Como habían llegado a la conclusión de que vivir era un asunto urgente, sin más dilaciones ni suspicacias se pusieron manos a la obra.
Empezaron por los faunos, las ninfas, los centauros y el Minotauro, acaso atraídos por los vívidos bocetos de Picasso en sus torrenciales años de creatividad y alegría de vivir, en que la sexualidad explotaba en los lienzos, los desbordaba, viviendo para el placer, tanto estético como sensual, desmontando miembros entremezclados, genitales, hímenes, y desmenuzando las raíces, los misterios que encierran estos seres, descifrando la genealogía. Así, catalogaron al Minotauro como el toro de Minos, el rey semilegendario de Cnossos, un auténtico monstruo nacido de los amores del toro con Pasifae, la mujer de Minos. Mitad toro y mitad hombre, que se alimentaba de carne humana, y residía en el laberinto de Creta, hasta que acabó con su vida Teseo. El Minotauro supone, simbólicamente, el predominio de lo animal sobre lo espiritual en el hombre.
La concepción griega del toro humano antropófago, según algún crítico, preside una teoría: la de la enemiga entre toro y hombre, generadora del espectáculo taurino, en el que el hombre burla y castiga al toro como un desquite por su antropofagia. Esto sería la interpretación mediterránea del mito, que algunos artistas han plasmado con caprichoso concepto, como Picasso en sus dibujos, El Minotauro en familia, o El Minotauro musa de casa; curiosa interpretación familiar y casera del mito.
Ningún artista plástico ha convertido en símbolo tan recurrente la iconografía del minotauro como Pablo Picasso. Este animal híbrido aparece en muchos de sus trabajos, especialmente en los que corresponden a la década de los 30.
De esta manera, el minotauro se convertiría en una especie de “alter ego” del artista, por medio del cual éste retrata los avatares de su vida íntima. Cabe destacar que la identificación del pintor con figuras de sus lienzos es común: en su “época rosa” proyectaba sus experiencias en el personaje del “arlequín”, mientras que en los años 50 se identifica con el protagonista de la serie de El pintor y la modelo.
Según otras fuentes, es una personificación solar, a la vez que una de las antiguas leyendas sobre el primitivo culto al toro.
De todos es sabido que la fiesta de la muerte del toro viene a corroborar, en parte, estas hipótesis, que estriba en la artística mofa del animal con temerarios pases de pecho, desplantes y enfervorizados olés en un clamoroso flamear de pañuelos, concluyendo con su derrota –la tragedia sería a la inversa-, cayendo en redondo en la arena ante la mayestática imagen del maestro entre una lluvia de aplausos, flores y trofeos.
No cabe duda de que en el devenir de los días andamos perdidos, nos sentimos movidos por otras mordidas, por otras cornadas, ajenos a lo que en realidad reina en la grandeza humana y en las memorables páginas de la vida; ya que si se atisbasen meridianamente los fogonazos, a buen seguro que no figurarían en el altar del olvido, en la soledad de los cementerios, sin afecto, sin primavera, algo impropio de personas ansiosas por desentrañar las singulares remembranzas y efluvios más plausibles del cosmos.
Las mentes se adocenan, instalándose en unos parámetros a ras de tierra, sin prometedores empresas y sugestivos arco iris, como no sean los de su propia denigración por el prurito de que lo han engullido en algún foro, y se dejan llevar por los suspiros de reptiles que se arrastran por lodazales y escombreras, luciendo los brillos de los detritus, encorsetados a veces en voluptuosos labios de un perfil estirado o de blanqueados famosillos de poco pelo, que suben y bajan como un tío vivo, que aparecen y desaparecen por las aguas de la pantalla, embaucando a la inexperta clientela con la pérfida estela que destilan en francachelas o rancias y nocturnas norias u oscuras parrillas, unas veces eructando con la boca llena de monsergas, otras, comiendo pizza o la manzana de la discordia, tergiversando los ecos mundanos, las prontas lecturas, los viles devaneos de auténticos comparsas, que, como buenos amigos, incomprensiblemente se arañan, besan o desean la destrucción o la muerte de manera zafia, sin hilvanes que vengan a cuento, impregnándose las paredes y las miradas, el cielo y el suelo de mugre, de trocitos de mordida envenenada, o de lo que escurre de las comisuras de los labios, acumulando gavillas de desaires, cobardías y desechos, desembocando en el sencillo público, un auditorio propicio que traga a manos llenas, distraído, surgiendo posteriormente la brutal algarabía, el sublime estruendo, disfrutando a la postre del rico maná, con el que se sustenta el espíritu, y monta endiablados saraos, espectáculos florales o veladas, aunque vaya el buque a la deriva o cargado de vanas promesas, donde no baila la beldad ni la bondad, ni se come el pan tierno de toda la vida, o el candoroso cordero, ni se levanta la copa de oro de la utopía, que enciende la lámpara de los siglos de las luces, de los grandes despertares, de filósofos e ilustres pensadores que en la tierra han sido, como los enciclopedistas y filósofos franceses, Diderot, D´Alemberg, Voltaire o Montesquieu, o el infatigable Cicerón, con la famosa Catilinaria “ Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra” (Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia), o los ínclitos helenos, Parménides, Aristóteles, Sócrates o Euclides, y un interminable retablo de lumínicos faros que duermen el sueño de los justos.
Las loas parece que muchas veces son caprichosas, van al son del viento, al norte, al sur o al sol que más calienta, ya que los elogios pueden multiplicarse subjetivamente hasta el infinito, y de esa forma, la ceguera, la necedad, la pedantería, la pereza, el placer, la ebriedad, la contumacia, la intemperancia, la solidaridad, la locura, el altruismo, las crisis, los amores, puede que paradójicamente coadyuven a caminar, aportando cada uno su granito de arena, cada uno a su aire, después de muchos tiras y aflojas, y todo ello, tal vez, nos conduzca a los parajes más límpidos y transparentes de la consciencia humana, porque quién no pone en duda, a bote pronto, que dar la vida por alguien o quitarse el bocado de la boca para dárselo a otro no es de locos, o desprenderse de un órgano para salvar a un semejante o arrojarse a la mar bravía entre tanto tiburón para rescatar a un náufrago no es pura vesania.
Por ende la locura en el fondo amamanta las motivaciones de las criaturas, es la madre que nos protege sin percatarnos de ello, que ayuda a vivir de una forma más urgente, descubriendo exuberantes y ubérrimos frutos, que después la humanidad sabrá agradecer trasmitiéndolos sin recato de padres a hijos, y de ese modo se incrementarán las ansias de luchar por la vida y la concordia, y se saciará la sed de justicia de los pueblos, que piden con desespero sustento, ayuda, soplos de consuelo y agua para regar el estío interior.
Por lo tanto, no hay que titubear más, vive, y piensa, que es gratis, y se abrirán las ventanas por donde entren los rayos de esperanza, del buen obrar, penetrando en la oscuridad de las tinieblas, en los cerebros atiborrados de pútrida mescolanza, que pulula por los muladares más sofisticados, donde apenas luce el sol ni compensa estacionarse ni un instante. Por ello, es preferible pensar, pensar en libertad en mitad de los altozanos, en los valles, o donde a cada cual le plazca, reencontrándose en la soledad consigo mismo, discerniendo lo abstruso de las esencias, de las certezas contrastadas, que nos legaron los numerosos sabios que por el mundo han transitado.
En cuanto al logro de la longevidad, en la pugna por un vivir urgente, se perfilan como algo aleccionador ciertas pautas de conducta, que a buen seguro ayudarán a tal fin, como son, darle sin miedo al zapato, tener mucho trato y retirarse a tiempo del plato. El hecho de poner en práctica estos axiomas abrirán las puertas al funcionamiento de la maquinaria humana, vísceras, pulmones, cerebelo, páncreas, corazón, impulsando el acoplamiento de los motores y el engrase interno, resultando la vida más tierna y llevadera, discurriendo por unos vericuetos lúcidos, limpios de ripios, de virutas, apareciendo enjutas las travesías, al ser empapado el sudor de la pena, y de esa guisa se permitirá el libre intercambio de transeúntes, viajeros, peregrinos, que acaso sea lo que verdaderamente enriquezca la música de nuestros violines, de nuestras visiones de ensueño, de cálidas alboradas o románticos atardeceres en marítimos acantilados o en playas de cálida arena, siendo acariciados por los besos de las olas, que van y vienen en un acto humanitario, de perro fiel, que obedece las delectaciones del dueño.
Otras veces, tal vez suspiremos por el libre albedrío, tumbados al sol, ensimismados en insondables elucubraciones, rompiendo moldes o los fríos hielos de invierno, o sacudiéndonos el intruso que se ha enquistado en nuestro hábitat, emponzoñándonos la existencia con disparatadas musarañas, cayendo en lo contrario de lo que a toda costa se quiere evitar.
Ahora que las crujientes castañas se ofrecen como alternativa al rutinario silencio de las tardes deshojadas, sombrías de otoño, surge la oportunidad de degustar los nuevos placeres, el Carpe diem, las envidiables y secretas sorpresas que se esconden tras los musgos, el murmullo y las amapolas de los muros, o merodean por lugares solitarios, y luego se expenden por rincones, calles y plazas, en risueños tenderetes, por un módico precio de empatía y autoestima, siendo preciso armarse de valor y abrir los ojos del alma, de la comunicación, de los pesares y pensares del precario monedero y comulgar fugazmente con ellos, en un acto de buena voluntad, de hermanamiento con la madre naturaleza, echando las campanas al vuelo y a la basura los sinsabores, y navegar por el cauce de una savia renovada, de un exultante vivir, paladeando salsa y merengue cubano, pimientos del piquillo o rabos de lagartija, soltándose el pelo, cantando bajo la lluvia, mojándose el culo, investidos de viva sensatez, de las sustancias que nutren el área de descanso de la mente, cimentándonos en la firme confianza de nosotros mismos.
Sólo resta informar a la tripulación y a los pasajeros del vuelo 1980 de Etihad a las 17´30 rumbo a Dubai, a cerca de los consejos del proverbio latino, Primum vivere, deinde philosophari (Primero vivir, luego filosofar).
No hay comentarios:
Publicar un comentario