La peluquería.
Con el cambio de
hora se le chafaron casi todas las citas
y compromisos, y tal vez en alguno de ellos hubiese encontrado la solución
a sus últimas incertidumbres.
Porque ocurría que
durante esas fechas, entre tanto olor a santidad, difuntos, cenizas y humo de
las castañas por las calles se estaba volviendo loco. Lo que acaeció a don
Quijote fue una broma como aquel que dice, comparado con lo que a Jacinto se le
venía encima.
La cabeza la tenía
bien por dentro pero no del todo, o al menos eso pensaba, y por si de ese modo
recibiera un rayo de cordura, entró de súbito en aquella peluquería que había
al cruzar la calle, donde al parecer solían ir personajillos famosos por sus singulares
trapisondas, atracos o allanamiento de morada.
Se cuenta, sin ir
más lejos, que habían llevado a cabo en su dilatada carrera un sinnúmero de robos,
atracos y asaltos a trenes, bancos importantes o a los más insignes palacios
del globo.
Queda la duda de si
se le arreglaría un poco la cabeza por dentro
con las buenas artes del experto
peluquero.
Por Florencia.
Silverio al fin encontró
donde cobijarse, tras varios días vagando de norte a sur sin rumbo y sin dinero
y lo peor de todo, sin esperanza.
El último terremoto
ocurrido en su pueblo natal lo dejó tirado en la calle, teniendo que salir en
estampida a las claras del día, y andando, andando, se topó con un jumento por
los caminos, que al igual que él huía del horrible temblor que le había
sacudido el alma.
Y en aquella
encrucijada sembrada de tribulaciones, ni corto ni perezoso lo saludó Silverio,
haciendo no pocos aspavientos cual otro Sancho, y hablándole al oído le dijo:
hola, jumento, ¿quieres que seamos amigos? y al punto recibió Silverio un
hermoso rebuzno de aceptación por respuesta, acatando mutuamente el ofrecimiento.
En vista de las
buenas maneras y disposición del borrico, Silverio lo acercó a una gran peñasco
que había en el sendero, montándose en él.
Al cabo del tiempo a
ambos les entró sed y hambre y no poca fatiga cuando pasaban por el centro de
Florencia, y fue precisamente al cruzar la célebre calle de los Médicis, donde abundan
los soportales, y se pararon de común acuerdo a pasar la noche, y al poco juntaron
unos periódicos, flores de amores marchitos, ramillas y matas que por allí
había, preparándose un hermoso colchón para dormir, pero el hambre no les dejaba
conciliar el sueño, y como oliese a comida caliente el jumento a través de los
cristales de una tienda de ultramarinos, de repente soltó cuatro coces al aire con
tal ímpetu que rompió la luna del escaparate, y de esa manera mataron el
hambre, logrando poco después de llenar el buche caer plácidamente en brazos de
Morfeo, empezando a roncar con tal virulencia Silverio, que despertó al asno
con tan mala sombra que del repullo que pilló, se echó a llorar como un niño, pidiendo
auxilio a los que por allí pasaban.
La bici.
Nuestras vidas son
los ríos que van a dar a..., ay, ¿adónde? Nunca se sabe, aunque Manrique ya
tenía su librillo, rigiéndose por la inercia del agua, que discurre de la cuna
a la sepultura, de la sierra al océano, pero con una salvedad, será si antes no
muere por la llanura y valles por donde circula.
La vida es obvio que
brota en el vientre de una cuna, y luego el bebé gatea a rastras, se cabrea,
hace pis o pisotea a los abuelos en el sofá o en el parque, y cuando crecen y ya
son adultos puede que se alisten en el algún ejército honroso o de holgazanería,
utilizando en vacaciones los medios de transporte más exóticos, como trineos
nevados, carruajes medievales, diligencias de películas inmortales o cómo no, la
bici.
Hay quienes llegan a
enamorarse de ella, colocándola en un altar, hasta el punto de dormir con ella,
y la utilizan a diario para desplazarse al trabajo, a la playa con la novia, al
supermercado, a un picnic, y en ocasiones para hacer el indio por aceras o
escaleras robando bolsos, o el más difícil todavía en programados concursos,
saltando balsas, tapias, puentes, víboras encendidas, lumbres, barranqueras o serios
pensares...
Con el transcurso
del tiempo la ragazza, que está parada y pensativa en la calzada, soñando con
las manos en el manillar, tal vez esté pensando en ahorrar un puñado de liras para
comprarse una bici de carreras con intención de correr en fechas no lejanas el
Giro de Italia con los célebres ases de ese duro deporte, siempre y cuando los mandamases
de turno no le corten las alas...
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