suspiraba estuviese a tiro y en cambio siempre bailando con alguien cuando llegaba al baile.
   Se mordía las sensaciones, los labios, y se pellizcaba en las partes más sensibles a fin de sosegarse y digerir lo mejor posible aquellos brotes nocivos, el amargo cáliz, procurando conformarse con la suerte hasta que la situación le sonriese y mudaba el ánimo bailando con otra, y mataba así el gusanillo que le corroía, apagando los encendidos fragores de la batalla de amor en la que se sentía inmerso.
   Cuando él iba bailando con otra, clavaba la mirada en la figura amada, en el encendido oleaje de la que le quitaba el sueño. A causa del enamoramiento las fiestas patronales se le convertían en un calvario, en una semana de pasión, al tener que bailar con la cruz a cuestas, llevando los brazos y la cintura de la otra a disgusto, como un cristo con el pesado madero, además de las espinas de envidia que recibía desde la otra orilla de la pista de su auténtico querer. ¡Cuántos dolorosos rosarios de penitencia y promesas a la patrona, la Virgen de la Aurora, cada año para que no le volviese a ocurrir lo mismo de nuevo!
   Aquella muchacha, por la que bebía los vientos, se hacía la interesante, dándose aires de diva del séptimo arte, observándolo inquisidora, como si tal cosa, con ojos ajenos y perturbadores, y él se interrogaba aturdido por qué lo sometería a tanta tortura, no asimilando su displicente comportamiento.
   Él seguía en sus trece, insistiendo en la ventana de sus labios, y urdía sotto voce alguna trapisonda u oportuno contratiempo en el camino que la despertara del letargo tan obsesivo en que se encontraba sumergida.
   Con el paso del tiempo fue madurando la fruta, la idea de mejorar la imagen, su look, y se decidió a acudir a un afamado cirujano plástico para enterrar de una maldita vez  el complejo de la nariz, que tantos problemas le ocasionaba, la visión de ave rapaz, y asimismo los labios, especialmente el superior, viajando expresamente a Nueva York, y consiguiendo, al cabo de unos meses, que diera sus frutos, quedando el rostro como el de un actor de Hollywood, un Robert Redfort en la mocedad, prometiéndoselas muy felices aquel año.
   Durante un tiempo, estuvo practicando todos los sones y bailes de moda yendo a una academia, adquiriendo una insólita destreza en los pasos y en el voluptuoso movimiento del cuerpo, ligando a la perfección las cadencias y los compases, mostrando una tentadora habilidad en los desplazamientos, capaz de seducir a la más recalcitrante o huraña, y se miraba al espejo autocomplaciente, orgulloso de su nueva y fresca efigie, tarareando, gozoso, estribillos de ardientes melodías, y contando nervioso en el frio almanaque los días que faltaban para el celebrado evento, las fiestas del pueblo, pensando en que ese año recolectaría una exuberante cosecha, que la dulcinea de sus sueños no le iba a defraudar.
   Estuvo calibrando minuciosamente los pros y los contras y los pormenores de los festejos, buscando un traje estilo italiano, acaso remedando los primerizos hervores de los amantes de Verona, desenfadado, sensual, atractivo, que resaltara sus partes y elevase conjuntamente la moral en los espacios cortos, sobresaliendo como un torero ante el toro rociando de sangre la taleguilla, dándose de vez en cuando algún suave toque en el miembro para reubicarlo, y así, de esa guisa, aguardaba anhelante el chupinazo de arranque de fiestas.
   En esas variopintas ensoñaciones andaba el galán, cuando la víspera de autos el cielo se enrareció, como retorciéndose las tripas, asomando unos encrespados y virulentos nubarrones que empezaron a vomitar fuego, agua por un tubo, lloviendo con tal furia que los bancales, balates y torrenteras volaban como mariposas de papel, ahogándose el entorno, llevándose el agua por delante todo cuanto hallaba a su paso, siendo decretado un riguroso luto local, suspendiéndose todos los actos conmemorativos de la patrona, por el inesperado desastre que anegó caminos, carreteras, locales y viviendas, e incluso se rumoreaba que algún vecino había sido arrastrado por las crecidas, ignorándose el paradero, y flotaba en el ambiente que al parecer era una joven pareja que había salido al campo al atardecer, y después de no pocas conjeturas y especulaciones sin cuento, en un desconcierto pasmoso, de estos que se forman en un revuelo cuando acaece algo de repente, un tornado o una sacudida repentina, en que acuden presto los cuerpos de seguridad del estado, policía y guardia civil, y después de unas rápidas y sólidas pesquisas sobre el terreno, resultó ser la moza por la que moría de amor.
   Entonces, una vez desentrañado el desgraciado suceso, se le truncó el proyecto y aprisa y corriendo se agenció un impecable traje para las exequias, yendo de rigurosa etiqueta negra, como no podía ser de otra manera, farfullando sorprendido y emocionado palabras ininteligibles, como si fuese el novio de la extinta, ejecutando las honras fúnebres.
   Todo fue el sueño de aquella noche de verano…                                         

     

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