Somos tres elementos tras la
oscuridad de la ventana, que no sabemos a dónde dirigirnos ni qué hacer en este
día otoñal. Sin embargo tú puedes coger el sintagma “Somos tres” y pasearlo por
la prehistoria, entrando y saliendo de una caverna o transportarlo en un mamut
a las termas romanas o a Estambul, pongamos por caso, o llevarlo a visitar el
museo del Prado o darle un baño en la Costa del Sol, tomando un refrescante vino
de verano.
Pero dónde colocamos “Las ventanas”
del edificio que nos da cobijo y protege de los rigores infernales del
invierno, porque tales orificios requieren un proyecto o preparación de sus
féculas y nervios arquitectónicos para que encajen debidamente en el marco en
el que se quiere colocar, pues no lo van a permitir sin más sus clavijas y
entes, de eso nada, no te hagas falsas ilusiones, si pretendes instalarlas no
tienes más remedido que medir en la medida de lo posible tú mismo o a través de
un experto en esas labores sus ángulos, vértices, latidos y lados
respectivos.
Y queda “La oscuridad”, que si se
acentúa en demasía puede acabar con la vida del más pintado, ya que si expande
los tentáculos a diestro y siniestro puede convertirse en un caudaloso río amazónico
que fulmine la lucidez y transparencia de los pensares o reflexiones impidiendo
dejar pasar los rayos de inteligencia y luz precisos para llevar a cabo las
tareas domésticas o las más sutiles e intransferibles operaciones del cerebro
en un momento dado, por lo que no se pueden echar las campanas al vuelo sin
fundamento, si no que se precisa de cordura y tiento para no errar en el disparo
al blanco a cada paso por la vida o en los hitos que vayamos plantando a través de los
ronquidos del tiempo.
Y así, como el que no hace la
cosa, cogiendo a los tres elementos de la mano formando un todo nuclear, darles
sustento, forma, hechuras y un plan de vuelo y echarlos a volar por entre los
renglones del folio que tiritaba de frío agazapado en la penumbra, en blanco,
por el susto que pilló cuando en la cita tertuliana se pronunciaron tales
vocablos, porque si no recordamos mal eran, “Somos tres, Las ventanas y La
oscuridad”, nada menos, envolviéndolo todo de incertidumbre y misterio, como si
estuviesen enraizados en las mismas entrañas del diablo o del día de Difuntos, en
que las pobres Ánimas vagan sin norte ni caricias por el monte de Bécquer o
por las riberas, o a lo mejor somos los vivos los que no damos con la llave o
la luz que nos guíe por las praderas o valles o laderas o precipicios o
incongruencias de este loco o sugestivo o endemoniado discurrir del mundanal
ruido, donde acaso lo mejor sea mondarse de risa para enterrar en un gran nicho
blanco la negra pena que ose embargarnos impidiendo pronunciar palabra o
emborracharnos de una insoportable tristura.
Y aunque seamos menos o más de
tres almas o un millón en esta tarde lluviosa y gris con olor a castañas asadas,
si te parece, abre las ventanas de la vida y ahuyenta la oscuridad pulsando las
claras notas de Luz Casal, “Abre tus ojos a otras miradas, anchas como la mar,
rompe silencios y barricadas, cambia la realidad, porque creo en ti cada
mañana”...
No hay comentarios:
Publicar un comentario