Quizá
sea preferible ir de incógnito por la vida pasando inadvertido, porque aumentaría
sin duda las expectativas de que los sueños se cumplan, discurriendo las
criaturas felices y contentas por las laberínticas encrucijadas.
Cuando la adicción aprieta no
hay mano de santo que la pare, o pozo negro que la engulla.
En cierto pueblo morisco (*Nodnrajaug)
de la ancha Andalucía vivía enganchada al shopping Puri, hasta el punto de que pasaba
los mejores momentos de su vida pateando tiendas o grandes superficies, dedicando
el resto del tiempo a las labores domésticas. Y se entregaba en alma y cuerpo al
arte culinaria hasta que el director de orquesta que llevaba dentro le paraba
los pies diciendo aquí estoy yo, poniéndola a interpretar
mercantiles baladas, heroicas compras de ensueño.
Llegado el momento fijado, y sin
dilación alguna, salió de compras aquel día para matar el gusanillo que le
corroía portando los documentos personales, tarjeta de crédito y un puñado de
dólares, no sin antes emperejilarse con las mejores galas pintándose hasta las
cejas, retocando el lunarillo que lucía en la mejilla izquierda.
Se puso ropa cómoda y ligera
para la ocasión a fin de aliviar la ardua tarea que le aguardaba, recorriendo
los distintos stands faltándole horas al día para completarlo, teniendo en
mente que sería un día diferente.
Soñaba
con encontrar un potosí en el Black Friday, que por cierto no era, pero qué más
daba, o acaso fuese el día de Reyes o de Santa Claus obsequiando al gentío a
diestro y siniestro.
Aquel día amanecía soleado,
compacto, de buen ver, aunque en el horizonte se vislumbraba leves nubes con
tintes negros. No obstante, todo invitaba a zambullirse en las ofertas
recibiendo alegrías y dulces estímulos, y despertaban el apetito y las ansias
de tirarse de cabeza al río revuelto de las gangas, chollos y saldos capturando
las más prestigiosas especies y marcas parisinas, londinenses o las nacionales,
Paco Rabanne, Purificación García o Carolina Herrera.
Así transcurría la jornada,
toda risueña y llena de envidiables encantos.
Una vez que visitó el centro
comercial por antonomasia de la ciudad, el de toda la vida, se fue a los
grandes almacenes de extrarradio en el transporte urbano. Y después de subir y
bajar un sinfín de escaleras automáticas, en un frenético ir y venir de unos
stands atiborrados de ropa a otros haciendo un gran acopio, se acercó a caja
para abonar el importe.
Y cuál no sería su estupor
cuando al abrir el bolso no estaba el monedero, pensando que unos cacos se lo
habrían robado junto con el pasaporte, la tarjeta bancaria y lo más preocupante
de todo, El DNI.
En vista de lo cual, y
temiendo encontrarse desnuda ante un posible control policial, se personó en
comisaría para ponerlo en su conocimiento. Pero aquel día por lo visto no era
el más indicado para tal misión, quizá por lo del color negro del día según
bullía en sus entendederas, vaya usted a saber, y las pasó moradas esperando todo
el santo día por la cantidad de gente que como ella acudía a denunciar algo, y
fue debido, según se supo más tarde, a que el grueso de la policía había sido
requerido para un caso más urgente, la explosión de varias bombas no lejos de
donde se encontraba, quedando tan sólo dos agentes para atender al personal,
viéndose obligada a esperar una eternidad, debiendo matar el hambre con unos
bollitos, o más bien unos cuscurros de mortadela y queso que le quedaban.
Una vez realizadas las
diligencias oportunas sobre el affaire, regresó a su residencia.
Mas trascurridas unas pocas semanas
empezó a sentirse mal, pensando que si salía a la calle podía verse envuelta en
alguna redada por mor de disturbios callejeros o ajuste de cuentas, y volvió a
ir a la comisaría de su pueblo al objeto de hacerse un DNI nuevo, quedando más
tranquila con el resguardo en el bolsillo mientras tramitaban el otro.
En el breve trayecto, se topó
con una gran tienda que estaba echando la casa por la ventana, liquidando todas
las existencias por cierre.
Con las mismas entró como una
exhalación, sin tiempo que perder, como no podía ser de otra manera, y una vez
que se despachó a su gusto, fue a la caja a sabiendas de que no disponía de
fondos, pero lo resolvió dejando reservada la compra para el día siguiente.
Puri, en su afán por la moda,
el estilo, y, cómo no, para estar en forma se inscribió a un curso de
meditación chakra en su proceloso caminar, recuperando energías y cierto
bienestar espiritual, evocando los años de catequesis y meditación parroquial
de su adolescencia.
Y no quedó ahí la cosa, ya
que impulsada por los hálitos de su homónima Purificación García, empezó a
buscar diseños exclusivos de su firma por todas las boutiques de moda, a
sabiendas de que estaba sin blanca, y lo dejó pendiente, mas cuando terminó la
operación se le torcieron los vientos.
En esas trapisondas andaba
Puri, cuando sintió la necesidad de ir al baño, y cuál no sería su extrañeza
cuando al introducir la mano en el bolso se topó con unos raros documentos, de
distinta tinta y hechura pero con perfiles similares, de color rojo chillón
mezclados con sangre seca, aumentando la incertidumbre más si cabe cuando vio
que la foto del DNI era de una muchacha siria, que aparecía colgada en las
redes sociales como presunta terrorista.
Quizá no fuese lo peor que le
habría ocurrido a Puri, pacífica y bondadosa como ella sola, al tener la mala
suerte de cruzar una calleja del casco antiguo, refugio de indigentes y ocupas,
en el instante preciso en que llegaban las fuerzas del orden pidiendo la
documentación a todo el mundo, y al comprobar la de Puri la introdujeron ipso
facto en el furgón, toda vez que no encontraban ninguna justificación al hecho
de llevar en su bolso documentos de una supuesta asesina, ingresando en prisión
preventiva, mientras se llevaba a cabo las oportunas pesquisas, si era inocente
o pertenecía a una célula yihadista.
Al cabo de un tiempo, las
dudas se fueron despejando, y en un día trasparente y limpio vio Puri el cielo
abierto, saliendo sana y salva del negro módulo, que casi le muerde el alma, pero
al menos le arrancó los puntos negros de la adicción, no pensando ir nunca más
a las rebajas, llevando una vida tranquila con los suyos.
A la mañana siguiente de la
liberación fue Puri a la iglesia del barrio a agradecer a Santa Rita, abogada
de imposibles, lo que había hecho por ella, liberándola de tan onerosa carga,
cual otro Sísifo, y después de haberle acaecido tantos y tantos contratiempos y
pesares.
No cabe duda de que salió
Puri totalmente purificada del templo, libre del compulsivo instinto, aunque con
la cabeza gacha pero satisfecha, el pecho lleno de aire puro y una sonrisa
ancha.
Y
sintiéndose desbordada por la emoción, y un tanto distraída por la euforia,
se dio de bruces con un enorme cartel del Corte Inglés cayendo como un muerto al
suelo.
En grandes letras rojas anunciaba: últimas rebajas al 70 por 100 de
descuento.
*Nota del editor. Ése es el nombre del pueblo que aparece en el
manuscrito.
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