Cuando la borrasca apriete busca un techo protector, y cuando en tu vida aparezca la adversidad busca una mano amiga donde apoyarte.
En el recinto donde
se hallaba Evaristo exhalaba al viento el evanescente humo del cigarrillo, tarareando
como la cantante manchega la melodía, “fumando espero…”, aunque no esperase a
nadie pues las citas no siempre cuajan, y le tocaba matar el tiempo de la
manera más elegante e inocua posible.
A sus años recordaba
Evaristo con nostalgia los tormentos de juventud, las tormentas vitales y los negros
nubarrones descargando sobre los campos, tormentas las más sonadas de la
comarca en mucho tiempo destrozando los sembrados, las cuidadas huertas con hortalizas
y verduras, siendo la despensa a la que acudía para llenar el canasto alegrando
la cocina y las apetencias familiares.
Pero desde un tiempo
a esta parte Evaristo se sentía extraño, un extranjero en su predio, en la
propia morada, toda vez que no acababa de digerir los mensajes y consejos de
políticos y doctores que estaban hasta en la sopa, hasta el punto de quererlo
apuntar como conejillo de indias inyectándole una vacuna en experimentación, a
lo que finalmente asentía con cierto orgullo pensando que así al menos moriría
por una causa noble, dejando un halo de solidaridad y bonanza en su biografía.
Tal vez quería igualar
su tormenta a la del que se quedó manco en la célebre contienda de Lepanto, cuando
la pólvora se incrustó en su cuerpo, llevándole a alumbrar posteriormente la
inmortal obra, disparándose más rauda que las balas su aura y fama hasta los
confines del universo, sacándole el máximo provecho a las adversidades.
Se interrogaba si el
despertar entre Pinto y Valdemoro o entre el malagueño y manchego paisaje conllevaba
aires y mundos que precisaban puntualizaciones al respecto por mor de
susceptibilidades según las coyunturas climatológicas y anímicas a la hora de
aguantar los fuertes chaparrones.
Los gélidos vientos
manchegos podían endulzar las asperezas y maltrechos pasos de Evaristo en el
estío poniendo a tono sus pálpitos, en cambio la malacitana brisa marina con su
oleaje y las erógenas ramificaciones de las playas de la Costa del Sol junto
con el tentador nudismo podrían influir en los embates invernales como fuego o
una columna que fortaleciese los músculos del amor, sin dejarse arrastrar por
encendidos o truculentos delirios.
El cambio de aires, el
desplazamiento de un territorio a otro airea el cerebro, el espíritu, y orea las
heridas del alma alegrando la pena, y levanta los decaídos corazones lanzándose
sin paracaídas a la conquista de lo robado o perdido, al paraíso soñado de la
infancia.
Y con las bombas que
tiran los fanfarrones hacer borrón y cuenta nueva, planeando, cual lúdicas
gaviotas, por la inmensidad del espacio, o posarse en la húmeda roca recibiendo
protección y besos marinos soñando en su pétreo regazo.
Las bombas atómicas o
tsunami que a veces acechan en las encrucijadas de los sentires, será bueno
transformarlas con sutil savia en bolitas de cristal, interrogándoles con sigilo
por sus secretos o debilidades, aturrillándolas con premura con escopeticas de
juguete o tirachinas descascarillando el núcleo duro de su robótica, de modo
que, cual ufana nave en el océano, naveguemos por nuestro horizonte sin
sobresaltos ni remolinos arribando a buen puerto, tarareando el estribillo,
“soy capitán de un barco inglés”…, y repostar con el mar en calma chicha en el
Peñón de Gibraltar.
En línea con las
envidiables aspiraciones de aminorar las secuelas de las tormentas, los
vocablos bello, ético, útil deberían
figurar con luz propia en los clásicos frontispicios, primando tales valores en
las perspectivas del fluir humano. Y la cobardía,
candidez o medias tintas sean el blanco al que hay que lanzar los endiablados
dardos sin demora, y echar el anzuelo en el banco de encantos del mar de la vida
humana pescando, cotejando y cortejando la variopinta cohorte de inventores,
investigadores, pintores, cuentacuentos, poetas y personas libro con las obras
literarias que vayan asomando por los picachos del pandémico panorama en el que
nos vemos envueltos.
Y mientras tanto, para frenar las tormentas
existenciales, cerrar el paso a quienes intenten enquistarse en el devenir de
nuestros días generando ansiedad, desidia o hecatombes, o vayan vendiendo humo por púlpitos, catacumbas o politizados
meandros empeñados en engañarnos por
todos los medios, saliendo a la luz del día como fresco e impoluto rocío
irrigando los pensares con reparadoras esencias, exornándose con pendientes de
oro en pasarelas de moda desafiando al mundo, prometiendo lo que no está en los
escritos, burlándose del tiempo, la ley de gravedad o la inteligencia, y decirles
bien alto ¡basta!, y se vayan a otra
parte con su música, abriendo la gente los ojos a tan semejante farsa.
Como talismán contra
las tormentas del espíritu y para fomentar el progreso, la educación y la cultura
evocar como un espejo en el que mirarnos al insigne Giner de los Ríos, pedagogo
a carta a cabal, que se dejó la piel en ello, y con el que se debe caminar sin máscaras
ni mascarillas de hipocresía por los caminos del saber, y en un juicio
sumarísimo exigir que rindan cuentas a las tormentas.
De la cuna a la sepultura, del venero al mar,
del orto al ocaso, toda la vida discurriendo por el curso del río entre chopos,
pedregales, acantilados, lamas o charcos.
A pelear por una excelencia
de vida invitan los impulsos humanos, y desplazarse por angostos senderos
dejando las huellas en el tejer de los días, gozando de encajes de ensueño en
hábitos, crepúsculos e indumentaria del alma.
Y celebremos el carpe diem con la parafernalia requerida
para la ocasión, en una fiesta de delicias
compartidas, arrojando a la hoguera las tormentas tanto las meteorológicas como
las interiores, que ahogan el alma, exclamando con altura de miras, viva la vida, viva la libertad, retozando
como potrillos desbocados por esos mundos de dios sin ataduras ni reclamos por
muy serios o sólidos que parezcan.
Y se quedó leyendo Evaristo la
novela Ofrenda a la tormenta de Dolores Redondo, con el firme propósito de
estar vigilante ante la posible llegada de Inguma, el terrorífico genio
maléfico.
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