miércoles, 18 de diciembre de 2013

Nico











                                                                   
   En las gélidas noches de invierno Nico, nutrido con los cuentos y decires de los mayores tras el fuego de la chimenea, deambulaba por los senderos de la fantasía, rumiando que alguna vez se acordara alguien de él, y recostado en esa idea vino a caer en la cuenta de que los prodigios existen, y de esa guisa acariciaba la ilusión de que los todopoderosos Reyes Magos le trajesen algún regalo, pues carecía de medios para saciar las más elementales pretensiones.
   Mas no las tenía todas consigo, y sus afanes se desvanecían por momentos ante las embestidas de la abundante nevada que se cernía sobre aquellos lares, en el breve recinto donde vivía, una aldea formada por un puñado de vecinos, sin apenas luz eléctrica ni medios de comunicación y transporte, como no fuera el riachuelo que servía de carretera en época de sequía, cuando el estío extendía los tentáculos y campaba a sus anchas por la accidentada y árida zona.
   Aquel invierno quería Nico romper moldes, hacer una excepción en la hoja de ruta, en su vida rutinaria, procurándose algún acicate que le infundiese valor, empuñando el timón de sus días, de suerte que le impulsara a soñar con ciertas dádivas que su ardoroso corazón le dictaba, dentro de la situación económica por la que transitaba, postulando un ósculo, un respiro, un bocado de cielo bajo el cielo gris que lo cubría.
   Y habiéndose dejado llevar por forjados corceles por las insondables estelas de las elucubraciones, se dispuso a llevar a la práctica el ideado esbozo, enviar una misiva a sus Majestades, tan generosas siempre, pero he aquí que de repente todo el  gozo en un pozo, y, como a traición, una densa y blanca carpa se fue instalando con premura en aquellos pagos, echando por tierra todo el fuego encendido para la ocasión, percibiendo cómo a todas las ensoñaciones y augurios más genuinos se les hundía el andamiaje que los sostenía.
   Nevaba sin entrañas noche y día, y la aldea crepitaba como una hoguera, trenzando una especie de danza del vientre macabra, quedando si cabe más incomunicada por tierra, mar y aire, no pudiendo durante el período invernal levantar cabeza, ni hacer llegar el soñado mensaje epistolar a su destino, bien, a través del correo postal de toda la vida en infatigable diligencia, o bien, si por un casual, se topase en el camino con el moderno sistema de Internet, vía e-mail.
   Nico caía una vez más noqueado en el ring de sus esperanzas, K.O., tirado en la lona de la impotencia por mor de la turba de copitos de nieve que se daban cita en aquel invierno anegando los compartimentos, todos los recintos y medios a su alcance, dejándolo atado de pies y manos, sembrando el desaliento en los campos poblados de frutales y en su jardín más íntimo, marchitando los pensamientos tempranos y las brillantes flores que sonreían en sus sienes y que tan felices se las prometían en fechas tan especiales, confiado en ser agasajado con una bici de montaña, que le allanase los escollos del camino, y por la que suspiraba a fin de desplazarse a la escuela, que se hallaba a una hora de camino.
   En los días en que se colaban por las rendijas del horizonte algunos fluctuantes y osados rayos solares, aprovechando un descuido del fiero temporal  o acaso un descanso, al echar un cigarrillo, (porque en todos los trabajos se fumaba, sic…), entonces él veía el cielo abierto, y exclamaba con todas sus fuerzas y loco de contento, como un niño con zapatos nuevos, ¡oh, qué dicha si me arrancase la espinita tan grande clavada en mi vida!, toda vez que no entendía que, pese a esforzarse al máximo, poniendo todo de su parte, los elementos de la naturaleza le fuesen tan esquivos.
   Y en las horas cuerdas de las largas y lentas noches invernales, se interrogaba sobre las excelencias del refranero, que dice altanero, “año de nieves, año de bienes”, qué sarcasmo, mascullaba entre dientes, ya que la cosecha no podía ser más cicatera, quedando, como Tántalo, a la luna de Valencia, sin el resorte acuñado en sus noches más nítidas y soleadas, acariciando el consuelo de hacer más liviano el cotidiano calvario de la asistencia al centro escolar.
   Y fustigado por las inclemencias del tiempo y la mordedura de un can asilvestrado por la desidia del dueño, respiraba, en estrecha comunión con el vecindario, el mismo aire que los sufridos campesinos de la tierra, azotados por el vendaval de nieve y granizo, al ver pasar de largo el rico maná de sus frutos y anhelos, siendo arrastrados al ciego pozo del olvido.
   Y musitaba Nico para sus adentros, ¡qué necios son los humanos, que ingenian dichos y sabios proverbios que prevarican, que practican el nepotismo y el tráfico de influencias, avasallando a los más débiles en sus procederes con su privilegiado poder climatológico, obviando con las necedades lingüísticas las necesidades vitales más perentorias de las criaturas, de suerte que si de Nico dependiese, pondría los puntos sobre las –íes al frío, indolente y dogmático refranero, metiéndolo en cintura, invadiendo pérfidas fábricas de nieve, microclimas corruptos, terrarios selectos o acaso insulsos, e impedir que la voluble e intocable casta de la climatología haga lo que le venga en gana con los súbditos e  indefensos proletarios del planeta, haciendo de su capa de nieve un sayo.                                                        
          


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