Como si fuese
tocando la flauta por el camino radiante de alegría, así salía de su refugio
Fulgencio aquella prometedora y despejada mañana rumbo a tierras norteñas con imperiosos
deseos de inhalar frescos y risueños céfiros, así como toparse con los más
saludables y felices hallazgos.
Sonaba el
despertador más temprano que de costumbre, y saltando como un gamo de la cama
se dispuso a acicalarse raudo, el tiempo es oro, pensaba, deteniéndose en las
arruguillas que le señalaban las inexorables secuelas del tiempo, y con las
neuronas puestas en el GPS, que le indicaría con todo lujo de detalles los
itinerarios y hojas vivas o muertas que arrastrase el viento por los caminos.
No obstante ignoraba
Fulgencio el grueso de la agenda, horarios, rostros del grupo, menús y otras
minucias que le aguardaban durante una semana un tanto loca, que trataba de aglutinar
entre pecho y espalda, acuñándolo interiormente con los mejores vaticinios,
como algo fuera de lo común y digno de vivirse esperanzado en romper moldes,
olvidando la servidumbre horaria de las mañanas confeccionada con tintes imperativos
entre la obligación y lo políticamente correcto.
No levantó apenas la
cabeza o la mirada para hurgar en los desconchones o subterfugios que se
ubicaban en sus interioridades, al no tener nada claro la contienda, dado que
las primicias y parafernalia del viaje le provocaban no poco hipo e incertidumbre,
dado que de entrada no le granjeaba buenas expectativas, si bien se alejaría
por unos jornadas del monótono ambiente del barrio, de los cotidianos roces en
el trabajo o al tomar un tentempié en el bar de la esquina, donde afluía la turbulenta
concurrencia soliendo desembuchar las heridas, artritis, enamoramientos
momentáneos, negras vigilias, bronceado de piel o broncas existenciales, como
si estuviera purgándose en un balneario o en la consulta del sicólogo o gurú,
recibiendo las sabias enseñanzas de don Juan.
Por la mañana todo
iba viento en popa, volando entre ilusiones y ensoñaciones, concatenándose devaneos
y reminiscencias entre sí, como si emulase a Cristóbal Colón o a Marco Polo
descubriendo otros continentes, ancha es Castilla, pensaba, y por allí
circulaba precisamente, pateando tierras sin descanso, peleando con denuedo
contra las adversidades puntuales, o alimentándose con galácticas fantasías,
soñando que llevaba incrustado en el cerebro un chip de la NASA con las
programaciones de los viajes interplanetarios de fin de semana o de luna de
miel de enamorados, vamos, que por pedir, cualquier cosa.
La imaginación se desbordaba
a raudales tejiendo ricas urdimbres como el cuento de la lechera.
Y puestos a elucubrar,
para qué quedarse en la superficie, a ras de tierra, y no bucear en la hechura
de las cosas, o quizá sea mejor volar y volar como las aves por las alturas campo
a través atravesando sierras, cordilleras o mares, emigrando a donde el viento
te lleve o encuentres una mirada dulce o vivificante primavera con tierras
vírgenes al menos, y de esa guisa limpiarse las legañas y el deterioro cansino inoculado
en las entrañas durante años, y acaso haciendo de su capa un sayo, vivir opíparamente,
aunque sea clandestinamente, en la exuberante caverna de los pensares.
Durante el viaje iría
abriéndose un abanico de proyectos y visitas, como ríos de corrientes multiculturales,
gustos opcionales, museos, prestigiosas bodeguitas del lugar con los taninos
bien armados y enmadrados, quitando las penas al más obtuso o puritano de la
expedición.
Al día siguiente de
tomar tierra en el lugar de destino, Fulgencio se sentía un tanto desnortado
por tanta movilidad y lo novedoso de los terrenos que pisaba, cruzándose con caras
desconocidas y personajes del más pintoresco y diverso linaje, cada cual de su padre
y de su madre, y no las tenía todas consigo.
Avanzaba silencioso,
algo reflexivo, pero exhalando buenos modales y lo mejor de sí mismo. Y con el
paso de los primeros días, ya próximo al medio día, cuando la chimenea del
hotel de turismo rural iba calentando motores y ambiente, los corazones de los
presentes se estaban animando y arrimando, formando corros, bebiendo y brindando
por la felicidad, por un venturoso viaje y que todo saliese bien.
Y se iban superponiendo
uno tras otro los momentos, los suspiros, los encuentros y entradas a
monumentos, las bajadas y subidas al bus, enterrando la dura monotonía que rige
el calendario laboral en el trajín diario, donde ni una ciática o el dolor más hiriente
del mundo puede frenar la laboriosa maquinaria del trabajador, arrastrándose si
preciso fuera hasta la fábrica u oficina tomando para ello lo que no hay en los
escritos, tabletas o pastillas o exóticos elixires para respirar, sonreír,
seducir a los jefes o robar besos o para el mal de ojo, que de todo hay... y
así llegar sano y salvo al tortura diaria, donde se cuece el pan de la vida, el
salario mínimo interprofesional, que permite pasar hambres y tirar para
adelante como la conocida consigna, camina o revienta.
No era Fulgencio
hombre de muchas alegrías en sus carnes, ni había recibido generosos regalos de
los Reyes Magos o felices aventuras o parabienes, como ser agraciado con el
gordo de Navidad, de la loto o le cayese alguna breva del cielo, sino todo lo
contrario. Era el patito feo de la grey, lamentándose de la poca fortuna a la
hora del reparto de la tarta.
Sin embargo, aquellos vaivenes un tanto turbadores
o destartalados del bus por la carretera rociaba sus sentires, sobre todo cuando
el conductor jugueteaba con la concurrencia apartando las manos del volante, yendo casi dando bandazos, lo que no
aturdía a nadie y se prestaba a que se relajase el personal en parte, pese a
todo, logrando unos aires distendidos, joviales, de verdadera fiesta, poniéndose
harto cachondos todos, zalameros, mientras el chófer ensartaba chascarrillos y dichos
ingeniosos poniendo cedés con un variado repertorio de afamados humoristas, lo
que iba fomentando la sintonía y el gracejo
entre los grupillos y de esa guisa la gentecilla se iba soltando el pelo, disipando
la timidez, no parando mientes en saltarse a la torera ciertas reglas de
cortesía o roles echando por la calle de en medio sin guardar las composturas.
Pero he aquí que un
corazón a lo mejor solitario (?) se fue abriendo paso en su vida como un rojo
clavel temprano a los primeros rayos del sol dando pie a que Cupido lanzase la
flecha a la pastora, que con su dulce caramillo y conversación lo deleitaba
contando primores, peripecias, sensaciones o discurriendo por los más tiernos y
encendidos cauces vitales rompiendo el hielo.
Sabido es que a
veces el hielo se derrite causando estragos en las campiñas y poblados, o anega
cerebros sensibles y enamoradizos llegando a ocurrir cosas mayores, siendo
abducidos o embriagados a machamartillo por ardientes corrientes produciendo a
la postre el flechazo, siendo acariciada y reverenciada su persona a manos
llenas y sin reparo a la luz del día, recibiendo toda clase de bocados, mensajes,
masajes y tocino de cielo.
Y así iban cayendo
vertiginosas las hojas del almanaque durante el viaje, mientras los efluvios y
dirección de la veleta impelida por los alisios o la tramontana o acaso viento de
poniente hacen a veces barbaridades, acaeciendo entonces una especie de cataclismo
repentino, inesperado, enturbiándolo todo, y las corrientes cristalinas que manaban
en los más límpidos veneros se tornaron de súbito y sin fundamento negras, irrespirables,
como inundadas de famélicos cocodrilos y envenenadas serpientes contra Fulgencio,
y apareció la incongruencia más extraña que imaginarse pueda, sucediendo el
macabro corte de ósmosis entre sí sin ton ni son, como no fuese por un brusco e
inexplicable quite bipolar, generándose un odio a muerte en su contra.
Y como no hay mal
que cien años dure, así tampoco la encendida rosa sobrevivió al crepúsculo.
Ya lo dijo el poeta: ¡No le toques ya más/ que así es la
rosa!
2 comentarios:
Muy bueno, como siempre, amigo Pepe. Es admirable tu arte al escribir.
A veces, todas, me recuerdas a Cervantes. Estos retazos parecen, son poesía en prosa. ¡Ah Fulgencio y la brevedad de la rosa! Enhorabuena Pepe.
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