Apretó los dientes diciendo para sus
adentros, con la escalera del inca hemos topado, y sin más prolegómenos decidió
enfrentarse a las mayores adversidades y contratiempos que le sobreviniesen.
Donde más firmeza mostraba sin duda era en
los delicados escollos que palpaba con la palma de la mano del sentido común,
en esos trances disfrutaba como nadie y trotaba como potro desbocado, de modo
que lo mismo se deslizaba desde las alturas con gran aplomo ante su extraño
asombro que se mantenía a flote en las más turbulentas aguas, y todo sin el
menor recato o conmiseración por su parte.
Sin embargo en las ascensiones mentales e incluso
espirituales la música que escuchaba se deshilachaba caprichosa por momentos y se le revelaba con tintes muy diferentes,
ya que, pese al contumaz esfuerzo que desplegaba en semejantes partituras,
anhelando interpretar una ópera prima según mandan los cánones, dando el do de pecho, y
asimismo transitar a su antojo por sendas preñadas de múltiples fulgores, de cimentadas
raíces intelectivas, no lo atisbaba, alejándose cual manzana de Tántalo, aunque en la ejecución de los tiempos emitía
un rumor ensoñador y cristalino, rivalizando con el del agua que brota en los veneros de las cumbres de la montaña.
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