Cabalgando por
las soleadas páginas
Malagueñas,
se atisba el castillo de Gibralfaro,
Donde amanece
el día,
Y a sus pies
se quiebra el mar.
Prístinos rescoldos
históricos
Dormían el
sueño de los justos,
Advirtiéndose
a bote pronto que
Ni el más
avezado zahorí
Habría vaticinado
con la mágica varita
La
existencia del teatro romano secuestrado
Por las
fuerzas del orden artístico
En el mismo corazón
urbano,
Sepultado bajo
el férreo cemento
Del entramado
del Palacio y archivos
O Casa de la
cultura
Que
levantaron los ilustrados de turno
Ávidos de gloria
en la posteridad.
Una vez
derruida por las piquetas de la sensatez,
Renació de
sus cenizas el teatro,
Resplandeciendo
con su fulgor romano,
Iluminando
los titubeantes túneles del tiempo
Y las ancestrales
huellas arqueológicas
De los desdeñados
aledaños de calle Alcazabilla.
Bastión
musulmán, la Alcazaba,
Cifrada sobre
madres fenicio-púnicas,
Emulando a
los excelentes caldos de la tierra,
Pajarete o
Lágrima, en un crisol de vivificantes culturas,
Endulzadas
uvas y febriles razas:
Fenicios, romanos,
árabes e ingleses con guiños renacentistas,
Dándole la
mano al palacio de la Aduana.
Por sus ricos
potosís pelearon a muerte
Almorávides,
almohades y nazaríes,
Rivalizando en
bélicas estratagemas
Maquinando
toda una serie de razias
Para conquistarla
o seducirla,
Discurriendo
por sus calzadas y ríos como,
Guadalmedina,
Guadalhorce o los furibundos torrentes.
Y entre
tanto, parloteaba en su jerga moscovita,
Ensimismado,
Vladimir, el infatigable turista,
Un tanto abducido
por los rutilantes
Y afrodisíacos
licores que bebía en derredor.
Era un visitante más de los millones
Que circulan
cada temporada por aquellos
Líricos
rincones, quedando embriagados
Por los
aromas del vino Málaga
Y las milenarias
fortificaciones de civilizaciones,
Entre matacanas,
torres albarranas con saeteras,
Murallas almenadas
o albercas de pizarra
Para
almacenar el apreciado y sabroso Garum.
Vladimir
libaba con pasión el néctar
De los
encantos de Málaga la bella
Sin perder
ripio. Y buceaba sin tregua en
Sus océanos,
y con la fresca, ansioso por explorar
Los secretos
mejor guardados de la urbe
Se descolgó
por los creativos andamiajes
De los
pintorescos copos de flores
De la urbanización del Rocío y los pictóricos
tesoros
Que cuelgan en
los templos museísticos:
Tyssen,
Picasso, Pompidú, CAC o Ruso, entre otros.
Le fue harto
refrescante a Vladimir
El baño de
cultura por aquellas ilustradas aguas,
Prosiguiendo
la marcha por la Coracha,
La Caleta, los
Baños del Carmen,
El Palo, Pedregalejo
y el Cementerio inglés,
El parque del
Morlaco, el Perchel y la Trinidad;
Confluyendo en
los céfiros marinos de la blanca Bahía,
Reflejándose
en el cristal de sus aguas
La salerosa malagueña,
niña hermosa,
Queriendo besar sus hechiceros labios,
Y mirarla a
los ojos, pero no los dejaba parpadear.
Y en su
regazo se mecía industrioso
El Puerto, en
un frenético reciclaje y
Solidaria comunicación
con el mundo,
Junto con el
Aeropuerto, allá por las arterias
De
Churriana, donde crece la jacaranda
Y antaño se
solazaban felices
Las aguerridas
mesnadas escipiónicas,
Restañándose
las sangrantes heridas
Del alma y
del cuerpo en las reparadoras termas
Que por
aquellos lares pululaban.
Y no se
puede obviar la biznaga y
El
Cenachero, con un rojo clavel en el ojal
Deambulando
por la plaza de la Merced, las Bodegas del Pimpi
O la taberna del Piyayo, que apostrofa el poema:
“Y este pescaíto, ¿no es ná?,
Sacado uno a uno del fondo del má,
Gloria pura es,
Las espinas se comen también”.
Y no quiso
perderse Vladimir
Por nada del
mundo el beatífico
Incienso de
la Manquita,
La plaza de
la Marina y la Sala de los Espejos
En la Casa Consistorial,
Disfrutando de
las esencias de los
Jardines del
parque entre perfumados
Jóvenes que van
a declarar el amor.
Y Vladimir, antes
de partir
Hace acopio de
víveres y sol embotellado
De Andalucía
para aliviar el infierno invernal
En la fría y
dura estepa rusa.
Y no podían quedar
en el tintero
Las gestas
de los trajes de luces
En la
inigualable feria del Sur de Europa,
En la
Capital de la Costa de Sol,
En pleno agosto,
augusto y lento,
Que versificara
con sutileza
Gerardo
Diego en su emblemático
Soneto
“Revelación”,
En que
declina la tarde
De la vida.
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