sábado, 17 de abril de 2010

Evocando a Cervantes en el día del libro



Era preciso desencantar a la sin par Dulcinea. El mesmo don Quijote teníe muchas dubdas de que anssi fuesse y sobre el estado en que se hallaría.
En medio del revuelo que se armó en esas circunstancias dixo don Quijote: sabed vuestras mercedes que mi amantísima señora, dechado de singular simpatía y belleza y por la que soy arrastrado a recorrer inhóspitos territorios y países cuantos haya menester por escrutar su paradero atravesando castillos, calles y plaças por hallarla viva, e buscando de camino un médico que la levantase del postrado estado en que se encontraría imponiéndole las manos o administrándole algún ungüento milagroso que le hiciese volver en sí y anssí vivir feliz soñando en grandes venturas.
Sancho que está escuchando las proposiciones y agudos argumentos de su amo rascándose el cogote le dice apresurado: querido don Quijote, non sé commo fazer para solventar questa inquisitoria por su parte para satisfacer vuestras ansias de restablecer de esa guisa lo anterior y tornar al estado primigenio olvidando todo lo acaecido y mostrando anssí una fuerza suficiente para que honestamente salga a la luz todo el embrollo asaz contenta e segura porfiando por una auténtica libertad y sigamos en la travesía como antes lo veníamos faciendo y lo ficieron nuestros ancestros.
Todos los avatares se ficieron a la luz de la luna no sabiendo la estoria verídica de lo que aconteció tanto a ella como a los acompañantes, pues fueron sorprendidos en pleno bosque perdiéndose entre las malezas y la espesura que por allí reinaba raptando a Dulcinea en un pis pas, que por ser bien criada y de familia de alto abolengo no respiró y permitió sin resistencia ni quejidos que la atasen de pies y manos y se la llevasen de esa guisa sin grandes alharacas ni sollozos como si fuesse socorrida por aquellos malvados melindres.
A ciencia cierta que la escondieron en algún refugio de los que ellos frecuentan día y noche pero de todas formas un sitio desconocido ubicado en alguna facienda del espeso bosque, porque ella con mucho sigilo non quiso inmiscuir a los demás en aquella mala faena. No obstante ella fazía lo indecible por no dexarse abrazar por ellos, pero les había prometido que si la entregaban a su señor sana y salva no diría nada en su contra dellos. Las huestes que les seguían los pasos entraron en la facienda con los criados que les acompañaban, sus fijos y algunos ricos omnes e hidalgos que por allí cazaban, e dixeron al jefe del grupo de viva voz: soltad cuanto antes a Dulcinea, cobardes, porque corréis el riesgo de ser atacados por nuestras mesnadas, al frente de las cuales vendrá el inmortal e insigne caballero andante don Quijote, grant conocedor de los mayores subterfugios habidos y por haber, vencedor de mil batallas, que donde pisa no vuelve a nacer la hierba, y en consecuencia será irremediablemente buscada y hallada para vuestra perdición.
Alguien apuntó sotto voce fasta llegar a oídos del jefe de los bandidos que el que los arrasaría sería el propio prometido y enamorado de Dulcinea y lo más probable es que incendiase sus posesiones y aniquilaría todo cuanto poseyesen esquilmando las tierras como nunca jamás habían imaginado. Ante tanta presión y buen aprovisionamiento de los enemigos ellos contestaron que sólo querían agasajarla y ofrecerle parabienes y buscarle un lugar seguro donde las fieras del bosque no la devorasen ni algún desaprensivo le causase daño alguno.
Oído lo cual, finalmente don Quijote dixo: ¿quién sodes vos, caballero, e qué habéis venido a buscar en estos pagos que tan ingratamente los estáis tratando. Pensad que yo vivo plácidamente conforme a la ley y me dedico a hacer el bien a los necesitados y no puedo consentir tales desmanes, sea quien fuere la víctima.
Toda la comitiva desplegaron velas y comenzaron a desentrañar la sua ruta por do habían huido con la doncella, pero no husmeaban ni la más mínima huella de semejantes forajidos. Entonces en la lacería que padecerían y en la angostura de la senda por aquellos andurriales, allí se expresaron anssí: qué breve y diminuta es la estancia acompañada de bienaventuranza y felicidad en este oscuro mundo. E reflexionaron sobre los deleytes de la vida que ha sabor el ánima y continuaron preguntándose ¿cómmo sucede esto agora tan ominoso y forte que transporta al ánima a la pena perdurable?
Al cabo de un lapso de tiempo se oyó el rebuzno de un asno, lo que no quiere decir que cualquier omne tenga por dulce y atractivo algo que es desagradable y estridente llevando un dulzor que se convierte in ipso facto en grant amargura, porque el borrico andaba suelto y lejos de la mirada de su amo al haberse escapado de los dominios de Sancho, que habiéndose quedado dormido aflojó el ronzal y el animal puso tierra de por medio. Pero la cosa no quedaba ahí porque los rebuznos que se oían cerca eran del propio Sancho imitando al jumento como reclamo a ver si tornaba a su redil, a manos de su amo, que se hallaba en una profunda depresión, pues andaba con los calzones caídos y descalzo por las rocas de tanto trotar por aquellos cerros luchando con rebaños de ovejas que se interponían a su paso.
Mientras tanto don Quijote estaba arengando a unos molinos de viento que por allí se movían amenazándoles de muerte, que serían pasados a sangre y fuego si no obedecían sus órdenes, pues consideraba que eran cómplices y peligrosos enemigos, que tal vez, a su modesto entender, serían los verdaderos raptores de su amada señora, y no los pusilánimes vasallos que se escondieron en los refugios de la intrincada montaña.
Ante el temor a que el caballero andante ficiesse una de las suyas, según acostumbraba y temblase el orbe, se fueron amansando y ablandaron sus corazones y dicho y hecho, y al momento apareció Dulcinea ante los ojos del caballero enamorado y la concurrencia más radiante y bella si cabe que antes de su cautiverio.
A parecer la alimentaron con pócimas elaboradas con hierbas extraídas del mismo bosque, que la fizo despertar del encantamiento siendo la envidia de todos los presentes luciendo más que el astro rey.
Y para olvidar todo estos tejemanejes y trapisondas de martirio al que se vieron sometidos, una vez recuperado el asno Sancho, apresuróse a que preparasen unas buenas viandas, empezando por salpicón y queso manchego, brindando con buen vino de la tierra por el feliz desenlace después de toda esta rocambolesca y disparatada tramoya.

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