jueves, 18 de marzo de 2010

Paso palabra


No me eches el muerto, pásalo sin dilación a otra persona como si fuera la palabra que lo representa, pues las palabras se las lleva el viento. Que rueden los muertos de mano en mano como las monedas, como una llamada de teléfono donde vuelan atropelladamente las voces, achuchándose unas a otras, yendo del hablante al oyente a través del canal.
Hace tiempo que me acontecen algunas aventuras extrañas. Una de ellas se debe a las palabras, he de reconocerlo. Me pesan mucho, en especial las esdrújulas, creo que no las trago porque no las comprendo en su verdadera dimensión, tal vez por ser tan enigmáticas, y no digamos los sobreesdrújulos, ahí ya no hay forma de hincarle el diente, de hallar palabras llanas, sencillas que lo aclare, parece que no tienen corazón o hartura con tanta hojarasca y tallos como le florecen por todas partes, y sucede que cada vez que asoma una por la ventana enseguida te echas a temblar, pues deja pringando la casa, las ropas, el entendimiento, como si entraran a saco tropas enemigas en una auténtica guerra de asalto y pillaje resquebrajándose hasta los cimientos del pensamiento, es decir, que lo dejan a uno hecho un asco, con los hechos heroicos o las tristezas más horrendas que se puedan contar con ellas, al ir acumulándose en multiformes montones de excrementos físicos, metafísicos o morales.
Los contenedores, a buen seguro que se quedan atrás en aromas estridentes cuando se vislumbran por lo alto del callejón las esdrújulas o los sobreesdrújulos con sus perfumes, de ahí que esos vocablos no haya manera de poder pasarlos a nadie que sepa su ADN, a no ser que se mastiquen concienzudamente extrayendo la esencia, ya que los rechazan. Además rara es la vez en que no llegan a tu vida como simples okupas adueñándose de repente de excesivo espacio en la cavidad bucal, y encima se quejan de mal trato por el hostigamiento de la estrechura y salen desbocados como toros a la plaza, una vez que los colocas en fila para pronunciarlos, y te das cuenta de que ni suena en condiciones la úvula o campanilla del velo del paladar, ni nada de nada, pues le falta alimento, aire a las criaturas para emitirlas.
Ya está bien de tanta insistencia en paso palabra, y sobre todo sin especificar; habrá que hacer distingos entre las más dóciles o las menos corrosivas para que los más rebeldes a la recepción puedan dormir tranquilos protegiéndose de la metralla connotativa que en determinados momentos o situaciones límite conllevan.
El otro día un amigo pensó que sería bueno llevar a cabo
un lifting en la cara principal de tales palabras o realizar en el vientre una liposucción, donde más masa literal hay, al aire libre para que nadie se intoxique de su veneno, en la parada del metro o en la salida de un campo de fútbol y todos aplaudan por la hazaña.
Tal vez fuera todo un éxito pasar palabra donde más amor le dispensan, un foro de Chat de Internet, una sesión parlamentaria de políticos en el congreso, o en una clase que se imparta la enseñanza de un idioma, que seguramente que ya las tengan amordazadas o cautivadas por la cantidad de cadáveres lingüísticos que habrán pasado por su piel y lo más probable es que les resbalen.
Sin embargo es chocante y no se entiende el porqué nadie puede vivir sin pasar palabra, continuamente están largando, enviando SMS, fax, e-mail, cuya materia prima son las letras, como se sabe, y precisamente lo que están realizando es eso, pasar palabras encadenadas formando un puente comunicativo que no tiene fin.
A los niños cuando son pequeños le cantan nanas para dormirlos meciéndolos en la cuna o les cuentan cuentos según van creciendo y se quedan extasiados escuchando las aventuras de las heroínas, de los héroes, los cerditos, el lobo y funciona como alimento, como si se nutriesen más de las palabras que de la teta de la madre o de los potitos o plátanos aplastados que les daba su abuela.
En cierta ocasión un niño lloraba desconsolado, como si lo estuvieran matando, y cuando le pusieron en la tele una historieta de dibujos animados se le cambió el rostro y se puso a sonreír como si entendiese todas las palabras que pronunciaban los animalitos del bosque encantado.
Las palabras que se ponen pesadas pronto nos las quitamos de encima de un manotazo como mosca molesta, y a veces son las primeras que se quieren pasar al que se considera el enemigo para hacerle la pascua, pero no para divertirse con ellas jugando o tirándoselas como pompas de jabón, de ahí que se puede arreglar en estos casos el entuerto convirtiéndolas en juguetes que sean del agrado de la persona a la que se la pasamos, y así lograr conquistarla con floridos y bonitos crucigramas que lleven brillantes rayos de sol con ramilletes de flores o dulces trofeos de oro, todo confeccionado con rico chocolate, untándolo en las palabras antes de pasarlas a los demás.
De esta forma las palabras tediosas u horribles las transformaríamos en una rica aureola que fuera la envidia de los respectivos oyentes o lectores, de tal suerte que todo el orbe quisiera asistir al festín, atrapándolas, abrazándolas de todo corazón.
La incomunicación, la depresión, el estrés, la ansiedad son los enemigos primigenios del paso palabra, por el estado anímico en que se encuentran. Así que gritemos todos con fuerza, “viva el paso palabra”, que no decaiga la fiesta, y perdure por los siglos de los siglos.

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