domingo, 4 de abril de 2010

No, ése no, ése no.


Cuando más tranquilos nos encontrábamos en casa cayó un rayo, llegó la visita del cartero como un mal augurio e introdujo la misiva en el buzón. La carta en sí no encerraba ningún misterio externo, era en apariencia como las demás pero el contenido como luego se verá sí difería de las que te ofrecen parabienes. Pues a veces, cuando trae alguna cosa algo rara o poco grata parece que el olor la delata al tacto. La referida carta portaba una invitación de boda. Con lo que odiaba las bodas.
Aunque parecía inofensiva no estaba exenta de un puro compromiso no compartido en principio, pues conlleva a sabiendas un mensaje especial, un tufillo nada agradable, con unas indicaciones que te obligan a dar el do de pecho en contra de tu voluntad, o a darte con un canto en los dientes por algo que puede quedarte muy lejano y te resbale, no obstante tienes que hacer de tripas corazón y recorrer diversos vericuetos anímicos guardando la compostura para que no se te caiga el alma a los pies, pateando distintos comercios, los grandes almacenes donde han encomendado su deseada lista de bodas con objeto de que cada cual estampe su sello y firma cubriendo el expediente.
En estos casos es aconsejable mirar por el ojo de la puerta, examinar atentamente la relación de artículos que figuran en la lista y no hacer el panoli, es decir, no pasarse en la elección, eligiendo aquello que vaya más acorde con nuestras intenciones para con esa familia, así que todo dependerá del compromiso que uno se imponga, lo que influirá finalmente en nuestra decisión, seleccionando los artículos más corrientes o por el contrario los más sofisticados en función de las inclinaciones más íntimas, sin menoscabo de tu amor propio, procurando capear el temporal, y salir airoso calibrando en su interior calidad y precio.
Una vez abierta la carta, se verificó lo que se barruntaba, quedándonos estupefactos, pues jamás íbamos a sospechar que esto acaeciese con tanta premura y dudosa delicadeza, si se puede denominar así en tales circunstancias, cuando no había ninguna relación entre nosotros desde hacía más de veinte años o más, cuando su hijo violó a nuestra hija en una romería aprovechando la mutua confianza que nos profesábamos en aquel período, unido al exceso y a la oscuridad de la noche, dispersos en mitad del campo. Era algo insólito.
De ahí en adelante ya se podía hacer cábalas sobre semejante evento, cavilando a cerca de si aquello iba en serio, era una tomadura de pelo o una simple provocación de las muchas que ocurren en la vida. No era difícil llegar a tal conclusión por las torcidas interpretaciones que surgían y más si cabe por los problemas que se cernían sobre nuestras cabezas en aquellas calendas, o acaso resultaba ser un acto de confraternidad, de sincero arrepentimiento, para restañar los desconchones de nuestras vidas anhelando que las aguas volviesen a su cauce, y por ello se dignaban realizar esa atención; aunque haciendo un poco de memoria la cosa no daba para mucho porque de los dos hijos mayores que se habían casado no se había recibido ninguna invitación demostrando la tesis citada, en cambio ahora con la hija que les quedaba cambian de opinión, como si sus oscuras veleidades se hubiesen desteñido, y por su cuenta y riesgo acordasen introducirnos en el círculo de los privilegiados, en el mismo festín suyo, vaya usted a saber el porqué, aunque viéndolo en positivo no sería complicado desentrañarlo, al observar que en la etapa en que se casaron los otros hijos las deudas nos asfixiaban, y nos encontrábamos al borde de la bancarrota, hundidos hasta las cejas, y no nos consideraron gente de su confianza, o que no dábamos la talla porque no se vislumbraban sólidos argumentos que justificasen tal proceder.
Sin embargo en estas fechas, como gracias a dios gozamos de buena salud económica, porque nuestra empresa ha mejorado y va viento en popa, puede que hayan recapacitado cambiando de opinión. El caso es que sin esperarlo hemos recibido la indeseable invitación, que más que nada se puede interpretar como una bofetada, se diría que nos han arrojado un escupitajo a la cara, dado que nos están tratando como si adoleciésemos de honestidad, pues cuando les conviene obran de una manera y cuando les apetece nos borran de mapa de los amigos; así por encima la cosa tiene visos de prepotencia y descaro.
No había nada más que observar la letra utilizada en la invitación, en la que se reflejan los rasgos distintivos de su rostro sin que se dieran apenas cuenta, unos renglones bizcos, desaliñados con un tono sarcástico. No cabe duda de que entre línea y línea había mucho que descifrar. Proyectaron su careto sin pretenderlo en las grafías y acentos de suerte que nada les era ajeno, y no desmerecía en cuanto a textura, trazos y pintoresquismo.
La lista de bodas iba bien surtida, con una rica gama de artículos de todas las clases y gustos, pero no hay que olvidar que el invitado siempre dispone de la última palabra, así que dependerá de él dicho regalo, pese a quien le pese, e irá en consonancia con el parentesco que se tenga o la estima que se sienta. En estos asuntos tan híbridos salen a relucir de una u otra forma bufonadas o actuaciones muy versátiles. Y ahondando en las adversidades y contradicciones del ser humano, de esa guisa fue discurriendo el caudal del diálogo familiar:
-Dolorcitas, ¿qué le regalamos?
-Lo que quieras, mamá, tampoco merece la pena perder la cabeza por tan poca cosa.
-Si por mí fuese le regalaría algo muy especial, peor que carbón, tan especial que no se sirve en tiendas, porque eso se tiene o no se tiene.
-¿Qué insinúas, mamá? No seas tan rebuscada, no te vayas por los cerros de Úbeda, la novia no es una desaborida y suele guardar la compostura. Aunque no sea muy de nuestro agrado, y poco agraciada físicamente. Pero de eso ella no es responsable, como tú comprenderás. Mamá, por lo menos vamos a intentar quedar medianamente bien y punto.
-Por supuesto que sí y no como otros que no quiero citar, pero eso no quita para que les dé su merecido, ¿comprendes?. Sabes, nena, que tengo una jaqueca que no puedo con ella.
-Mira mamá, ¿qué te parece este juego de té, parece mono, con una decoración muy original, vamos, que de buena gana me lo quedaba para mí..
-Dolorcitas, no, ése no, ése no, no vayas a acabar conmigo, mira que me da un trombo. Quítalo de mi vista, primero porque es caro, y segundo que no estoy dispuesta a que presuman ante los allegados y amigos con mi dinero. Antes prefiero verme muerta, busca cualquier chochajo, algún bolso de chollo o un jarrón decorado con aves de rapiña, que creo que no les iría nada mal con su imagen grabada a sangre y fuego, y saldríamos rápido del paso.
- Mamá, qué tonterías, oye, y aquél que está detrás de la columna, puede ser útil y posee buenas hechuras.
.-No, por favor, ése no, ése ni hablar. Tráeme un vaso de agua corriendo que me derrumbo; ése me recuerda lo que me regalaron el día de mi boda, maldita sea la hora y la mano que me la entregó, que vistió de luto mi vida.
Aquella trituradora que le regalaron tronchó la tierna vida de su bebé. Y le evocaba aquellos tiempos cuando la cogía para triturar carne, frutas, verduras, siendo la causa de la muerte de su hijo con cuatro añitos, al atravesarse en mitad de la garganta la horrible albóndiga que había preparado con sus propias manos, la trituradora fue un triturador de hombres, no tuvo corazón, dejando entero el duro hueso que se le clavó como un puñal segando la incipiente vida de tan inocente criaturita.

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