Como cualquier droga,
viajar por la vida requiere un aumento constante de la dosis.
Pese a los anhelos del ser
humano por volar como un pájaro, y vivir nuevas experiencias yendo de avión en avión,
de hotel en hotel, de bus en bus visitando fuertes medievales, condados o
ciudades con encanto, zambulléndose en sus ancestrales aguas culturales,
resulta a fin de cuentas que todo el embolado se disuelve raudo cual azucarillo
en vaso de agua, pues como ya apunta el dicho popular, el mundo es un pañuelo.
Y si nos ceñimos a los
contenidos, no cabe duda de que quien guarda no pocas similitudes con el
demonio mundo es un periódico, mediante los pertinentes titulares y resto de
apartados, planteamiento, nudo y desenlace, confeccionados golpe a golpe, letra
a letra, a gusto del consumidor casi siempre, arrimando el ascua a la sardina
del poder, condición sine qua non, donde se pontifica sobre lo divino y humano,
los avatares y puntos noticieros más calientes del momento según el punto de
vista adoptado, como puntos negros del cosmos, y de esa guisa hacer hincapié en
los componentes que entran a formar parte activa de la sustanciosa ensalada que se oferta a los comensales en la
fiesta del chivo o de los intereses creados, donde el marketing marca la
diferencia al respecto, ahorcando lo comprometido o pactado, abarcando todo un
abanico de variedades, lo virtual, el sexo de los ángeles, las utopías en boga,
las romerías, las sagas, los reinos de taifas o el reino de Hades,
deshilachando los hilvanes y resortes de la consciencia, al ir ingiriendo en
pequeñas dosis y sin advertirlo, pesticidas, abonos harto corrosivos y basura,
emponzoñando los pensares, los tiempos y los tiernos brotes primaverales.
Tales sustancias subvierten
los guisos más sutiles que se cuecen entre ceja y ceja, así como el orden
universal de las células madre, levantando ampollas o barricadas en los
proyectos o en los egos, con el riesgo de trastocarlo todo, dando un vuelco al
mundo, errando de cabo a rabo, como la paloma de Alberti, que por ir al Norte
fue al Sur, sustentando al ciudadano con caducas algas de plástico submarino o
de importación de lejanos planetas por un irrisorio precio, siguiendo el
repertorio con insensibles sones de semicorcheas, cobayas de laboratorio,
hidrógeno de medio pelo mezclado con güisqui a granel, o pergeñando amañados
embarazos en homínidos por inseminación partidista, surgiendo raros síntomas
por la acción clandestina del zika, y ofrendando a los postres verduras
televisivas tras la lectura del suplemento periodístico, donde se dibuja,
actuando con doblez, las indigencias del espíritu o las tentaciones de la
carne, recomendando para ello en semejantes coyunturas el ameno disfrute de don
Carnal y doña Cuaresma del Arcipreste de Hita que dice, "Sobre el tema que
ahora me propongo escribir/ tengo un miedo tan grande que no puedo decir/; con
mi ciencia, tan poca, poco he de conseguir/. Vuestro saber, señores, mi falta
ha de suplir".../, y otros diferentes
lemas como, Quien ríe el último ríe mejor,
o cómo se organiza una pareja at home.
La pareja que desayunada en
el bar, ojeaba mientras tanto los epígrafes periodísticos, llamándole la
atención la columna donde se abordaba el sufrido trabajo del ama de casa,
siempre al pie del cañón, haga frío o calor o caigan chuzos de punta,
sugiriendo el periodista la idea de hacerle justicia concediendo por ley una
paga vitalicia, atenuando las fatigas domésticas, planchar, cocinar, limpiar o
atender a todo bicho viviente.
En el tráfico de los días y
las noches, el flash back existencial se colaba por la ventana, bullendo con
irrefrenable ardor las remembranzas del sol de la infancia, el cosmos bebido y
vivido a ras de tierra, pintado con las congojas y alegrías a través del espejo
del camino, los ríos y cavernas del mundo circundante de aquel entonces, cuando
la criatura viajaba (quién lo iba a decir, los futuros vuelos transoceánicos a
países remotos) a lomos de la acémila barranco arriba o bajando cuestas a su
paso, cargada de esparto, odres de aceite o vino, o serones rebosantes de
aceituna, almendra o cañas de azúcar, o capachos con bebé a bordo o mujer con
dolores de parto, inhalando aires vírgenes, viriles, de libertad soñada,
oliendo a campo, a pinos de primavera, a caquis o caciques acotando horizontes
sin miramiento, aunque los chiquillos se reían de todo ello, saltándoselo a la
torera, chillando alborozados como golondrinas en primavera, saltando de matojo
en antojo, de bancal en bancal, trepando por las tapias o tejados vecinos,
bañándose en las pozas del río de la Toba o en las albercas cubiertas de verdín
con el croar de ranas, que vestían la vida de sentido y pan bendito, saciando
las hambrientas gargantas.
Y así se circulaba por los
vericuetos de la existencia con la escritura a cuestas en pos de algún coscurro
literal que echarse a la boca, topándose en el sendero con hoyos, cascajos o
lajas con un polvo pegajoso, y Humpty Dumpty, que entró de repente en escena,
sabiendo lo que se hacía, pues cuando usa una palabra, esa palabra quiere
decir, ni más ni menos, lo que él quiere que diga.
Y viene a cuento con las historias montadas en
los circos de la vida, como si se proyectasen sombras chinescas o
representaran títeres de la cachiporra. En la traducción se le denomina Fablistanón, con las
correspondientes gitanjáforas del jabberwocky, el mejor poema sin sentido escrito en lengua inglesa por Lewis
Carrol, incluido en la obra "Alicia a través del espejo", que dice
así, desmitificando las señas de identidad del significante y el
significado:
"Borgotaba.
Los viscoleantes toves,
rijando
en la soleá, tadralaban...
misébiles
estaban los borgoves,
y
algo momios los verdos bratchilbaban
¡cuidado,
hijo, con el Fablistanón!
¡con
sus dientes y garras, muerde, apresa!
¡cuidado
con el pájaro Sonsón!
y
rehúye al frumioso magnapresa!...
La
versión estandarizada:
Cuidado
con el pájaro Sonsón,
y
rehúye al frumioso Magnapresa!
Blandiendo
su montante vorpalino
al
monstruo largo tiempo persiguió...
Bajo
el árbol Tumtum luego se vino
y un
rato cavilando se quedó.
Y
estando en su aviesal cavilación,
llegó
el Fablistanón, ojo flagrante,
tufando
por el bosque fosfuscón
y se
acercó veloz y burbujante.
Un,
dos! De parte a parte le atraviesa
varias
veces el vorpalino acero;
y muerto
el monstruo izando la cabeza
regresó
galofando muy ligero.
¿De
verdad al Fablistanon has muerto?
¡Ven
que te abrace, niño radioroso!
¡Hurra,
hurra! ¡Qué día ristolerto, risoto, carcajante y jubiloso!
Es de todos conocido que la labor capital de la prensa es informar, acercar la
noticia al ciudadano, una vez verificada y contrastada sin tapujos, no llevando
el agua a su molino ni pescar en río revuelto lo que discurre por renglones y
parágrafos, debiendo beber en impolutos veneros y fuentes más fidedignas.
No se puede por menos que reconocer la necesidad que tiene la sociedad de estar
informada a todas luces para que el oscurantismo no le ciegue a la hora de
tomar decisiones, dando gato por liebre, y no le aporreen la puerta con
interesados guiños o milagreros trucos de aletargada áspid disparando a muerte
más tarde con envenenados dardos.
No hay que olvidar que el meollo de la cuestión ya lo dejó aclarado el
personaje de Alicia, al tener la sartén por el mango. Y dicho y hecho; y como en aquel tiempo
de la gestión de la Creación se volviese a decir de nuevo, Hágase la luz y la
luz fue hecha, y con tales mimbres de la paga vitalicia más pagas extra y otros
honores, se dispuso Virtu a ensamblar las páginas de su biblia apócrifa, en la
que figurasen al detalle los entresijos y vicisitudes y meandros de su mundo
entre fogones y hoguera de las vanidades, erigiéndose en ama y señora de la
situación, enarbolando la bandera de las puyas, las altiveces y endiosamiento
más endogámico, disponiendo en todo tiempo y lugar los ingredientes al
respecto, zanahorias, lechugas, pimientos y bazofias sui géneris que se echan
en la olla para hacer el caldo, a fin de que con su grandilocuencia culinaria y
otras hierbas al canto preparar platos de escándalo, y así seducir al
colesterol y a los comensales despertando el apetito, el fervor y una
autoestima sin precedentes en la historia de los chef de corte palaciega y de reinos,
extendiéndose sus innatas dotes gastronómicas y desparpajo singular, vasta es
Castilla, a lo largo y ancho de la flor y nata del mapa hostelero, maniobrando
señera con la almirez, el ajo puerro, el ojo, los rabos de toro, la casquería y
todo cuanto obrase en su órbita de cocción, ave que vuela a la cazuela,
haciendo de su capa un sayo.
Y en efecto, en los
procederes rutinarios y expresiones corporales o poses se atisbaba un aire
cansino, una especie de ritmo cancioneril rememorando la canción, "Bartolo
tenía una flauta con un agujero solo, y a todos daba la lata con la flauta de
Bartolo"..., sentando cátedra con la creación de los más ricos y sensuales
cimientos de empanadillas, roscos, pestiños y otros dulces, así como en el
trapicheo de las matanzas con chicharrones, longanizas, morcillas y demás
trabajadas carnes.
En las relaciones interdisciplinares
de los estratos sociales, ella dulcificaba las témperas y composturas
escenificando según la ley del embudo, de suerte que lo que percibe el ciego,
focaliza el loco o corrobora el peso de la razón lo descomponía como un puzzle
por arte de birlibirloque, y en un juego malabarista lo pasaba todo al baño
maría a través de sus aguas antojadizas, llevando a cabo exorcizaciones
referentes al caso, transmutándose misteriosamente en panorámicas postales o
increíbles pasteleos, pistolas de feria o puñales o repentinos barruntos que no
están en los escritos de padre y muy señor mío.
Cual otro Maquiavelo, maestro
de aviesas trapisondas y secretas tortas o sediciones, iba atizando el fuego a
cualquier precio, siendo más efectiva en las distancias cortas, como los
aromáticos desodorantes, si bien a solas entre la sierra y el mar o entre
cuatro paredes la cosa era más cruda, de modo que el valentón de la cuadrilla se
echaría a temblar poniendo pies en polvorosa, al encontrarse con tanta tela que
cortar y tanto tocino añejo y en su presencia, en trance de afilamiento de
cuchillos, confeccionando la repostería con suma fertilidad y rutina, con el
acicate del dicho popular, el
comer y rascar, todo es empezar.
Cuando alumbraba o fisgaba
algún manjar, anhelaba probarlo a toda costa o conquistarlo militarmente al
instante, cual otro Bonaparte en los campos de batalla, y cuando su carburante
menguaba, se iba desinflando como flor temprana, huyendo atolondrado de su
regazo el desasosiego y la intemperancia, viendo el cielo abierto la mesura y
la bonanza.
Alguien que se encontraba en
la otra orilla del río se reía de todo cuanto sus oídos veían, al vislumbrarse
un mundo del revés a través de los cristales de su parlamento:
-Y es que tiene guasa, vamos
-sic-, con la de trofeos que atesoro, no me entra el argumento de la
obra, el comulgar con ruedas de molino o raros advenimientos en la convivencia.
Y estaba Virtu en el
convencimiento de disponer tan sólo de tres telediarios en sazonados
razonamientos, no sintiéndose con fuerzas para sobrellevar los desbarajustes, y
menos aún vivir de rodillas, ni adorar iconos de oro o soportar agrias
concepciones machistas. Porque pensaba que ya tenía los colmillos retorcidos, y
curtida en mil batallas.
En los recintos enjutos, se
captan mejor los codazos, exabruptos o provocaciones que se tienden a alguien,
y hay que coger el toro por los cuernos, que diría el castizo, siendo necesario
discernir cuanto antes el grano de la paja.
-Stop, Virtu, sabrás que los
buñuelos están llorando, la masa o levadura o aceite o el cante que danza en lo
hondo de sus notas resultan hoy infumables.
-Un momento, espera que
pruebe. Hay que saborear con parsimonia y mucha paciencia para hallar el punto,
las exquisitas interioridades que encierra, gloria pura es, así me sabe, quizá sea
el mejor que haya hecho en mi vida.
-Un momento, Virtu, observa
el olor, parece que exhala tintes estrafalarios que nunca antes habían aflorado
en tu quehacer repostero, porque tus dedos confeccionan unos productos fuera de
lo común, tanto es así que se puede testificar ante notario que no tienes rival
en el vecindario, sin embargo la genuina esencia de hoy comparada con la de
otras apoteósicas mañanas brilla por su ausencia, por lo que hay que hacerlo
saber, y al pan, pan ... y no se hable más.
-Estaría bueno, digo, las
alegrías y las penas que conllevan tales labores no las entiende nadie, pues
requiere un no sé qué y talento, eso es talento, sin los cuales nada llegaría a
buen puerto, y puedo exclamar a los cuatro vientos los delicatessen que
preparo, invitando al personal a escuchar los susurros, cómeme, cómeme, cómeme
...
-Vale, Virtu, pero lo salado
como lo insulso también rezan en los aeropuertos, en los vaivenes de la vida y en la cocina,
y a veces murmuran más de la cuenta en ciertos platos, empanadas o frituras. Tales disfunciones existen y tienen lugar porque la manecilla
del reloj no se ajusta a su punto de enganche, o quizá no se conduce con
tiento, originando inesperadas paparruchadas o hediondas viandas, y se espera
que se imponga la cordura y la pulcritud, controlando los hervores de la olla,
y no dar lugar a que las cañas se conviertan en lanzas, tan gélidas y frías que
revienten de pena, o explosionen como bombas, y haya que salir huyendo antes de
tiempo al expandirse el fuego, envalentonándose en las venas ya
casi estranguladas, viéndonos abocados a la inmolación o destrucción de
la vivienda, si no acuden con premura los bomberos de guardia.
-Eso a buen seguro que nunca
sucederá, aunque de todos modos dependerá según quien caiga, ya que está una al
quite del menor amago.
-Bueno, sin embargo, hay que
reconocer que no es oro todo lo que reluce.
-Lo que rumio en tardes de
fría plata, es que si volviese a ser concebida (sin ninguna connotación
virginal) esquivaría cualquier nupcia, y seguiría masticando el celibato de
por vida, renunciando a los parabienes y prebendas y agasajos de l@s
abuel@s sumergid@s en un mar de velas cumpleañeras, decorad@s con suculento
fruto, flores y copiosa compaña: retoños, nietos, bisnietos,
tataranietos, y fotogénicos álbumes al por mayor.
En un fantasmagórico y
rocambolesco cielo estrellado, pleno de inconmensurables boatos, ínsulas y
humos celestiales que penetran por los intersticios cerebrales, y van engordando
de tal forma la masa gris en el discurrir y obrar, que elimina el sentir de los demás en un incesante estirarse como chicle o gigantesco kinkong perdonando
vidas o empujándolos al averno con furia, cual insecto que
enturbiase el pensamiento, imposibilitando una sensata coexistencia con tan peculiares hazañas altivamente soñadas.
Cae el telón, y cada mochuelo a su olivo,
haciendo mutis por el foro del crepúsculo.
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