El impulso revuelve el agua airosa
despertando el instinto al nadador,
él rubrica autárquico y retador
con un abrimiento de boca gansa;
su fantasía vuela alrededor
del recinto en busca de dulce fruta,
la gran manzana que ella tanto chupa
de Tántalo, y muerde cual monitor;
descubre ella ardiente desde la orilla
la voluptuosa inmersión de los cuerpos
esbeltos, tersos, partiendo los pechos,
mientras miro el rostro rosa que en ella
brilla, encendido por una cerilla
y el cigarro, embebida en la lectura
del libro “Seda”, que desgrana y apura.
Mas en primavera el sañudo Orestes,
vengó aquel hervor secando las nubes.
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