-Venga presto que
tengo que partir.
-Sabes que no sé
cómo desbloquear el embrollo del pensamiento para trasmitir que anteayer andaba
mareada, aturdida más bien, como si me bañase en un mar encrespado, y se balancease
en mi cerebro un torbellino de olas de bíblicos hervores envueltos en mil conjeturas
sobre las más diversas quisicosas, tejemanejes o medievales juegos referentes a
hábitos o costumbres, como el uso de cinturones de castidad y otros artilugios o
cachivaches, que circulaban de mano en mano en tiempos de las Cruzadas, cuando
los defensores de la Cruz, soldados hechos y derechos, se batían el cobre contra
los contrarios a su credo, estando en boga tales broches, cerrojos o
candados con el fin de tapar bocas y proteger a las damas de torpes vaivenes,
traviesos deslices o descalabros inesperados por arriesgadas rutas que
conducían a Roma o a Santiago, yendo de la ceca a la meca o a ninguna parte, y
no puedes imaginar los exóticos pinares y pensares que arrastraban sus aguas
por la corriente de mi memoria, en súbitos tic tac y reiteradas sacudidas y
contracciones al toparme de repente con unos graffitis plasmados en el
ennegrecido muro de la calle principal del pueblo, semejante al muro de las
lamentaciones, por donde antaño cruzaban recuas de mulos y burros, como el
célebre Platero todo de algodón, cargados hasta las cejas de cañas de azúcar,
carbón, aceituna, almendra o abono de nitrato de chile, o con serones o capachos
resolviendo las urgentes faenas del agro; y de golpe me han perforado la sienes
los primitivos albores humanos, rebobinando avatares o escenarios donde se
mascaba la tragedia o guerra de religiones, de corazones o severos dicterios
entre el rey de la creación, el todopoderoso terrateniente, y la primera
parejita que pobló el planeta tierra.
Y allí todo bullía,
lo divino y lo humano, la serpiente y la manzana, lo ficticio y lo rumiado en
sueños sin apenas dar tregua, pateando trochas o pensares sin cesar, no pudiendo
esquivar fehacientes informes a la vista del más ciego o empedernido que
discurriese por aquel sendero; pues allí se esbozaba cómo se fraguaron los
prístinos dimes y diretes sobre la convivencia en pareja e incluso los célebres paparizzi, los
enamoramientos y cataratas interpersonales o las epístolas de amor y desamor
del universo modeladas en lajas, troncos del árbol del bien o del mal o
papiros con unos aditivos coadyuvantes, séase, enredos, celestinajes,
emboscadas o títeres de toda índole, interrogándome ansiosa cómo ardería la hoguera
de sus vanidades, y si se urdirían tretas entre bastidores o tatuajes
carnavalescos, resuellos de corazonadas o acaso latiera estrechez de miras
entre Adán y Eva – motivado sin duda por lo de la costilla- en el coqueto marco
del Paraíso donde se hallaba su nido, habiendo sido planificado expresamente
para ellos con todo lujo de detalles, como palacete de recreo, con sus versallescos jardines, no faltando bocados de cielo, bombones o rica tarta
de manzana o privilegiados manjares obrados por manos divinas, y exornado con distinguidos primores del fashion del momento, en aquel perenne goce de luna de
miel en que vivían, y que era sumamente trascendente para la Humanidad futura; sería
una amena y placentera estancia, sin
tibiezas ni triviales atisbos o rivalidades en su seno o negrura en las
cristalinas aguas que bebían y con las que se aseaban y cocinaban, no surgiendo
regomellos, raros advenimientos o contrariedades, bien por hortera manía de cambios de
chaqueta, contaminación ambiental u otras refriegas en el horizonte, que aguase los guateques
o esparcimiento en una especie de isla mínima del ocio durante las paradisíacas
fiestas antesala de las saturnales romanas.
No cabe duda de que
en aquellos trópicos herviría el mejor de los rescoldos en unos corazones dados
a la comprensión y a una ternura aún virgen, límpida, en pañales. Porque allí
no se le permitiría la entrada a barruntos de especulación, desenfreno o signos de esclavitud, brillando por su ausencia usureras tiendas de
mercaderes, delicatesen, lencería fina, ultramarinos, cannabis, charcuterías,
grandes almacenes o incluso negras mazmorras, ni por ende princesas tristes o engreídos
príncipes o habitáculos de alterne, ni pasarelas de moda u opacas tarjetas o nepotismo u otras iniquidades, rupturas o
despechados amantes haciendo de las suyas, tomándose la justicia por su mano o las
doce uvas cada uno por su cuenta tras los biombos de las hojas de parra.
Por ende, los ecos
sociales yacerían embalsamados como momias, mustios, muertos en vida en las cavernas,
llorando de rabia, siendo de pena el vislumbrarlos, revelando
auténticos espejismos en los remolinos de la fantasía, con desnutridas
efigies y piernecillas de alambre y unos niveles liliputienses, gimoteando desconsolados en
aquellas peculiares comidillas.
Todo aquello sería un
desierto bien de arena o quizá, por el contrario, de trajines o trueques a más
no poder de camellos rumbo a eventuales zocos, así como gremios o aluviones de
castos santones o ermitaños del desierto elevados a los altares de las copas de
las palmeras en el oasis, y casi seguro que no brillarían por imperativo legal eventos
tales como comuniones, bodas, perfumadas sepulturas, el mes de María, abortos
clandestinos en lejano poblado o en los arrabales del Paraíso, y ni por asomo llegaría
a perderse la pareja al despuntar el alba tras una noche loca, que al verse ebrio pillase la puerta por un lapsus en el breve trecho del lecho con objeto
de aspirar unas briznas de aire fresco, o acaso se esfumase al ir a comprar
tabaco o palillos de dientes después de una partida de cartas o de unos sorbos de
té, digo yo, entonces aquello sería en esencia otra cosa, un ordenado edén, pero
sin embargo muy triste, no crees, sería un mundo sin chismes, chistorra
pamplonica o plato roto que echarse a la boca, echando en falta una pizca
de picante y pimienta y unos nutrientes del calibre de la telebasura, verdaderas ollas a presión de vitaminas y vitales viandas condimentadas solapadamente con ardides tétricos, lúgubres, sórdidos, irreverentes o trágico-cómicos.
Y qué decir de las esperanzadoras
y amorosas tardes –tal vez remedo de las Últimas con Teresa del mago Juan
Marsé- en los medios televisivos de Juan y Medio transportados a los tiempos del cólera, de Adán y Eva, a buen seguro que
allí no tendrían mucho gracejo ni futuro, porque todos irían a su bola, como la
madre los parió, sin tapujos ni ruedas de prensa ni comulgarían con ruedas de
molino ni nada que se le parezca. En tales eras no se trillaban semejantes
sementeras ni cultivarían en sus parcelas las plantas de la seducción, la empatía
o el guiño a través de historiados abanicos o las citas en los bailes cortesanos
o de máscaras venecianas.
Y por aquel entonces
no se sabe si la regla ya estaba en vigor y si se
vendían anticonceptivos en alguna plaza, choza o baratillo con agentes policiales vigilando las operaciones a fin de evitar timos, robos o
secuestros de niñas como en Ciudad Lineal, ¡qué horror!, no sabes el pánico que
siento cada vez que pienso que me pudiese ocurrir, a parte de los tormentos que padecerías con mi desaparición, pues que sepas que lo siento más por ti, aunque
lo diga por oírte no más, porque la primera que caería muerta de miedo al suelo sería yo, no lo dudes.
Pero escucha, tengo tantas y tantas lagunas por las mañanas al limpiarme las legañas del tiempo, pues percibo la despavorida huida de las puñeteras realidades, evocando cuando aún era una niña
que iba al cole y creciendo, y trotaban por mis neuronas nubarrones de
incertidumbre azotándome sin piedad, no sabiendo cómo apagar la sed o superar ese
fuego o vacuidad que me incendiaba o arrinconaba, toda vez que me rebelaba contra el sonsonete de la tradición pura y dura sin apenas advertirlo, por lo que me gustaría
aterrizar en aquellos verdes prados donde brotaba la vida y se solazaban
nuestros primeros padres, que no sé en verdad si fueron los genuinos o al
cabo resultase que procediésemos de otro papá Noel abducido por filibusteros
extraterrestres de sabe Dios dónde.
Te pido,
apelando a tu bonhomía y distinguido porte, que no me pises los pensamientos del jardín.
1 comentario:
Sí hay comentario. Yo no entiendo mucho de esto, pero como siempre parece prosa poderosa, escrita con mucha fuerza, con un período amplio del que tiene mucho que decir, con la rabia del que se enfrenta a la vida sin remilgos.
Pepe, esto parece una referencia de las que aparecen en las contraportadas de los libros.
Bueno, hoy sí he querido poner algo, no sabía yo que iba a ser en el 2015.
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