1 –La guinda.
En un abrir y cerrar de ojos engulló Bartolo la guinda mezclada con piña y queso y sintió unos resplandores como nunca había experimentado, parecía que saboreaba un exquisito manjar traído de allende los mares con los encantos con que se envuelven en los parajes caribeños. Fue, según cuentan, un bocado de cielo, algo fuera de lo común que les infundió excelentes sensaciones por todas las células del cuerpo.
La pena que le embargaba era que lo presentía escaso para sus enormes ansias repentinas que le entraron al contactar con sus aromas. Sin embargo llegó a la conclusión de que en adelante, cuando se encontrase deprimido, con el ánimo por los suelos, se prepararía un buen plato de pinchos a base de guindas, queso, piña y vinagre balsámico de Módena, y conseguiría lo que no está en los escritos, reírse de todas las calamidades del cosmos.
2 –Alga de mar.
En qué estaría pensando Luisito cuando su madre lo sorprendió exhalando un olor a mar, a auténtica sal extraída de las profundas cavernas marinas y permaneciendo obnubilado por las excitaciones que se agolpaban en su paladar. Luisito no acertaba a deslindar un sabor de otro, se perdía turbado entre los bordes de la mar sin saber a qué carta quedarse, entre el picorcillo y la alegre dulzura de su textura hasta el punto que imaginaba que ingería un conglomerado infinito de productos marinos mezclados entre sí con el agua untada de aleteos marinos nunca vistos, caracolas, pulpos, jibias y diferentes cangrejos. Un pincho que se clavaba en el sentido y abría de par en par el apetito de la vida.
Y sin avisar, llegaba como la primavera y lo dejaba todo revestido de una tupida cortina de erotismo culinario.
3 –Tortilla a la japonesa.
Su corazón duro, insensible, empezó a soltar paulatinamente unos destellos de arco iris de inhóspitas sensaciones que se disparaban como el fuego a través del paladar por todo el entorno embadurnando con su recio cuerpo las exangües vitaminas que aún sobrevivían entre los resquicios del ambiente.
Una voz le decía, no te resistas, necia, serás masticada como el león tritura a su presa y no quedará de ti ni rastro. Aunque en un principio te envalentones, tarde o temprano, tortilla a la japonesa, incluso sacando tus ásperos aguijones, casi metálicos, a la postre, irás poco a poco ablandando o derritiéndote como un acaramelado flan. Y si quieres emular a la tortilla francesa o española necesitarás echarte en remojo al menos veinticuatro horas y propinarte una sutil paliza antes de arrojarte a las entrañas infernales del aceite hirviendo en la sartén, y a buen seguro que triunfarás, que te saldrás con la tuya acaparando los piropos más dulces jamás oídos incluso fuera de tus fronteras.
4 –Pincho de jamón con huevo de codorniz.
El rico jamón hizo una de las suyas y se fue trasformando lujuriosamente en una sensacional papilla penetrando por la angosta garganta contra viento y marea, abriendo los intersticios del alma y despertando a la llamada de la vida de manera fantástica al recibir el sólido y compuesto alimento fortaleciendo la fragilidad que nos circundaba con rojizos pellizcos de cerdo y la clara y la yema de codorniz.
En los ratos turbios, de espesa niebla, en que vamos desnortados y tambaleándonos por polvorientos caminos, una buena receta para generar entusiasmo e ingenio será sin duda degustar pinchos de jamón serrano con huevos de codorniz, hágame caso querido lector, será la mejor medicina para espantar los miedos y cubrirse de gloria, de un manto de beatífica luz y podremos entonar con la boca llena un sinnúmero de aleluyas, ya que se acabará de una vez por todas cualquier indicio de crisis pandémica.
5 –Pincho de remojón granaíno: bacalao, patatas, olivas, aceite y sal.
Aquel día Alberto se saltó la norma cogiendo el bañador y la toalla rumbo a lo desconocido, pensó él, aunque la cosa estaba cantada. Tomó los utensilios indispensables para gozar de un remojón en la alberca que había según se sube por la loma del Corralillo del pueblito. Pero aquel día se llevó un chasco descomunal porque la halló vacía, debido a que el dueño la había desprovisto de la compuerta a fin de regar los sedientos campos y no contenía ni una gotita de agua. El remojón se difuminó como breve tormenta de verano.
Sin embargo, finalmente tuvo una idea que le despejó el horizonte. Se acordó del remojón tan original y sabroso que preparaba su tía Engracia, y ni corto ni perezoso encaminó sus pasos en esa dirección. La mezcolanza mental del remojón fallido y el hallazgo fortuito del excelente remojón de su tía se revolcaron en su presencia descaradamente con distinto sabor, logrando al final salir victorioso de la tremenda frustración de que fue objeto cuando arribó a la alberca y observó que sólo habían quedado dentro restos de ranas, sapos, basura, alguna maltrecha prenda íntima y un rijoso lodo.
6 –El queso y el pavo.
El hombre andaba sin rumbo, totalmente perdido, le desagradaba sobremanera la labor que desempeñaba en una fábrica de quesos. La alergia que padecía no le permitía aproximarse apenas a los condimentos que manipulaba y que debía revolver con parsimonia para la obtención de tal producto, por lo que al poco tiempo de entrar a trabajar en dicha fábrica se vio obligado a pedir la baja por enfermedad muy a su pesar, pues no estaba el horno para bollos, sobre todo por la grave crisis que reinaba en ese período.
Cuando transcurrió el tiempo reglamentario de baja, pasó a engrosar las listas del paro, al no poder incorporarse de nuevo a su antiguo empleo. Ante la apremiante necesidad de encontrar trabajo que tenía, comenzó a recorrer distintos lugares, variadas empresas, pero a cualquier parte que llegaba con el currículo le daban con la puerta en las narices. Se sentía triste, desesperado, destrozado.
Un buen día se cruzó en su camino una gigantesca granja de pavos, se detuvo ante ella saboreando las mieles del éxito al pensar, esto sería una magnífica solución para mí en el estado anímico en que me encuentro últimamente. Después de calibrar los pros y los contras se acercó a la oficina y entregó su currículo, llenándosele la cara de alegría al ser admitido de inmediato.
Mas cuando corría el aire de tramontana y le traía el horroroso olor a queso, se le inflamaban las meninges y le provocaba nudos en la garganta de suerte que se le atragantaba el pavo que comía hasta llegar a encontrarse atolondrado, absolutamente incapacitado para cualquier actividad laboral o de relax, y por supuesto no podía tragar ni bocado, con lo que le fascinaba la carne de pavo, era para él algo mítico, hasta tal punto que entraba en tales circunstancias, sin saber cómo, en la etapa de cuando tenía la edad del pavo.
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