Cuando el bolígrafo dejó de escribir le reverdecieron
todas las jaquecas, sífilis, moquillo, migraña, osteoporosis y el regomello de
la terrible taquicardia, convirtiéndose de la noche a la mañana en un manojo de
nervios, en hombre muerto.
Ante la deteriorada situación por la que
atravesaba no sabía qué fórmula aplicarse, pero no se lo pensó dos veces y con
toda urgencia se presentó en el hospital más próximo requiriendo los servicios
del especialista en enfermedades raras, alegando que se encontraba en las
últimas, que a lo mejor no llegaba vivo al anochecer, y después de múltiples carreras
por los pasillos e indagaciones se comprobó que dicho doctor se encontraba de
vacaciones, viajando en un crucero por las islas griegas, y al parecer, según señaló
algún colega suyo, había coincidido en el itinerario con un
mitin del partido Syriza, habiendo conseguido un autógrafo del líder de ese nuevo
partido, que figura en las encuestas en primer lugar en intención de voto.
El caso era que le volvieron a salir lo que
no está en los escritos, las alergias de antaño, y su maltrecho corazón casi deja
de latir, estando a pique de extinguirse, porque la escritura creativa era a la
postre para él como el biberón para el bebé, su verdadera vida, la que vivía a
plenitud en invierno y verano a través de la trama de muertes, venganzas,
borracheras, alumbramientos, celosías o enamoramientos de los personajes que
hilvanaba en cuentos, fábulas u otras patrañas que ensartaba en los ratos tan
felices que pasaba, haciendo auténticos milagros o de las suyas, burlándose de la
zorra ante las uvas o disertando sobre los gustos de los tigres o chacales con
sus preferencias por la calidad de la carne de la presa, así como descubriendo espacios,
alcobas, estancias, letrinas, voluntades, corazones, o allanando moradas, haciendo
colgar hábitos sacros en conventos, o doblegando pasiones, surcos o vientos
que soplaban enfurecidos en las más encontradas direcciones o templando
tempestades en los mares de los relatos, llevando el timón de la pluma con mano
firme, sorteando los obstáculos en cada capítulo, frase, párrafo o coyuntura, así
como en los más irritantes mordiscos de la existencia, deslizándose sagazmente por
los desfiladeros del papel en blanco, que yacía cubierto de fría nieve al
faltar el soplo del alma creativa, la sangre ardiente donde mojar la pluma y dibujar
las emociones y correrías de los diversos personajes o personajillos del paisaje
y paisanaje en los prístinos balbuceos, naciendo a la vida, echando mano del inigualable
combustible de la tinta desafiando el paso del tiempo, quedando incrustado todo
ello en indelebles huellas, libres de la acción de la carcoma o la erosión de agentes externos o rayos encendidos.
Así que para mitigar de algún modo el golpetazo
recibido, y sin apenas víveres ni ropa para abrigarse en el viaje, inmerso en tantas carencias y frialdades, sin caricias, solaz en el rebalaje, dulces
mareas ni estímulos en lontananza, se hizo a la mar, tomando la corriente o
senda que más coraje le dio, y se lanzó raudo a los cuatro vientos, a alta mar,
allí donde más brillan las alas de libertad, encontrándose a si mismo entre el
cielo y la mar.
El mazazo de que había sido objeto le arrancó
los tiernos brotes de los frutales y fragancias del hábitat literario que habían
ido despuntando como en súbita primavera, y que cabalgaban por su pecho y
renglones del pensamiento, echando el cerrojo al surgimiento de aves carroñeras
que pretendían hurtar las excepcionales expectativas y panorámicas que iban asomando
por las lomas y lomos del texto según avanzaba con todos los pertrechos y la
tropa de turno sobre la marcha rumbo a nuevas experiencias, a singulares travesuras,
engendrando criaturas con miradas únicas y hondos sentires a través de sutiles batiscafos
y fantásticos viajes subacuáticos, piruetas o juegos sin cuento que rubricasen
el telón de fondo y el ondulado de oro de su vigorosa fantasía rondando por doquier,
por los rincones más hirsutos e inverosímiles o chocarreros de la buena o mala
suerte o muerte o enceladas más churripastrosas o rocambolescas, plasmándolos con
decoro en los ojos, en las gargantas y latidos de los actantes, sin prisa pero
sin pausa, punto por punto, suspiro a suspiro en tardes de sonrientes títeres y
sosegado aplomo o quizás de total desconcierto en una alocada ingestión de morfina
imaginativa, regando y decorando a placer con gotas de inventiva los nuevos
tallos que rompían el capullo, el cascarón de su nido, dando la cara en las más
adversas circunstancias, bien por el qué dirán o por la censura gubernativa más
solapada, saliendo al final la cuenta de los anhelados historias y cuentos, siendo
a la postre lo más trascendente para él, al ser el oxígeno que inhalaba para
vivir.
Al habérsele cortado el grifo de los tragos vivenciales,
empezó a ronronear subrepticiamente o sin reparos tras los rincones o debajo de
la mesa camilla o en el rellano de la escalera, buscando con desparpajo una
brizna de calor, elucubrando sobre su futuro en este evanescente mundo, y emprendió
una inusitada fuga sin orden ni concierto, cual caballo desbocado, declarándose
en rebeldía al no poder retozar alegremente por las acariciadas praderas de la
escritura pergeñando a su antojo las cuitas y estéticos afanes de las líneas de
ficción, que sigilosamente guardaba en el tintero.
Por ende, prefería morir con las botas
puestas, apretando el gatillo del bolígrafo inerme, antes que abrazar el caos
estrangulado por la inanidad del ser.
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