Ah de la vida, ¿y nadie responde?
Nadie le respondía, metido como estaba en mil
zanjas e inesperados remolinos, luchando a cara de perro contra viento y marea
por el río de la vida o acaso de la muerte, vaya usted a saber, porque el
lodazal en que había caído sin sospecharlo según avanzaba por las márgenes del
río era tétrico, y por mucho que inquiría sobre tan funestos avatares no se lo
explicaba, hasta el punto de sentirse perdido y tratado como un mueble viejo que
lo llevan de un lado para otro sin miramiento o unas alpargatas rotas que nadie
aprecia, llegando a verse arrumbado en los rincones de la desidia más atroz o
de la mansión donde se cobijaba totalmente olvidado, triturado y desprovisto de
las señas de identidad; y la cosa crecía a borbotones pese a que creía que eran
meros espejismos, mas, no obstante, en un acto de amor propio, se tentó los
pálpitos y notaba que aún permanecía entero, con las botas puestas y las ganas
de caminar y todas las partes del cuerpo se conservaban en orden y al completo,
ojos, manos, pies, lunares y lo más trascendente, los sentires y pensares,
aunque un tanto diezmados por los temporales.
Y al llegar a este controvertido estadío tomaba
aliento, pero reventaba de indignación y rebeldía, cual volcán en erupción, al estallarle
en las propias manos la ceguera y la indignidad de la creación, ya que las
ideas, los ideales, las perspectivas que atisbaba a un palmo de su cerebelo no los
alcanzaba, como un Tántalo cualquiera, de manera que todo le hervía entre pecho
y espalda, entre las corrientes del ayer y hoy, no respirando como le hubiese
gustado los fehacientes aromas de recuperación, de levantar cabeza, y abrazarse a una burbujeante e ilusionada vida,
dado que nadie echaba cuentas con él, y tan sólo le espetasen, alto, quién va,
la bolsa o la vida, toda vez que los quereres nadie se los podía hurtar.
Aquella mañana se levantó muy temprano acariciando
la cara ante el espejo y un nuevo proyecto, y quería a toda costa llevarlo a la
práctica, que en pocas palabras consistiría en no jugar alegremente con la vida,
al darse cuenta de que la vida iba en serio, pensó, y que hacer pocicas en las
calles tras la lluvia o meterse en los charcos o jugar a la gallina ciega o al
pilla pilla desnudo y sin armas, ya no computaban en los tramos que marcaban las
manecillas del reloj a estas alturas de la vida, el verdugo del tiempo,
debiendo hacer borrón y cuenta nueva.
Los aires que inhalaba por aquellos valles y
alcores por donde merodeaba no suministraban sonrisas ni solvencia alguna ni tan
siquiera un ápice de confianza o verosimilitud, al no gotear el grifo ni una
brizna de esperanza o caricias que saciasen la sed existencial que le amordazaba,
y después de un higiénico lavado de cerebro como medida preventiva, decidió quedarse
siempre que podía en la fuente del barrio que le vio nacer, echando suculentos
tragos de fresca y cristalina agua para limpiar la mirada y las impurezas, las turbias
acciones y aminorar los calenturientos y melancólicos momentos, que le humillaban
ante la impotencia y latían bulliciosos en los riscos del convulso recorrido, estando atento a los cantos de sirena o no rozar en horas bajas las ásperas fronteras de la alexitimia.
Y de cuando en vez respiraba un no sé qué, como
si anduviese girando noche y día en torno a la noria, masticando hastíos, advenedizos
resquemores, obsoletos frutos o tal vez verdes sueños aún no hechos pasándose
de rosca, que acaso trataran a hurtadillas de hacer un pacto con sabe dios
quién, tatuando los tic-tacs de sus
sienes, las ansiedades, espachurrando con furia los anhelos, los más tiernos
brotes, unos, más díscolos, y otros, aún sin una presencia reconocible por
incipientes o por carecer de experiencia, dejando de ser apetitosos para
echarse a la boca, y sin posibilidad de olisquear un oasis donde restañar los
desconchones de la estructura ósea o mental.
Las copas de los árboles y de la vida le
daban la espalda o la sombra, así como latigazos de incomprensión, horadando
los intersticios más expuestos de las heridas diarias, ahondando en las celdas
de sus querencias, en los impulsos más sensatos y sostenibles que alimentaba contra
las acometidas de los contratiempos o disfrazadas fruslerías en su afán por
palpar la fragancia de mejorías anímicas, pero raudas se esfumaban como humo impulsado
por los más raros vientos.
Todo era como un día sin pan o de difuntos, o
como la rama del árbol que se desgaja de la savia del tronco, de las íntimas
entrañas que la sustenta, y se cuestionaba atónito y desnortado o apesadumbrado
en mitad del desierto que pisaba, ¿y mi madre dónde está?, si ayer la vi partir
rumbo a la capital por ese sendero, y no hallo estelas en la mar, ni columbro las
mágicas artes que peleen por rescatarla o concertar una cita con ella, por muy enrabietada
que esté conmigo u ocupada por el cúmulo de encargos y visitas familiares o de amigos
que tenga, o a lo mejor ver tiendas y más tiendas, buscando gangas o las
últimas rebajas de la cuesta de Panata (donde se sudaba o tiritaba de lo lindo)
o de enero, no se entiende, mascullaba entre dientes, pues ya tendría que haber aparecido, porque
las manecillas del reloj cantan que el tiempo ha volado, aunque veinte años no
sean nada como en el tango, y que ella ha volado asimismo tiempo ha, no dejando ni rastro de los
suspiros, su memoria y cariño, porque con ella voló todo aquel día tan nefasto
y tirano, cuando le dijo adiós todo compungido y esperanzado esperando volver a
verla pronto.
Era un día gris, de parkinson, tuerto, digno
de que el dios Cronos lo hubiese exterminado con la guadaña, y se notaba en los
sones que no carburaba, que no tenía bien la cabeza ni lo mínimo que hay que tener y dar la cara
ante el mundo, con los ojos abiertos de par en par, y al llegar a ese punto, de
súbito y sin más rodeos, alzó la voz y le dijo al día cuatro cosas bien dichas,
traidor, truhán, mezquino, mendaz, dejándose llevar por los embates del mayor
rechazo y desprecio, tildándolo de vil serpiente que se enrosca en los dulces
bailes de los corazones infantiles, en las derruidas lágrimas de un indefenso que pierde de repente todo lo que más
quiere en este mundo, atestiguando que ese día su alma enmudece, pena y casi
muere.
La vida no bullía en sus entrañas como
debiera, se veía como armario viejo heredado de padres a hijos o nietos o expuesto
al mejor postor, y nadie conocía sus interioridades, lo que llevaba grabado
entre las cochuras.
Y las encrucijadas, pinzamientos y pesares iban
goteando paulatinamente como gotas de lluvia por los desfiladeros de su existencia,
sin permitir echar una cana al aire, subirse a los columpios de la feria del
barrio o patinar por las ternezas maternas, olvidado de la divina providencia o
tal vez de las tinieblas, que nunca se sabe, y de los tiernos ecos y los
requiebros humanos.
Y en medio del carrusel de la vida, no cabe
duda de que su currículo estará lleno de anécdotas de todo tipo y condición, de anécdotas
que harían sonreír o suspirar al más pintado o empedernido de los viajeros que circulan
por los aeropuertos buscando a un amor o discurren por los lechos de los ríos cotidianos
con o sin rumbo, a la deriva, pero que sin embargo los habrá que se consideran
gerifaltes o arúspices de los acaeceres más distinguidos, que mueven los hilos
de los entramados generacionales y las más íntimas pulsiones de las voluntades.
Y entonces, cabe insistir en la interrogante,
¡ah, de la vida!, ¿y nadie responde? Y las maquiavélicas maquinarias del poder siguen triturando a toda
pastilla las sentidas emociones, los pacientes troncos de los árboles del
bosque, las historias más entrañables del ser humano, y todo cuanto encuentran a
su paso vale, tanto montando guerras sin piedad, como asfixiando gargantas o
apagando la luz de vidas inocentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario