No podía entender lo que pasaba en su derredor, o cómo diablos había cambiado tanto el escenario al viajar a un país no tan lejano aunque desconocido para él, habituado como estaba a la ancestral rutina, las doce uvas, la tortilla española, las migas de Torrox, las tortas de Algarrobo o las cañitas con los de siempre en el barrio que lo vio nacer en la luminosa capital del Sur de Europa.
Y al poco de los primeros balbuceos, sin
apenas darse cuenta, acaeció que estando allí vinieron a caer en sus manos unos papiros o pergaminos de mil años de antigüedad en los que
se podía leer: "En ese momento, Sherezade, dándose cuenta de que se
acercaba la madrugada, calló discretamente.
Pero cuando llegó la
noche siguiente...
Ella dijo: -He
sabido, oh rey afortunado, que Alí-Ben-Bekar cantó de este modo:
¡Escucha, oh copero! ¡Es tan hermoso mi amor que, si poseyera
todas las ciudades, las cedería en seguida por tocar con mis labios una sola
vez el lunar de su ingrata mejilla! ¡Su rostro es tan bello que incluso el
lunar le sobra!...
Y mientras estos renglones desgranaba, llegando la hora del baño allá por el Golfo Pérsico donde pernoctaba, confluían aquel día dos almas
incomunicadas, solitarias, sumidas en la pena, contorneándose en los confines
de las olas, atragantándose las horas, inquiriendo con frenesí,
zambulléndose en el artificioso brazo o balneario marino acondicionado con mimo por los mandamases petrolíferos, expurgando sueños, señas, cicratices y enrarecidos cócteles de mondas vitales en ese Mar Arábigo como fondo, que se mecía lúbrico bajo
los ardientes rayos solares desafiando al desierto que asomaba provocativo al alba expandiendo sus brazos en un carrusel de espejismos y dunas y más dunas, como si fuesen barricadas.
El suave oleaje de la balsa marina exhalaba una tierna brisa que se filtraba por las celosías del espíritu acariciando a ratos la cara y los más íntimos pensamientos.
Ella no dijo nada, y se fue cabizbaja, algo pensativa, con las sandalias
llenas de arenilla fina adherida cansinamente a sus alas.
Se sentían los ecos de
silencio de siglos en la estela que deslizaba por el trayecto rumbo al refugio de secretos (con burka?, de comprometidos afanes, presentimientos y ansiadas esperanzas.
Las monumentales torres, las vastas estancias y las dulces flores del entorno dubaití sustentaban ufanas el faraónico esplendor, el talle, el embrujo de los jardines colgantes de Babilonia y el carisma de Alá en aquel paraíso terrenal, plantando
cara al verdugo del tiempo que fluye río abajo hasta desembocar en la mar, así como al tic
tac de la monotonía y el olvido, enraizando el quejido en la árida estepa del
vivir inundada de inanes anhelos que chorrean y deambulan plácidos o desnortados por las
orillas del ocaso cotidiano, incrustándose en los tiempos del partido que se ha
de jugar sin remisión cuando el rey
despierte de nuevo del gran sueño tras escuchar las secuencias de las Mil y una noches
de peripecias, andanzas y desventuras que vayan
cayendo valle a bajo por la femenina boca y la vorágine de la corriente que discurre no se sabe adónde, o tal vez el misterio se agrande cada vez más musitando palabras de estupor, desconsuelo o feliz esperanza.
Y percatándose
Sherezade de que estaba próxima la madrugada, se relajó y enmudeció ...
Y después, a la noche siguiente ...
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