Según
rezan no pocos legajos, los egipcios adoraban a una diosa con cara de gato, lo
que generaría unas inusitadas expectativas en el ser humano, alentando un carrusel
de ideales o vanidades sobre todo a quienes anhelasen medrar. Y sin más
preámbulos, ante la inquietante duda te pregunto, Óscar, si no habrás sido
llevado en volandas hacia dichas mieles por el prurito de poseer semejantes
franquicias u oropeles, acariciando en tu fuero interno sus honores y
mayestáticos dones, el aura, porfiando día y noche por remedar o suplantar a la
diva, poniendo toda la carne en el asador o escurriendo el bulto ladinamente a
la hora de la verdad.
Me escama que te hayas dejado
de forma tan repentina y chulesca los mostachos, desplegando las alas por las
comisuras de los labios en un nervioso intento por cambiar el look a marchas
forzadas, a lo mejor con fines lucrativos o acaso donjuanescos, vete a saber,
dibujando los secretos áureos del gato con unas prerrogativas únicas, y de esa
guisa intentarás enrolarte en homologados circuitos de conquista nocturna o
diurna, rumiando los más suculentos platos en opíparos saturnales, cual
consumado dios o diosa o lince de la selva africana, divisando a través de las
celosías y cerraduras de las puertas la rauda y perfumada procesión de roedor@s
saliendo de la ratonera avasallando a los de enfrente, corriendo campo a través
rumbo a la movida, a los sensuales abrevaderos para saciar el hambre o la sed.
Y a renglón seguido, tras
acicalarte meticulosamente, cual presuntuoso gato, exhibes las depredadoras y
seductoras armas, actuando como dueño y señor de la mansión o del universo,
mirando con el rabillo del ojo al resto, cumpliendo el guión del proverbio, la
ocasión la pintan calva, y te lanzas en picado, como un camicace, a la caza y
captura de los ratones o féminas distraídas con las más sigilosas artes, mozas,
damiselas o mujercitas con suaves dunas como núbiles pechos por parques y
jardines, discotecas o boites de moda, cual ducho felino, danzando en la pista
de la vida al son de las músicas acordadas, engatusando las roedoras trenzas
con ingeniosos y acrobáticos malabarismos.
Desde esta atalaya escruto en
tu porte, influenciado probablemente por egipcias remembranzas, endiosados aires
gatunos, sobre todo cuando deambulas con el bigote tieso, la pajarita y la
penetrante mirada en busca de ardiente sustento al caer las sombras sobre
la urbe, exhalando un torbellino de voluptuosas acometidas o razias con premura,
como si perdieses la cabeza o el norte.
Óscar, algunas veces te cojo
in fraganti, brincando por los crepúsculos sin luna o negras tapias de los
corrales persiguiendo a la gata en fuga por el encendido tejado de zinc,
rivalizando con las estrellas del celuloide, o bajas todo sudoroso, con los
ojos exaltados por las escaleras hacia los Infiernos de Dante (leyendo in
péctore intrincados o apócrifos mensajes del más allá entre espejismos y
pirámides pensantes), yendo de un rincón a otro rastreando uñas, pechos o pisadas con sumo sigilo,
defendiéndote como gato panza arriba en raras o galantes escenas, enfrascado en
una pelea de gatos con otros aspirantes al rico panal de turno, que avizoras
desde tu orilla o saltando del alféizar de las emociones al frío tranco de la
puerta de la calle o al silencioso tronco del olmo seco herido por el rayo
machadiano con el corazón atravesado por Cupido, o te sumerges bajo las
voluptuosas faldas de la mesa camilla imaginando roces de nalga de alguna
doncella, poniendo en práctica las artimañas gatunas cuando el crudo invierno
aprieta.
Ayer, al reflexionar acerca
de tus zalamerías y devaneos, caí en la cuenta de que te batías el cobre con
otros congéneres al pasar con calculado tiento y ternura el dulce rabo por
entre las piernas de la concurrencia engatusando al personal, reproduciendo en
la oscuridad del momento la certeza de que de noche todos los gatos son pardos,
pues no te reconocía ni la madre que te parió, catalogándote como más gato que
nunca, al cerciorarme de que ejecutabas las escatológicas labores con la mayor brevedad
y pulcritud, tanto en pensares y presentimientos, como en higiene corporal,
enarbolando la bandera de la transparencia, enterrando los pútridos humores,
las fétidas heces o rencorosas envidias que te perseguían en los últimos
tiempos, pegándole fuego en improvisada pira y depositando las cenizas en una
urna fuera del alcance de mentes cleptómanas o miradas curiosas.
Y analizando un poco tus
privados y nuevos vuelos por este ambiente, deduzco que peleas por figurar en
los libros de historia como aprendiz de gato, ¿quién lo iba a decir?, pero
repara, aunque sea someramente, en las vueltas que da la vida, los vaivenes del
tren humano, y colegirás a buen seguro que junto a las oficiosas páginas bíblicas,
hubo otras defendidas por una gruesa corriente de intelectuales,
letraheridos, arúspices, gurús y doctores de las iglesias más eximias, v. g.,
ortodosa, heterodosa, copta, cristiana o anglicana que hablan de unos
traspapelados papiros, que circulaban de mano en mano, emborrachados o
emborronados por la incuria o los escrúpulos o las inclemencias del tiempo, en
donde se explicitarían con todo rigor los tejemanejes de Dios a la hora de
acuñar la efigie humana en monedas de curso legal, creíble y aceptada por el
común de los mortales, así como de los dioses, cuando la incipiente idea de
hacer más felices a los caballeros bullía en las sienes del Creador, pergeñando
la adaptación del género humano a la convivencia familiar en el Paraíso
Terrenal, en línea con su infinita sabiduría, bondadosa misericordia y omnímodo
poder, pero arrastrado quizá por las veleidades no de la carne sino del
espíritu, y, a fuer de ser sincero, fatigado por el creativo esfuerzo durante los
seis eternos días, gracias a Dios que al séptimo descansó, menos mal, porque de
lo contrario no se sabe cuál habría sido el desenlace de la película.
Y mientras se sucedían otros
eventos y entuertos y avatares planetarias, sucedió el que viniese Dios a caer
en brazos de la vida muelle, como si viajase en crucero de lujo por las
célebres islas del Caribe o de las Pitiusas, llamadas así posiblemente por una
lluvia de estrellas o súbito brote de pinos en sus entrañas, y Dios, en un batallar
callado, digno de todo encomio y antes de que el sol despertara, plagiaría de
los mismísimos mininos los humos y cimientos de la aventura humana de vivir,
bebiendo en los ojos, en sus fuentes lo que no está en los escritos,
aprovechándose del ADN de estas misteriosas esfinges, que transitan alegres por
mugrientos muros, la madre naturaleza o el dulce hogar, de modo que cuando
llegó el momento de crear al hombre a su imagen y semejanza, ya estaba todo
amasado. Se enfundó Dios el mono de faena, y asiendo un gran cuenco
con agua clara y unos polvillos mágicos, se asomó al balcón del universo y dijo:
“No es bueno que el hombre esté solo, hagámosle una compañera”; dicho y hecho;
y lo dijo con mucha familiaridad, como si estuviese tomando una copa en la
barra del bar emulando la melodía de Sabina, y fue luego inoculando en la
frente del recién creado homínido las vitales esencias gatunas (si bien solo
puso una, olvidó que tenía seis más), y todo ello con vistas a darle compañía y
cariño, que falta le hacía al hombre, aunque dejándose en el tintero, por
descuido o confianza, las premisas ya impresas en la piel felina desde los
ancestros, el calificativo de independiente.
Y si haces memoria, Óscar, te
darás cuenta de que los roles de la pareja humana no han trascurrido por caminos
de rosas, sino por los más enrarecidos estadíos, cruzando a veces turbias
corrientes o vasallajes de tornados y tunantes, violentos desmanes o
fallecimientos sin fundamento, al desbordarse el vaso del machismo, provocando
borracheras de espanto, el delirium tremens, siendo patologías o lances que no
tienen cabida en la convivencia gatuna desde los prístinos albores de la
existencia.
Y abundando en ello, con idea
de limpiar lo que corroe, te invito, querido Óscar, a que hojees las revistas
del corazón que inundan los kioscos, u observes los troncos del los
árboles con corazones atravesados por la flecha, dando fe de
la sentencia, hay amores que matan; y así irás desgranando truculentas maniobras
que no casan con las pautas gatunas.
Cuando montas tu ego en
actitud mística, cual silenciosa esfinge en trance de adivinar el porvenir me
apabulla tu silencio, tu mirada, tus interrogantes…
Pero de cuando en vez sin
embargo, rememorando a Neruda te digo, me gustas, gato, cuando callas, porque
estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca; me gustas
cuando callas y ronroneas en un altar repleto de flamboyanes y refrescantes
pámpanos con el semblante encendido con las ascuas de la mirada. Tu silencio es
de estrella, tan lejano y sencillo…
Me fascina, diosa gata, tu
actitud recoleta, aislada, en éxtasis, de laberinto cerrado por donde no
discurre la ciencia humana, donde sólo tú sabes urdir las mil y una noches de
cuentos o historias o señuelos para seducir a las criaturas.
Si observas los vaivenes u oscilaciones del globo en el que viajamos, con el hidrógeno dentro volando por los cielos, piensa que puede estallar en cualquier instante, al encender una cerilla o meterse en camisa de once varas o dirigir la mirada a los provocadores trepas, que van trepando por los muros de Wall Street, altiplanicies o escondrijos por donde se sospecha que andan los roedores de guante blanco desembolsando dinero negro, a saber, fabricando ratones colorados o Micky Mouse u otras familias de cine haciendo su agosto, aunque de paso consigan que sea más hermosa y sugerente, si cabe, tu figura, tus ojos de gata, deteniendo el tiempo en el esplendor en la hierba o ardiendo en los tejados.
Si observas los vaivenes u oscilaciones del globo en el que viajamos, con el hidrógeno dentro volando por los cielos, piensa que puede estallar en cualquier instante, al encender una cerilla o meterse en camisa de once varas o dirigir la mirada a los provocadores trepas, que van trepando por los muros de Wall Street, altiplanicies o escondrijos por donde se sospecha que andan los roedores de guante blanco desembolsando dinero negro, a saber, fabricando ratones colorados o Micky Mouse u otras familias de cine haciendo su agosto, aunque de paso consigan que sea más hermosa y sugerente, si cabe, tu figura, tus ojos de gata, deteniendo el tiempo en el esplendor en la hierba o ardiendo en los tejados.
Por ende, recorriendo el
camino por los senderos existenciales, comprenderás la trascendencia que la
idiosincrasia gatuna ha inyectado en el arte gracias a la invención del cine,
el libro, la pintura, el teatro o la música, siendo objeto de deseo y un
dechado para los seres humanos a través de una delicada mesura y privilegiada
relevancia nunca vistas.
A veces te echo de menos, Golfi,
no creas que te olvido, gata en celo, cuando transcurre un tiempo sin
vislumbrar tus arrumacos y hazañas o inercias sufro, porque necesito tu mirada
callada para beber vidas, misterios, resplandores que te levanten de las horas
muertas, anodinas en que a veces te mueves.
Óscar, en tus delirios
felinos, te has colocado muy repantingón en la terraza esta mañana, fisgando a
los roedores que circulan por los vericuetos, como un salteador de caminos que
aguardase a la diligencia para dar el golpe, despojando a arrieros y resto de
viajeros de las más íntimas alhajas y monedas para los gastos corrientes,
sembrando la desolación en sus corazones.
Perdona que te diga que te he
estado observando durante toda la semana y me tienes intrigado, porque no
te veo como un genuino gato, espontáneo, creativo, arisco, burlón, con ganas de
enredar, de tomarte un mojito o echarte al monte y volar por las alturas con
convicción, adelantándote a las gaviotas en el vuelo y robarles el pescado en el
rebalaje, no quedándote como un pazguato viendo cómo se llevan los manjares
traídos del mar; por lo que intuyo que andas tocado, y cada día más torpe, obturándote
las posibilidades internas de intelección de la realidad.
Óscar, y ¿cómo no despertaste
ya de un salto de ese pesado letargo, y has subido por los tejados descubriendo
maravillosas escenas melifluas en camastros, catres o claustros de cenobios
donde el abad prepara a conciencia a sus hermanos en la fe y a los fieles la
felicidad eterna, dulces bocados y clandestinos mejunjes que los va preparando
para la otra vida, yéndose en gracia de Dios y tan contentos, con todas las
gracias divinas incluida la santa extremaunción, encontrándose todos como en un
hábitat de gatos, bebiendo y comiendo zalameros y picarones, acariciándose y mesándose
los cabellos con ternura, desplazándose y estirazándose a placer, dejando sus
indelebles huellas en los bancos, escalones o macetas de los parterres que
circundan los vetustos muros del convento.
Y no cabe duda de que continuarás
girando sin desmayo como el astro rey, trajinando a tu antojo por ásperos
arrabales, paredes o pueblos de la vida, haciendo realidad tu privilegio de
vivir más vidas que el gato, que a día de hoy, pese a los recortes, siguen siendo seven, y se ve con toda nitidez,
aunque por otros lares son más generosos dándoles nueve.
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