Se oían a lo lejos
los ecos de una vieja canción, “paseando mi soledad por la playa de Marbella/
yo te vi” … como un presagio, y con la chistorra de la tierra siempre consigo se
detuvo Bonifacio en un café según caminaba por un bulevar, cavilando sobre la muchacha
que conoció en la feria marbellí.
Las indagaciones que
llevó a cabo Bonifacio no le dieron resultado, pese a los millones de pasos que
dio. Y tras deliberar sobre el asunto, decidió quedarse a dormir el fin de
semana en un hotel de esa calle, con las esperanzas puestas en encontrarla por algún
rincón o tugurio nocturno de los que frecuentaron, pero la suerte no le acompañó.
Sí vio en cambio al
mendigo que dormía entre unos cartones junto a un portal semiderruido mostrando
un rostro feliz alegrando el día, y recordaba los cigarrillos con que lo había
obsequiado, así como los comentarios acerca de la vida y motivos que empujan a las
personas a vivir en la calle. El mendigo tenía todos los cálculos configurados
en el blog de su vida, así como las posibles rutas a seguir por el horizonte de
la existencia.
Pensaba Boni que la
vida es un martirio, un teatro, un montón de contradicciones e imposiciones que
a nada conducen en la mayoría de los casos, y que el menesteroso con el perro y
la mochila a cuestas no precisaba de nada más para sentirse reconfortado, tan sólo
algo que echarse a la boca para matar el hambre.
Más adelante por veleidades
del destino Boni se quedó en la ruina, y emigró a Alemania buscando un futuro mejor,
y al poco tiempo de estar navegando por aquellos teutónicos parajes se enamoró perdidamente
instalando el nido en Berlín, donde ejercía su trabajo, y se cumplió el refrán,
boda
y mortaja del cielo baja, encontrando
allí su media naranja.
Estuvieron viviendo
en distintos lugares de la ciudad, y finalmente se establecieron en la calle de
los Enamorados, el nombre se debe a una leyenda del lugar que habla de unos
amantes que vivieron en un período de entre guerras brotando entre la barbarie
el amor, quedando como testigo el mencionado topónimo.
En aquellos años de
abundancia la vida le sonreía a Boni, sintiéndose el más feliz del mundo. Todo le
salía a pedir de boca, gozando de un paraíso personal, pero tanta tranquilidad
y bonanza llegó a empalagar a Boni hasta el punto que ya le aburría, no
encontrando algo que le motivara o entretuviese cayendo en el más profundo tedio.
Un día, sin esperarlo,
se personó la policía germana en su domicilio y sin mediar palabra lo esposaron
sin más explicaciones, y le llevaron en el vehículo policial a los calabozos
del distrito; al parecer se debió a una confusión, por la sospecha de que fuera
un testaferro más del mismo Hitler, cosas
veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras, pero quedó absuelto a los
pocos días.
Con el paso del
tiempo se agrietan los tejados de las casas y ceden los cimientos apareciendo
arrugas en la mirada, en los sentires. El caso era que las relaciones de la pareja
se fueron enfriando como el viento berlinés generándose entre ellos una montaña
de malentendidos, insultos y desaires impidiendo la convivencia, echando cada
uno por su lado de mutuo acuerdo.
Un día de primavera
Boni, frisando los sesenta, se encontraba en vías de la prejubilación, cuando le
tocó el premio gordo del Euromillón. Tan súbito advenimiento con la ingente
cantidad de dinero le pilló con el paso cambiado y perturbó sobremanera, torciéndole
los planes, y decidió irse a vivir a Marbella remedando a los jeques árabes, evocando
aquella melodía que tantos buenos recuerdos le traían a la memoria.
Según trascurrían
los días no sabía en qué invertir el tiempo ni el dinero, o a qué empresa o
actividad dedicarse ahora. En sus relaciones sociales con fiestas, francachelas
y guateques puso todo el empeño, pero donde lo tuvo más claro fue en enamorarse
de una italiana de ojos tentadores y arrollador estilo llegando a no poder levantarse
del asiento ni dar un paso sin su aprobación, comportamiento a todas luces impropio
y raro del proceder humano, convirtiéndose en una perturbadora obsesión en su
vida.
No había corbata,
gafas o zapatos por los que no le montase ella una bronca, por considerar que
no se adaptaba a la moda o a sus gustos preferidos. Eran tan enormes los
problemas e inquietudes que le aquejaban que cansado del mundanal ruido se
retiró a un pueblito de la India buscando paz interior haciéndose monje budista,
rapándose el pelo y luciendo sandalias y túnica.
Allí cambió su
visión del universo, y los pensamientos iban poco a poco tomando cuerpo,
encontrando lo que buscaba, un mundo de aguas tranquilas y la creencia en él
mismo, aceptando sólo aquello que le diese sentido a la vida.
Dos décadas pasó
entregado a la meditación y servicio al Supremo Buda, cosa que aceptó de buen
grado para desintoxicarse y reencontrarse consigo mismo, y una vez restañados
los desconchones síquicos, volver al mundo de los vivos, al ajetreado picoteo de
los ecos mundanos y alegres movidas, arrojándose de cabeza a la corriente de
los días viajando a los más prestigiosos lugares: Londres, París, Nueva York,
las Vegas, etc…, pero donde recaló más ufano y placentero con un espíritu nuevo
fue en Marbella.
Allí se compró Boni
un piso de lujo, cosa que no le producía ningún perjuicio pecuniario, y no
encontraba tampoco el suficiente tiempo ni alocadas diversiones para fundirlo.
Una tarde que invitaba a pasear salió a estirar las piernas por las calles del
centro urbano, cuando de sopetón vislumbró en la esquina de una calle a
Daniella tan radiante y bella como siempre vendiendo flores en un tenderete el
día de los Santos, y se saludaron amablemente, deseándole lo mejor.
Mas según pasaban
los meses y los años le apretaba más si cabe el zapato a Boni, y los trinos de
las avecillas no le deleitaban tanto, acaso fuese por ir perdiendo audición o
agilidad mental, no encontrando lo que ansiaba pese a sus desorbitados
caudales, y es que hay cosas que ni se compran ni se venden.
Mientras tanto la
vida sigue, y algunos fines de semana fletaba una avioneta rumbo a Venecia o al
casino de Montecarlo entreteniéndose en sus juegos preferidos, o echando tal
vez una cana al aire, mas es de sobra conocido que los despilfarros no son
buenos consejeros, causando cuando menos se espera un fatal desenlace.
A la sazón le seguía
los pasos una mafia de estafadores que se le cruzó en su camino secuestrándolo en
el preciso momento en que se disponía a ir a los carnavales de Venecia, exigiéndole
una cuantiosa suma por el rescate, acarreándole unas terribles convulsiones y no
pocas noches de insomnio. Los delincuentes sabían de buena tinta que Bonifacio
nadaba en la abundancia, de manera que le obligaban a desembolsar un dineral,
si quería salir airoso del agujero en que lo habían metido.
Estando preso
pasaban por su mente los más extraños pensares y un carrusel de remembranzas de
toda índole, como los versos del monólogo de Segismundo de La vida es sueño de
Calderón: ¡Ay, mísero de mí, ay infelice!/, apurar cielos pretendo/ ya que me
tratáis así/, qué delito cometí/ contra vosotros naciendo/, aunque si nací ya
entiendo//” … o la pléyade de escritores que en los momentos más álgidos de su suplicio
alumbraron no pocas joyas inmortales, pasando a la historia como lo más saneado
de la literatura universal.
Pero los aires de
Boni no transitaban por esos derroteros, pues no poseía arrestos ni el duende para
elevar el espíritu y estrujarse las meninges, sacando provecho a las horas
muertas que pasaba en la lóbrega mazmorra.
Las noches se le hacían eternas, e imaginaba
en sueños salidas felices a lugares paradisíacos, alimentando envidiables proyectos.
Un día tuvo la idea de sobornar a los tres guardianes del confinamiento,
dándose a la fuga en un helicóptero con la escolta, y se plantaron en una isla solitaria
de las Maldivas rodeándose de fieles servidores, con el lema, poderoso caballero es don dinero,
viviendo como reyes tras la rocambolesca odisea.
Allí trascurrían sus
días disfrutando del buen yantar, los encantos del lugar y el benigno clima,
pero como el oleaje del mar de la vida es tan cambiante y muda a veces en un
suspiro, ocurrió que la ola de felicidad crujió de golpe, y un repentino
tornado se los tragó y nunca más se supo de ellos, resultando inútiles los
esfuerzos para rescatar sus cuerpos.
Por tales avatares
del destino pasará a la historia Bonifacio con esos insondables rotos, semblanza
que a nadie engorda ni enorgullece llevar en la solapa.
No hay que olvidar
las aventuras del bueno de Boni, que según se supo por unos maltratados
documentos encontrados en una redada de la policía por las henrico tabernas, que
había sido secuestrado por Eta y confinado en un zulo.
La vida da tantas
vueltas que nunca se sabe a ciencia cierta cuál será la última gota de agonía,
o las primicias de una súbita alegría.
3 comentarios:
Rocambolesca historia, divertida,atrapante, absurda, loca de atar, irónica, y muy jugosa.
Enhorabuena!!!
silvio rivas
Muchas gracias, Silvio, tú tan activo y diligente como siempre.
Acabo de verlo.
Me gusta, original, chispeante
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