Al entrar Airmesoj en la habitación del
hotel donde se hospedaba después del viaje a Bombay como comandante de vuelo, vio
debajo de la cama un bulto sospechoso, algo parecido a una persona estrangulada,
y salió echando chispas y mano al móvil para comunicarlo a la policía cuanto
antes pero no había cobertura, y con las mismas marcó el 112, o eso pensaba, para
informar del horroroso hallazgo, pero no lo consiguió.
En
tales momentos de atribulamiento y confusión no estaba para muchas florituras
Airmesoj, por lo que decidió tomárselo con calma antes de volver a llamar de
nuevo, y cuando llamó tuvo tan mala sombra que marcó el número de un viejo amigo
italiano que hacía años que no veía, recordando al instante el tiempo que había
pasado atrincherado en los sótanos de la droga, traficando por los más diversos
países enviando sacas con el epígrafe de
café de Colombia, y figurando como testaferro en el staff del cártel de
Medellín.
Últimamente aparecía como huido de la
justicia, sin embargo al oír la llamada del amigo, no tuvo inconveniente en responder,
soltándole de repente el notición, el fúnebre encuentro en la habitación del
hotel, contestándole con la mayor naturalidad del mundo que le gustaría ayudarle,
pero no tenía ni idea de lo que le contaba.
Mientras reflexionaba Airmesoj recostado en
el sofá del hall del hotel, preocupado por el enmarañado affaire que se le
había presentado, le abordaron de pronto el gerente del hotel y un vigilante con
idea de esclarecer en la medida de lo posible lo que había sucedido, escuchando
las informaciones que brotasen de sus labios.
No cabía duda de la responsabilidad y el buen
hacer de Airmesoj, siendo un profesional altamente cualificado, con un
envidiable historial y curtido en mil batallas, habiendo pilotado todo tipo de aeronaves
a los puntos más delicados del globo sin que se hubiese registrado hasta la
fecha el menor incidente.
El día de autos, el comandante andaba
ocupado en mil cosas, haciendo las prácticas de simulador, la previsión de
alimentos en Carrefour, así como el rutinario reconocimiento médico, hallándose
en perfecto estado de salud.
El gerente del hotel y el vigilante prolongaron
las indagaciones hasta altas horas de la madrugada, sometiéndolo a toda clase
de cuestiones referidas al funesto suceso, hora del deceso, objetos que había a
su alcance, séanse armas o explosivos, o si advirtió efectos de forcejeo en
defensa propia u otro vestigio que coadyuvase, así como si respiraba aún cuando
llegó al lugar maldito.
Después del maratoniano interrogatorio, se presentó
por sorpresa la guardia civil, y lo esposaron tras un breve intercambio de impresiones,
llevándoselo detenido.
El muerto no llevaba encima documentación
alguna, y hubo que echar mano de las redes policiales a escala internacional,
buceando en las cloacas del crimen organizado, ora en el lumpen de hacinados barrios
y clandestinos subterfugios, ora en sórdidos tugurios o blanqueadas mansiones
de heroína o antros de comercio carnal.
Pero ni por ésas se avanzaba un palmo en el esclarecimiento
del escabroso asunto, no desvelándose ni la más leve brizna de los execrables móviles
del asesinato.
En un principio se conjeturaba con algo
baladí, que el occiso hubiese sido quitado de en medio por mofarse de una dama de
la mafia napolitana, que a la sazón mantenía relaciones secretas con el
entonces endiosado futbolista Maradona, ocurriendo todo cuando se disponía a recibir
una cuantiosa suma de dinero en billetes de 500 euros, designados en el argot
con el sobrenombre de Bin Laden por el ocultamiento, y se fraguó todo al no haber
llegado a un entendimiento entre las partes, entablándose una violenta
discusión entre ellos y se disparó el arma atravesándole el corazón, cayendo en
redondo al suelo, ocultándolo debajo de la cama.
Seguramente no había dudas de que las más esperpénticas
pullas, dimes y diretes e ingeniosas elucubraciones en el caso que nos ocupa podrían
resultar tibias, dada la imperiosidad con la que había que ahuyentar las sombras que se cernían sobre los artífices
del crimen, siendo por ende harto peliagudo hincarles el diente.
Sin embargo no se demoró por mucho tiempo el
caso del hotel, ya que como apunta el refrán, antes se coge a un mentiroso que a un cojo, pues dicho y hecho, y una
vez metidos en harina y de lleno en el desguace pormenorizado de los miembros
del extinto, se comprobó con claridad meridiana que no era una criatura de carne
y hueso, sino la figura de un maniquí, así como suena, tan perfectamente diseñado
en sus componentes que daba el pego a cualquier curioso o al más eximio experto
que se lo cruzase, al igual que las figuras de los museos de cera, y era precisamente
eso y no otra cosa lo que habían hallado bajo la cama, con cinco balas en la
boca del estómago y dos en la sien, pareciendo todo una broma macabra de gente
sin escrúpulos, gente que se había tirado al monte de lo más estrafalario, pero
eso sí, había que tomar buena nota de lo acaecido y no echarlo en saco roto,
porque en esta ocasión hubo suerte no habiendo llegado la sangre al río, al haberse
representado las danzas de la muerte de la manera más jocosa y chulesca, pero a
ver quién es el guapo que se duerme en los laureles y no colige de tan
preocupantes barruntos algún trágico lance, porque vaya usted a saber a quién
le tocará la próxima, por lo que no se podía vivir alegre en aquellos parajes sembrados
de sombras, con el miedo en el cuerpo, a pique de ser alcanzado por alguna bala
perdida en cualquier esquina, como si fuese la recreación escénica de un film
de terror de Hitchcock.
¿Qué motivaciones o sentido de ficción tan
depravada y espantosa puede albergar tamaña y mentecata arrogancia humana?
Entre tanto, llegaban noticias de allende
los mares de otro caso de muerte violenta llevada a cabo por las costas del
Pacífico, tratándose ahora de un hombre de verdad, con las señas de identidad actualizadas,
según atestiguaba el forense tras el exhaustivo examen, siendo un hombre de
mediana edad, natural de Chile, aunque se desconocían más detalles en esos
momentos.
A veces, el crimen duerme disfrazado o hace
como que duerme detrás de la oreja de personas candorosas ocultando el nombre y
las urdimbres, aunque sabido es que el enemigo no duerme, por lo que no hay más remedio que estar al corriente
de lo que nos circunda en derredor, así como del pago de los diezmos y
primicias que promulguen los gerifaltes del terror, y así poder mirar con garantías
el porvenir.
Algunas semanas después, aparecía en la
prensa la noticia de tres personas ejecutadas en una emboscada cuando regresaban
de una operación secreta, no sabiéndose nada más al respecto, pero todo apuntaba
a un ajuste de cuentas de bandas rivales, al exigir los sanguinarios aranceles por
la venta del celebérrimo café colombiano.
La organización criminal estaba tan bien estructurada,
que sabía al dedillo todos los tejemanejes y escondrijos al respecto, señalando
que aquel que pisase la línea roja macada por los arúspices del cártel serían fulminados
al amanecer.
Su amigo, Oswaldo Fernanández Cotino, al que
telefonéo por error, no daba señales de vida últimamente, no sabiéndose apenas nada
de él, recayendo todas las sospechas del asesinato del chileno sobre su
persona, dado que eran tantas las sombras que aleteaban sobre sus movimientos
que los jueces y fiscales del mundo de la droga, así como la policía especializada
lo daban por hecho tras revisar y patear documentos, bosques y ventanales de internet
donde se presumía que pudiese haber algún resquicio que arrojase luz a cerca del
proceso, habiendo sido catalogado prófugo de la justicia y seguía sin saberse
si aún vivía.
Sin
embargo cabría tener en cuenta que Oswaldo era un muchacho joven, bien parecido,
de buen corazón, con carisma, ojos verdes y sin ningún delito en su haber,
gozando de una conducta intachable, que habiendo sido víctima de la precariedad
más extrema, vino a caer en brazos de los narcos por mor de las veleidades de
la fortuna, al no disponer del peculio preciso para hacer frente a la hipoteca,
al haber sido despedido de la empresa de la noche a la mañana, negándole un
préstamo el banco de turno.
Airmesoj regresaba de Bombay a su lugar de
origen, siguiendo sin contratiempos el plan de vuelo, y sin que se hubiese
resuelto nada de lo que se había montado a sus espaldas, ignorándose en qué
acabaría la trama emprendida en su contra en los casos que seguían pendientes
en los juzgados
El comandante estaba habituado a cruzarse en
las alturas con toda clase de filibusteros, contrabandistas o con relatos envenenados
de venganzas catalanas o ajustes de cuentas en un abrir y cerrar de ojos, toda
vez que los señores del crimen no paran de moverse y esconderse, y no tienen
reparos en apretar el gatillo a través de sicarios en cualquier hora y lugar, y
luego se lavan las manos, personas sin corazón que se nutren de viles añagazas,
y viven en suntuosos palacios colmados de placeres, aunque siempre cerniéndose
sobre sus cabezas las más negras sombras.
En la mayoría de los casos son cómplices de las
altas esferas del poder del planeta, intercambiándose cromos, cartitas de
recomendación o favores de muerte por debajo o encima de la mesa.
Aquel día, en el vuelo de Berlín a Bombay, Airmesoj
desayunó como de costumbre, y apenas notó nada especial, aunque era de sobra
conocido que estaba expuesto en el desempeño de sus funciones a múltiples turbulencias
e infortunios, por lo que tuvo a bien pedir unas vacaciones a la compañía a fin
de sacudirse las pulgas de todo el aire viciado que había estado respirando.
Lo que vieron sus gafas de piloto era un mundo
sórdido, urdido y escrito en las páginas de sus verdes cristales, verdes sombras que quizá evocasen los tétricos latires
lorquianos, "Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas"...
pues verdes eran los cristales así como las sombras, y no se trataba de velar
al culpable sino de desentrañar el fondo de las sombras que golpeaban sobre la testuz de Airmesoj.
Al cabo de los días, tirando del hilo por
parte del juez que llevaba el caso, vino a poner sobre la mesa el dictamen que
quebraba los aires de las sombras, atestiguando lo siguiente, "una antigua
conocida del comandante, despechada por el mayor monstruo los celos, montó una
coartada para implicarlo en el asesinato, siendo en realidad su guardaespaldas quien
lo llevó a cabo, cuando ella regentaba con raros procederes una galería de arte
en Nueva York, queriendo vengarse de los frustrados flirteos, metiéndolo de la manera
más burda en la ruleta de sus bajos instintos, y hacerse acaso célebre por
haber rodado la continuación de la saga de novela negra, Muerte en el Burj
Khalifa, el rascacielos más alto del mundo.
No obstante, y pese a la encarnizada lucha
pictórica entre claroscuros y luces y sombras en la perspectiva, refulgen con
luz propia lúcidas miradas, harto altruistas, que relumbran como el sol, fieles
a los principios, saliendo cada mañana a combatir las sombras sin hacer distingos
entre manzana sana y ponzoña de áspid.
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