Aquel día quiso empaparse
Venancio de los artísticos tesoros y monumentos que pululan por la urbe
granadina, amenizada por las cantarinas aguas de los dos ríos que bajan de la
nieve al trigo.
Para disfrutar a
fondo de los duendes que duermen en sus interioridades convino Venancio en descolgarse
por el monte del Sacromonte, la Alhambra y recoletos rincones ricamente
engalanados tanto en invierno con la blanca nieve en las cumbres, como en verano
con el envidiable y fresco verde de la vega, y meciéndose a sus pies voluptuosa
la costa tropical con tentadores frutos, papayas, mangos, chirimoyas y
aguacates entre otros, jugando la blanca espuma de las olas al pilla pilla o
gallina ciega a la orilla del mar.
En aquel ávido despertar
se inclinó Venancio por otras corazonadas venidas, introduciéndose por el corazón
del Albaicín desnudando las ocultas aguas que yacen en lóbregos recintos a la
espera de que alguien les pida unos sorbos, o traigan cántaras para llenar abriendo
el grifo solidario del aljibe, siendo
antaño trasportadas por burros o mulas al destino correspondiente.
Mientras se
fraguaban tales coyunturas, seguía avanzando Venancio por el distrito albaicinero
topándose al poco con uno de los ricos acuíferos que pueblan la emblemática barriada,
surgiendo interrogantes al respecto, como el hecho de teniendo tanta raigambre
nazarí e ignotos misterios discurriendo por sus venas no se revelasen, y en un
acto de exaltación se dirigió Venancio a los aljibes como otrora Juan Ramón Jiménez
a Platero, animándolos a dar un garbeo por los románticos miradores de San
Cristóbal, los Carvajales o San Nicolás visitando en noches de bohemia o luna llena
las zambras gitanas en plena danza especialmente los fines de semana, o el
festival internacional de música y danza, que con tanto celo y señorío se
celebra en los embrujados escenarios granadinos.
Al igual que los arrieros llevan en las alforjas
viandas y reconfortante combustible para el camino como dice el refrán, “con
pan y vino se hace más llevadero el camino”, otro tanto diríase de los albaicineros
aljibes que allí brotan y viven, pergeñándose
en su hábitat una sugerente atmósfera de duendes y exuberantes plantas al
rebujo del preciado líquido elemento, abriendo puertas y ventanas al sol de
la vida, regando esperanzas, macetas, parterres o jardines, y limpiando o curando el mal de ojo,
los labios o las cicatrices del desamor.
Contemplándolos desde otra perspectiva, se
observa que los aljibes llenan, además
de vasijas de diverso calado, las orfandades y pilas emocionales de las
criaturas, generando regueros de alegría y agua cristalina por los escabrosos costados
o derroteros, sobrellevando a tragos las ásperas climatologías o rigores
caniculares, incluso en medio de los miedos que nos acechan día y noche los
invisibles virus, que no cejan en su empeño sembrando muerte por donde pasan, al
igual que el caballo de Atila, empujándonos a las riberas del río Aqueronte con
o sin óbolo para los trámites del último viaje.
No será baladí tildar
de malnacidos a estos cobardes virus que no dan la cara, no mereciendo el nombre
compuesto formado por el lexema corona, a no ser que se etiquete
con el epíteto de asesinas espinas.
En tiempos de ocio
estos horrísonos virus hacen allanamientos de morada, entrando como pedro por
su casa por donde menos se espera, boca, nariz o garganta como auténticas balas
genocidas invocando a algún dios siniestro, o destripador destronado que les
brece en tan execrable operación, sin saberse a ciencia cierta con qué medios bélicos
o telemáticos cuentan para tan macabras maniobras.
No obstante es aconsejable
mantener la calma escuchando a Sancho cuando dice, “Señor, las tristezas no se
hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las
sienten demasiado, se vuelven bestias”.
Es harto complejo dilucidar
las estratagemas que utilizan estos advenedizos criminales para engatusar al
personal, acaso sea un señuelo de contagiosas carantoñas, palmaditas en la
espalda o traidores ósculos embaucando a las células humanas con adictivas vitaminas
o falsas recompensas, cayendo ingenuamente la gente en sus redes, creyendo que es algo bueno, bonito y barato, o tal
vez el aguinaldo de Reyes envuelto en camuflado envoltorio hipnotizando los
sentires del intelecto, logrando de esa guisa que no se percaten de las nefastas
patrañas.
Hubo un tiempo no
lejano en que los aljibes eran el blanco de poéticos dardos, señeros recipientes
de artísticas creaciones de eximias plumas de la piel de toro, destilando talento
en sus labores creativas, aquilatando las primordiales vivencias de los vivos,
de forma que los latidos de la lengua reflejaban cabalmente tales querencias,
siguiendo los pasos de los pensares y del alma y del cuerpo sobre todo, toda
vez que el setenta por ciento de la masa corpórea se compone de H2O, lo que
acredita más si cabe su valía, aunque sin olvidar que el exceso mata, como ocurrió
con el arca de Noé construido para
preservar la semilla de los seres vivos de las embestidas del diluvio universal.
La vida
es un aljibe a carta cabal, con el que
se sacia la sed de vivir, aunque en ocasiones ensucia la hoja de servicios con su
desmesurado suministro en los campos en un punto y hora.
A veces soñamos con
un aljibe viajero, que nos acompañe por
los insondables caminos de la vida dando de beber al peregrino, al sediento, o saciando
instintos, pasiones o ensoñaciones, sin embargo si hacemos un alto en el camino
y miramos al fondo del recinto, no alcanzamos a dar la talla del aljibe por ser
tan pequeños, bañándonos a la postre en las infaustas aguas de la mezquindad.
2 comentarios:
Hola, José,
Interesante escrito, que conjuga el paso de definirse como relato pero con tintes de artículo, por ese estilo tuyo tan personal que une tradición y actualidad.
Queda esa visión de futuro abierta a la opinión del lector, dejada escrita por usted entrelineas, porque ese efecto o causa del `virus´ sea una manifestación inconformista de la `Madre Naturaleza´, debido a la acción dañina del ser humano sobre LA NATURALEZA, la cual es la mima materia natural de la que hemos sido creado. Este virus no sea un `virus caprichoso de un dios brujo´, sino
de la `diosa naturaleza´, la cual nos avisa del peligro de desaparecer la especie humana y su humanidad. Y el agua pura que recogía el aljibe de manantiales y arroyos vírgenes quede infectada.
Saludos
José Marcelo Ruiz
Gracias a ti Marcelo por tener las ventanas abiertas, y por tu reflexiva aportación.Un abrazo
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