viernes, 30 de noviembre de 2012

En la desierta canción de unos cubiertos de plata






                                                   
   En la desierta canción de unos cubiertos de plata, el artista afinaba su gélido instrumento, que permanecía en un prolongado letargo quizá algo sospechoso, emitiendo señales de incredulidad y rareza, porque al tiempo que pulsaba con el plectro las cuerdas en el alboroto de la calle donde se hallaba, no se explicaba el enigma en el que se desenvolvía, al negarse las cuerdas a dar señales de vida; era algo insólito lo que estaba viviendo.
   De todos modos, una vez en el aposento, se dispuso a preparar el amenizado festín, colocando los cubiertos de plata en los espacios requeridos a tal fin, sin reparar en los negativos tintineos de las cuerdas del instrumento.
   Se interrogaba si en aquella mansión habrían pernoctado los más terribles enemigos de los dioses del olimpo, de las musas del parnaso o de las artes en general, de forma que las habitaciones estuviesen encantadas, inundadas de hechizos malignos, bien por haber dado honesto hospedaje y reposo a los huesos de grandes y eximios caballeros andantes famosos en el mundo entero, o tal vez por el influjo de negros espíritus impregnados de lúgubres sensaciones.
   Cuando ya se habían acomodado todos los comensales en la anhelada  velada, los cubiertos de plata, cada uno a su aire, comenzaron a expandir románticas melodías, que brotaban de sus misteriosas hechuras como por arte de magia, acaso por haberse incrustado en su textura los solemnes acordes y ritmos sutiles que anteriormente había ido desgranando el artista, y que no pudo mostrar a su debido tiempo al auditorio, en los prístinos instantes tan desiertos, pero que posteriormente en un glorioso resurgir de las cenizas, la música sembrada en los poros de los utensilios de plata sacaron pecho, y explosionó con todo fulgor y armonía por un resquicio del sólido y compacto silencio de los comensales, cubriendo las cabezas y el ambiente de una dulce película, embriagándolos en un sueño de felicidad, recreándose extasiados en aquella seductora y sublime polifonía.        

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