No se sabía lo que se amasaba en la vida de Lucio, sobre todo desde el último verano, acaso fuera por la pérdida de un amigo, y permanecía anclado en el mes de julio, y no había forma de que echase a volar por otros horizontes, en busca de nuevas amistades, que llenasen el vacío del amigo.
Desde que tenía uso de razón, Lucio era consciente de que la vida sigue, y sin embargo en esos momentos miraba sin mirar hacia ninguna parte, hacia la nada, no encontrando un acicate que le empujase a navegar. Los tormentos arreciaban a finales de enero, a lo mejor porque el mes de febrero le reportaba funestas remembranzas de la época dorada, cuando estaba perdidamente enamorado de Angelitas, hasta el punto de que se pasaba las noches en vela, queriendo verla cuanto antes, y debido a las ansiosas expectativas intentaba arañar horas a la noche, y las descascarillaba a mordisco limpio.
Con semejante medicina se recompuso Lucio, y evocaba, un tanto desangelado, aquellos años que se le pasaron volando, paseando con su amor por el parque, la playa o el campo. Pero con el paso del tiempo el amor se fue desinflando, quizá de modo prematuro, pero la herida seguía abierta.
En ésas andaba, cuando ella emigró con la familia a los mares del sur, teniendo lugar una triste y bronca despedida, y al poco de la marcha, la lejanía hizo de la suyas, la ternura de su imagen, la sonrisa y las inquietudes de Angelitas se diluyeron como el azucarillo en un vaso de agua, al perder todo contacto con ella, desconociendo el paradero.
Tales añoranzas juveniles le sobrevenían casi siempre en el mes de febrero, tal vez por la costumbre, acuñada en el cerebro y en el espíritu, de considerarlo como el mes por antonomasia de los enamorados, y era por ello que, en tales calendas, se sentía más desprotegido y vulnerable que nunca, ávido de cariño, y se le acentuaban en exceso las carencias, actuando como un pobre pajarillo muerto de miedo en el nido, con el pico abierto aguardando el sustento, una brizna nutritiva, una carantoña, algo que le mitigase el hambre del cuerpo y del alma, y seguir vivo, y de esa guisa volar bien alto cuanto antes.
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