Ya de bebé lo advertía la abuela, niño, la
vida da muchas vueltas y muchos palos, y si no te espabilas a tiempo puede que luego
sea tarde.
En tales coyunturas de la existencia
no se puede intuir, ni acudiendo a los arúspices más avezados del reino, lo que
acaecerá el día de mañana, por el abanico de posibilidades y salidas que hay al
alcance de la mano, enrolarse en la marina, en la bandera lucrativa de la
profesión en una empresa o en la escudería de fórmula uno, o bien en diversos
menesteres con otras miradas más solidarias, como puede ser la labor artística
o algo por el estilo, porque vaya usted a saber cuál es la madre del cordero, esto
es, qué vocación en concreto abrazará a uno o por qué pasadizos lo engatusarán
las caprichosas motivaciones, asentando por fin las posaderas, aunque con el más
difícil todavía si es un culo de mal
asiento.
Es a todas luces harto complejo desentrañar, desvelar los misterios
interiores por la maraña de enigmas que envuelven el alma humana, el entorno o
los bosques por donde se transita, al ir desfilando por su presencia un sinnúmero
de novedades o sorpresas, tales como lagartijas, tiburones, personajillos, tigres
urbanos o seres pensantes que pican como alacranes o verdaderos demonios,
y en ocasiones son más peligrosos que los habitantes de la selva, en tanto que
lo desnudan a uno en menos de lo que canta un gallo, saqueando a sangre y fuego
los campos por los que pisan cual otros atilas, y se introducen subrepticiamente
en los caparazones más íntimos, en los tragos o descansos del camino, en el
oasis del fin de semana, cuando se le antoja a alguien ir con la novia a tomar una
infusión o el sol a una playa desierta, o disfrutar de un día de campo entre un
mar de pinos, y de pronto palpa como en un sueño la lúdica imagen de los cerros
jugando al escondite como niños traviesos, o conversando distendidos con él en la espesura a través del whatsapp, interrogándose
a cada instante por el hacinamiento o las oquedades, buceando en las aguas de
las inquietudes, en los manojos de nervios de los menoscabos, en las sutilezas
que discurren por las neuronas cerebrales.
Y es evidente que en la vida no todo es coser y cantar, quedando a años
luz de lo que se cuece en la olla del vivir, y más en determinados peldaños o
rangos, aunque en semejantes lodazales o dunas los espejismos sean acaso una
verdad como la copa de un pino, dado que en la vida –nombre eufemístico a veces-,
hay situaciones raras en las que no se percibe que la vida sea vida, sobre todo
si ocurre que se queda uno en paro, con la hipoteca colgada y demás adláteres,
en cuyo caso, farfullaría él, tierra
trágame, o con otras palabras, más le valdría no haber nacido.
Al fin de cuentas, fue en parte
lo que en realidad le sobrevino. Que de la noche a la mañana la empresa donde
se forjaba el porvenir y apañaba el sustento cotidiano se chamuscó, se declaró
en quiebra, derruyéndose como un castillo de naipes, no dando pie a la apertura
de un expediente, a algún tipo de solución sensata, llámese ere, indemnización,
reparto de los despojos o lo que se tercie a fin de ayudar a las criaturas, pero
sucede todo lo contrario, que si te he visto no me acuerdo, poniéndolo de patitas
en la calle, el manido desahucio, no contemplándose al menos una era donde achicar
sobresaltos o estirar las piernas o trillar la
parva de trigo pendiente, verdadero soporte del día a día, y poder airear
las heridas a flor de piel para que se calmen y oreen, mas nada de eso figura
en la agenda, lo único que llama a la puerta es el despido puro y duro, y todo
lo más que resta es alojarse bajo un árbol si lo hubiese no hendido por el
rayo, o un puente en verano y al Sur, porque si es al Norte de la piel de toro,
ni por asomo podrá pernoctar en su húmedo lecho por mor de las abusivas e incesantes
lluvias.
En vista de lo que se avecinaba, se sentó aquella tarde en un banco del
parque a planificar la estrategia, un proyecto de fuga de la prisión en que se
sentía retenido o la búsqueda de un bote salvavidas para sortear los vaivenes
de las olas en la marcha, que consistiría en lo siguiente, abastecerse de mantas
y cartones y dormir a la intemperie como un mendigo más, así al menos se sentiría
libre, y sería hijo de algo, dueño de algo, del espacio que ocupaba, del aire
que respiraba, de las miradas que acaparaba, de las palomas y gorriones que por
allí picoteaban, buscándose la vida, luchando a brazo partido contra los
imponderables del destino.
Quién le iba a vaticinar en los albores de la infancia, en los pinitos
del amanecer, que en un tiempo no lejano, allá por las calendas invernales del
siglo veintiuno, que lo que se iba a encontrar tan pronto como aterrizase en la
rutina del planeta tierra sería enfrentarse a la tesitura del dilema, camina o revienta, o bien, te alejas de
por vida de tus querencias, con un vade retro rotundo a los quehaceres culturales
y creativos, colgando los hábitos de escribidor, y sacudirse el polvo de las
alpargatas y secar la tinta del tintero,
o te verás implicado en graves chantajes o asesinatos a mano armada, a cara
descubierta y pluma cargada, involucrado
por una o mil coartadas o quisicosas de la trama, como en los cuentos de Las
mil y una noches, al intentar remover Roma con Santiago, o ir de la ceca a la
meca para conseguir una cita o contactar con el frío torno del cabildo de
turno, y entablar un diálogo con el titular de la asignatura pendiente, batiéndose
el cobre, al objeto de que se le ablande el corazón al mecenas de la ciencia y de las márgenes de los
ríos de tintes artísticos , y en un arranque de pundonor, dando el do de pecho,
apechugue con los anhelos de los letraheridos, encauzando los rictus y los pros
por la escritura, guardándolos en la mochila y se dé por enterado de una vez
por todas del affaire, y abra la ventana a la esperanza, alumbrando unos
renglones menos ruines, desactivando el candil o la lamparilla de mariposa encendida en el
tazón de aceite de oliva virgen para llevar a cabo la lectura o escritura.
Hay
que romper una lanza para que no se clame en el desierto y se autorice la entrada,
aunque sea tibiamente, a los solitarios asientos del aula, al uso de los enseres
que allí duermen desconsolados, a fin de que se cumplan los sueños de estas sufridas
criaturas que hierven en inquietudes, sentires, pensares, búsquedas, y quieren
romper moldes, abrir horizontes en las mentes para iluminar un tanto los lúgubres
túneles de la impostura, de la zafiedad, de la miopía o la cerrazón, y crezca el
caudal de la dignidad, y de esa guisa germinen briznas de cordura, de sapiencia,
que yacen a ras de tierra, y se vitoreen las actitudes emprendedoras, entusiastas,
y resplandezca la fresca sonrisa en los ansiosos rostros, abrazándose al unísono
en una confraternización universal, tanto en períodos de gruesa tormenta como de
calma chicha, ahuyentando el riesgo de fugas o abandonos, y se vean cada día menos
ensombrecidos los verdes y tiernos despertares de la primavera, y se entierren las
absurdas frustraciones en fosas comunes, de suerte que se sientan comprendidos,
correspondidos, en comunión solidaria, sensibles a la vorágine del vivir sin
tapujos, haciendo realidad el axioma, Escribir
es vivir, exclamando, Viva la escritura con papel, lápiz, pupitre y aula, pudiendo
borrar de la retina y del encerado todas las encerronas, y que la promesa no
sea una pantomima con más brotes baldíos, toda vez que no es potable el agua
que se bebe en tales caños, porque baja bastante viciado y turbio el elaborado producto.
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