No daba crédito a lo que sus oídos oían,
unos ecos lejanos, como teñidos de melancolía, que poco a poco se iban
acercando con la portentosa fuerza del viento.
En un principio sospechaba que sería un
huracán, o algo más alarmante, los balbuceos de un pequeño tsunami, que se
aproximaba por aquellos contornos, como una endiablada serpiente de cascabel
que reptara brusca y aturdidamente por las laderas de los cerros; sin embargo
los sentidos, en tales circunstancias, no se ajustaban a la objetividad
fehaciente del momento; no obstante, al cabo de un tiempo, no sin antes haber
recorrido varias leguas, la intrigante lengua de los aullidos se fue desnudando,
de modo que se pudo descubrir con toda exactitud los verdaderos actores del
descomunal concierto, que no eran otros que los selváticos cánticos de monos hambrientos
que pululaban en lúdicas y sucesivas persecuciones por aquellos arbóreos
parajes del bosque.
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