Según navegaba por los
canales venecianos en una góndola el viajero arribó a Burano, quedando deslumbrado por las vistas
y una emperejilada violinista con vestido de encaje marca de la tierra lanzando
al viento embrujadas melodías, vislumbrándose al fondo un cromático contraste
de casas ornadas con singulares alardes, generando una majestuosa y bella
atmósfera.
A Burano se le conoce como la isla de los
colores por aquilatarse en su fuste un rico e inigualable colorido – rojo,
azul, verde, amarillo, morado, rosa…- plasmado en las fachadas de sus moradas para
zanjar los reiterados desatinos de los pescadores al regresar de las faenas marineras,
por la formación de una endiablada neblina que cual tupido mando tomaba cuerpo enturbiando
el horizonte, dando pie a un carrusel de malentendidos o riñas por celos.
Para salir del
atolladero idearon un recurso pictórico, tan original y certero que venía como
anillo al dedo, con la esperanza de deshacer los entuertos o lo que se terciase.
Al igual que el exhalado
polen deleitoso y emotivo de las notas de la violinista, otro tanto le ocurrió al
viajero al caer en sus manos el poema “El Piyayo”, llamándole poderosamente la
atención los versos dedicados a los hijos de la mar, … “Y este pescaíto, ¿no es
ná?/, ¡sacao uno a uno del fondo der má! /. Gloria pura él/. Las espinas se
comen tamié/, que to es alimento/. Así, despacito/, muy remascaíto” … y de esa
guisa iba contando amapolas primaverales por los campos, y soñando conforme se
desplazaba de un sitio a otro al rebujo de los avatares, encontrándose por el
camino de improviso con los destellos de una floreciente lonja, que refulgía en
todo su esplendor con vivos besugos y un mar de almejas, caracolas, mejillones
y otras especies saltando con furia, dispuestos para la subasta y posterior transporte
a los respectivos destinos.
En sus tiempos de
juventud le estuvo vedado al viajero contemplar
de cerca tan fascinante y grandioso espectáculo concentrado en una lonja, por la
carestía reinante y economía de guerra con las cartillas de racionamiento, no encontrándose
al alcance de cualquiera darse un baño de tanto gozo observando como Dios manda
lonjas tan lujosas, y menos aún probar los manjares y surtido exhibido.
No obstante, desde la
infancia le tiraban sobremanera los espetos de sardinas aderezados con sol y
yodo en la playa, tanto que moría por ellos, sin descartar otros sublimes ejemplares
como el bogavante o el renombrado boquerón malagueño, de forma que siempre que pasaba
a la vera del mar o el mundo marinero discurría por su mente se le hacía la
boca agua sin advertirlo.
Cuán lejos de sus
intereses y hervores culinarios se hallaba la parcela de repostería, acaso por aquello
de no entrar en sus cálculos el fomento de glucosa en sangre y prevenirla, y seguir
en la brecha vivito y coleando, disfrutando a su manera de los vitales placeres
o acariciados vicios que como a todo hijo de vecino le tentasen en el fluir de los
días.
La cuestión
palpitante no consistía en descifrar si el viajero era o no un sibarita o un tiquismiquis, porque
su estímulo y respuesta iban por libre, toda vez que por su condición moldeable lo mismo se entregaba a
lo bueno que a lo contrario, haciendo gala de un sucinto estoicismo, permaneciendo
inalterable ante las más sutiles tentaciones e incluso crueles adversidades,
como la pérdida de pronto de un ser querido por el cobarde e invisible coronavirus,
o negros nubarrones en el horizonte, en su afán por no dejar heridas ni lamentos
por los senderos, ofreciendo la más honesta y grata imagen de sí mismo.
Con el tiempo se
fueron ajustando los coyunturales desajustes del puzzle o desvaríos humanos, y
se despertaron en su alma aficiones artísticas de la noche a la mañana, melómanas
unas, y literarias otras, no dejándose llevar por cantos de sirena o necios razonamientos
de tal o cual signo por muy apetitosos que pareciesen, teniendo siempre por
bandera unos tintes espartanos, sobrellevando las debilidades de la carne de la
mejor manera, o sacando pecho cuando la situación lo requería convencido de la
sentencia, “el que quiera peces, que se
moje el culo”, respirando a la
postre eufórico y seguro.
La violinista, con su gracejo y ardiente duende fue construyendo una
seductora aureola de admiración nunca auspiciada por ella, destilando las más
genuinas esencias artísticas que llevaba dentro, siendo sumamente trasparente
en todo tiempo y lugar con los sentires, por lo que en política no hubiese
llegado muy lejos, haciendo suyo el dicho popular, “mentir y comer pescado,
requieren mucho cuidado”.
Al cabo del tiempo un músico oriundo de la Toscana recaló en primavera por los aires de
Burano como ave migratoria, y llegó en una noche de espantosa tormenta, y por
caprichos del destino fue a alojarse esa noche en el mismo hotel de la diva,
quedando prendado de su porte y hermosura, llegando a formar un dúo que muchos cenáculos,
paraninfos o Escalas como la de Milán quisieran ver en sus escenarios.
Para celebrar el
cumple de ella el músico le propuso llevar a cabo una gira por distintos
lugares de Italia empezando por Sorrento, descubriendo los secretos culinarios
y escondidos encantos que atesora. Luego decidieron ir a Verona y evocar los encendidos y memorables pasajes y encuentros de
Romeo y Julieta recreados en las páginas de Shakespeare.
En las salidas
matutinas se sentían como pez en el agua
paseando por plazas y bulevares, sintiéndose atraídos como un imán por las
tentadoras exquisiteces marítimas que albergaban las lonjas, disfrutando como
niños con zapatos nuevos, y se divertían realizando entusiásticos paseos llenos
de ternura y olor a mar, tatuados en las entrañas de los sufridos seres marinos
presos en la lonja, que se sublevaban con toda su rabia porfiando por seguir
nadando por el río de la vida.
Y en el carnaval de
Venecia se despojaron de las máscaras, y se dieron el sí quiero a dúo, pasando
la luna de miel por aquellos emblemáticos rincones, paseando ensimismados en una
góndola rumbo a Burano, rememorando los tiempos en que se conocieron en un día difícil
de olvidar por los horribles truenos y relámpagos que azotaron sin piedad la capital
de los canales, y a renglón seguido se entregaron al amor, contentos y felices
como perdices.
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