Se mostró
intransigente a más no poder por lo más pueril o insulso durante el
peregrinaje, al encender un cigarrillo o refrescarse la garganta con un chicle
de fresa, al estornudar contra su voluntad o rascarse la cabeza sin darse
cuenta, al aflojar el nudo de la corbata o ir silbandito según caminaba por el
sendero inhalando el esplendor mañanero, haciendo acopio de las fragancias del campo
que se desperezaba del letargo invernal, o acaso de rincones prehistóricos o
retablos del Medievo, al desentrañar en la ruta cultural pinturas del hombre
primitivo cazando dinosaurios o dinosaurias, que no moscas, como si emulase los
televisivos programas de la Cuatro en donde pelean en porretas por la pareja,
yendo vestidos a la bíblica usanza, con los mismos trajines y trajes y
cicatrices que exhibían a flor de piel Adán y Eva en sus siglos de oro,
deambulando por la arenosa pasarela de la playa perdidos entre el excitante y
fresco follaje de sus pensamientos pisando con garbo el resbaladizo rebalaje, sin
tapujos ni taparrabos o algo que se parezca a hojas de parra, avivando el fuego
amoroso o fatuo de la hoguera del dios Eros en las abúlicas calendas
decembrinas, en una desatada búsqueda de bonanza, de bocados de cielo, de
sentidos despertares, mas ella impertérrita, en su torre de marfil rumiaba
bazofias en un turbio girar en la rutina de la noria, como si quisiese poner puertas
al campo de la ilusión, a papá Noel, enredando en las neuronas con tejemanejes
y variopintas patrañas arrancando los tiernos brotes, impidiendo que se
deshiciese de las ataduras, renaciendo de las cenizas, y salir del lúgubre habitáculo
a hacer sus necesidades espirituales y fisiológicas más perentorias, bien en
silla de ruedas o con los pies por delante si fuese menester o por salirse con
la suya, después de pasar tantos túneles y escollos con la soga al cuello, o crudos
inviernos con el aire viciado en el hogar, o acaso por malentendidos coyunturales,
que, cual cruel pesadilla o zancadilla, casi le tumba el bus en la curva de la vida
por mor de la tromba de nieve que caía llegándole al alma, formándose una
especie de enorme piedra de molino o bola, cual magma negro, como nunca se
había registrado en aquellos puertos de la existencia ni en las áreas de
servicio de la autopista, y todo ello por el prurito de beber en los ancestrales
cimientos del talento artístico, en el hontanar de las más limpias y claras esencias
arquitectónicas, por ámbitos románicos y gótico florido que florecían risueños
por las riberas del trayecto conjuntamente con los avatares de las memorables hazañas
radiadas por bardos y juglares por callejas, plazas y palacios, y que con tanto
sigilo y maestría trenzaron en el prístino rugido de batallas de moros y
cristianos (que aún perduran en la memoria festiva de ciertos núcleos de
población), las aventuras y desventuras y los postreros suspiros del Cid por
los torcidos renglones del Poema extraídos de aquellas ásperas tierras, de
ciego sol, sed y fatiga, cabalgando por la terrible estepa castellana con los
suyos camino al destierro, hecho polvo machadiano, aunque lo que más le
irritaba sin duda eran las barricadas de intransigencia que le montaba ella al
menor amago de pisar tierra firme tras la última singladura, la puerta de la
calle para echar los malos humores, tomando el tibio sol de la mañana y de esa
guisa curarse en salud, séase ósea o protegerse, cual férrea armadura, de los
embates del mar de la vida, recibiendo el bálsamo o empujoncito preciso para
subir la penosa cuesta de la umbría por donde subía.
Entre tanto cabría
interrogarse, entre la frialdad de las piedras de los claustros catedralicios y
de la nieve que reverberaba en
lontananza, cómo se las arreglarían aquellos intrépidos guerreros para atemperar
los sinsabores, las emociones, los súbitos embarazos en las emboscadas, para sobreponerse
a las indómitas coces de las bestias y duros hálitos peleando en el frente
contra las huestes enemigas por aquellos gélidos escenarios evocando numantinas
leyendas.
No cabe duda de que en su faz, hitos y veneros aún se leía la
ejemplar entrega y amor propio que ponían estos gladiadores, derramando hasta
la última gota de vida en defensa de la causa, esquivando ser pasto de aquellas
fieras o ninguneados en sus legítimas aspiraciones e ideales por unos
desalmados que de la noche a la mañana se plantaron delante de sus narices, en
sus dominios sin más, boicoteando los encendidos anhelos de seguir avanzando en
el tren de la vida y la ruta de piedra hecha cultura, fervor y vida, sin ser
incordiado, pues quería ser él mismo, utilizando los medios o las herramientas
más idóneas para tal fin, achicando agua en los pulmones y en la desconchada
casa, capeando el temporal de las torticeras e hirientes horas infernales, pero
jamás pensó que en menos de lo que canta un gallo se presentara la gendarmería
en su propio refugio con una orden de arresto por una imaginaria violencia de
género, actuando como unos energúmenos provistos de los más sofisticados artilugios
armamentísticos, que no argumentos, dejándose llevar por la negras corrientes; tristes armas si no son las palabras,
decía el poeta oriolano, y se agarró con tesón al timón, al firme empeño de navegar
por lúcidas aguas, viviendo en un ameno vergel de cordura pese a quien le pese.
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