miércoles, 4 de noviembre de 2015
Mi amiga soledad
Mi amiga soledad se puso a cantar la canción que lleva su nombre, "Soledad, es tan tierna como la amapola, que vivió siempre en el trigo sola"..., y me
quedé extasiado, atónito, profundamente dormido, soñando en los viejos tiempos,
en las bellezas del campo y las dulces y
primaverales fragancias de la melodía.
La encontré en esos momentos
bastante motivada y satisfecha, después de haber atravesado sola un
interminable desierto, sin personas ni ranas ni siquiera una mosca fisgona o
cojonera que la molestase o alguien que la atendiera en las necesidades más
perentorias haciéndole más ameno el camino.
Me contó que había estado
viajando durante un tiempo en auto stop por medio mundo, y que acababa de
adquirir un utilitario de segunda mano con los eurillos que había cosechado en
la última vendimia francesa, donde por cierto tuvo un amor pasajero, etiquetado
por ella como de usar y tirar, y aunque
sonreía con ganas y exhibía toda la fuerza de su atractivo femenino, se vislumbraba
lejana, distante, con cara de pocos amigos, como embebida en otras destilaciones o vientos, caminando
algo desaliñada, huidiza y cabalgando por aquellos horizontes, aunque aparentase
una grata placidez, atendiendo al viajero con todo el tierno bagaje de que disponía;
no obstante, de cuando en vez emitía un chisporroteo de raros caprichos que se
la llevaban en brazos a otras danzas por pistas desconocidas turbándola
sobremanera.
Por ende, sus vuelos me empujaban
por las desangeladas orillas de la desesperanza, por áridos y esquilmados
terrenos, donde todos los gatos son pardos, y ni el ave del paraíso ni la luna
encuentran acomodo o una brizna de empatía, pese a que se desvivía por
ofrecer o buscar lo mejor que tenía guardado en la despensa, en la mirada, en
los pensares, para vivirlo y compartirlo, sirviéndolo solícita con
todo lujo de detalles, sin cortapisas ni exigencias de ningún tipo por su
parte.
Cuando desperté del ensueño le
supliqué que me volviese a cantar la canción en verano e invierno, cuando azota
el cierzo y aprieta el frío del alma, y le sugerí que lo hiciese con toda la
ternura del mundo, aunque fuese de manera esporádica, y de esa guisa seguir
vivo, circulando por los recovecos de su garganta, arrastrado por la hermosa corriente
de la voz con el anhelo de ser succionado por la rosa de su boca en algún
descuido, perdido entre las seductores perlas que a gustar convidan, rodando
por los laríngeos acantilados sumido en la ardiente saliva.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario