A galopar, a galopar
hasta llegar..., tarareaba Asdrúbal galopando con su 4x4 atravesando charcos,
pujos o fronteras como un lunático, y plantarse delante del ansiado mar, exclamando con
todas sus fuerzas eureka, lo encontré.
Cualquiera que lo
viese pensaría que andaba pirado, yendo como atraído por un imán sin poderlo
remediar.
Meterse en los
aposentos marinos, y penetrar en las bitácoras y ensoñaciones oceánicas era el
sueño de su vida. Quería contemplar in situ las interioridades, su húmedo vientre,
no parando durante el viaje ni para refrescarse pese a los rigores de la
canícula, hasta no saciar la ansiedad que le embargaba, ¡tenía tanta hambre de
mar!
Otra cosa muy
distinta hubiese sido el reto de tocar la luna tan lejana, cual niño consentido,
mas en lo que se refiere al mar siempre, que se sepa, estuvo al alcance de cualquiera
y de los poetas a través de los versos y del celuloide en marítimos escenarios
de piratas, no entendiéndose lo que pasaba.
Asdrúbal llevaba
toda la vida luchando por contar las olas que mueren a la orilla del mar así
como los flechazos de luna sobre la superficie, y deseaba sentirse como pez en el agua, visionando el vuelo de las
gaviotas sobre su presa, el revuelo de los bancos de alevines o los juegos y cabriolas
de los delfines sorteando escollos o el remolino de los barcos al pasar.
Goteaba Asdrúbal incertidumbre
por los cuatro costados, aturdido por no barruntar nuevas pistas que le señalasen
con premura en qué aguas se bañaba últimamente la luna con su cohorte.
La obsesión era tan
agobiante que no le dejaba vivir, y proseguía la búsqueda sin tregua, y cuando se
las prometía muy felices llegando al rebalaje, ¡zas!, se quedó con dos palmos
de narices, no avistando ni mar ni luna, sufriendo lo que no está en los
escritos bíblicos siendo tan gravísimo, figurando en cambio las diez plagas de
Egipto, por ejemplo, y otras muchas calaveradas de poca monta, porque hay que
tener en cuenta que en aquel tiempo el señor Dios leía la cartilla a su gente y escribía las cosas, no apareciendo
sin embargo tan sensibles pérdidas ni en borrador, toda una bofetada al rostro humano,
siendo como fue la mayor hecatombe que jamás vieron los siglos.
No cabe duda del
incidente tan aterrador que se pergeñó en un plis plas, impensable para la estirpe
humana, no había palabras para expresarlo, siendo tan conmovedor y
apocalíptico que Asdrúbal no pudiendo contenerse vomitaba sangre a mansalva, vociferando
sin fuerzas y fuera de sí, ladrones, insensatos, bestias, ¿qué habéis hecho con
mi luna y mi mar?
Mientras tanto, se
movilizó toda la artillería pesada de astronomía del cosmos, analizando el
desaguisado con el mayor secretismo en sofisticados laboratorios para no
alarmar a la población, ofreciendo a cuenta gotas la investigación, dejando
entrever que fue algo que sobrevino como un rayo.
Se cernían sombras
de sospecha sobre unos asteroides kamikaces del entorno, una especie de hackers
troyanos, pero no dio apenas tiempo para reaccionar, comprobándose que no quedaba
ni rastro de ellos.
¡Cuán extraño todo aquel
escenario!, y más extraño aún que al escarbar en la orilla del mar ahora completamente
seco, no apareciesen pececillos muertos, caracolas rellenitas de arena, medusas
machacadas por las pisadas o esqueletos de estrellitas de mar, convertido todo en un abrasador desierto, habiéndose descascarillado la salada y sólida estructura
marina como un castillo de naipes y evaporado el líquido elemento, privándonos
de la blanca sonrisa en días de calma chicha, o en horas intempestivas de los fieros mostachones con ennegrecidos piélagos encrespados escupiendo enseres
de toda índole, condones, cadavéricos productos, compresas, cepillos de
dientes, prendas íntimas o troncos de árboles e incluso residuos nucleares.
Y abundando en tan complejo
y ominoso maremagno y otras raras disquisiciones, hacer hincapié en que no se divisaba
por ninguna parte la pálida y enamoradiza cara de la luna, a caso tuviese algo
que ver con el amor del que habla la copla, ese toro enamorado de la luna, que
abandona por la noche la maná...habiendo sido robada por el toro.
Ni tampoco relucía lo
más mínimo el azul del mar con los bríos acostumbrados, y no digamos los
niveles de contaminación en las arteriales Corrientes del Golfo, que deberían haber
estado debidamente marcados al milímetro por los doctores del tiempo para poner
freno a tales cataclismos, pero erraron en las predicciones de cabo a rabo y
nunca se sabrá si maliciosa o estrepitosamente, cobrando como cobran un pastón
por la labor de profetas.
No obstante habrá que
reseñar que, aunque parezcan elevados los emolumentos, no lo sean tanto por la responsabilidad
y el riesgo que entraña el exponer al mundo los veleidosos y pueriles juegos de
las nubes, presentándolo como algo atado y bien atado, cuando es de sobra
conocido que giran como veletas, y además llamando a cada cosa por su nombre,
turbulencia, chirimiri, orvallo, calabobos, cúmulo limbos, huracán Katrina,
Patricia o el fenómeno del Niño o La Niña llevándolos presurosos, cual palomas
mensajeras, a la parrilla de los medios de comunicación, turoperadores,
agencias de viaje o a cada hijo de vecino vía internet para planificar los viajes, siendo los ángeles del tiempo, huyendo de lo chapucero o del engreimiento
personal, buscando el bienestar ciudadano a toda costa, anunciando con antelación
la que nos espera, alertando de los peligros a fin de extender de la mejor
manera posible la hoja de ruta por tierra, mar y aire.
Hay que reconocer
que se le complicaba por momentos la existencia a Asdrúbal, al no tenerlas
todas consigo en cuanto a su objetivo, dado que ya de madrugada se destapó el
día con cara de pocos amigos, reventándole los sueños y las fibras más íntimas según
proseguía el viaje con el todoterreno, hasta el punto de que la madre
naturaleza y el corazón del sistema interplanetario lloraban como magdalenas, porque
les faltaba el espejo donde mirarse, la cara oculta y la visible de la luna, reguladora
de hitos cósmicos, mareas, bajamar, pleamar o convulsiones telúricas, siendo
preciso así mismo estar al corriente de las diferentes fases de la luna para no cortarse el pelo en luna nueva por el riesgo de contraer una galopante alopecia, o que se pierda de por vida el encendido alimento
de los foros poéticos de luna llena.
Por ende los cielos
y la tierra y la vena de los creadores languidecían de tristura, rabia e impotencia, sintiéndose como tetrapléjicos en
silla de ruedas.
Y no era para menos,
pues la frialdad de los dirigentes mundiales había desterrado de su dulce y
entrañable habitáculo a la luna con asesinas explosiones nucleares fulminando
las fluorescencias lunares con la trascendencia que se les atribuye, que actuaba como faro en las costas, guiando al corazón de los hombres y el tráfico marítimo,
alumbrando las faenas de pesca y los movimientos rotatorios en las noches del
tiempo.
¡Ay madre del amor hermoso, qué pesadilla, cómo soportar las noches sin luna hasta el fin de los días! ¿quién podrá vivir sin ver al bombón de oro pintarse los labios en el espejo del mar, y peinarse los cabellos de larga melena lunera, solazándose en la piel marinera después?
¡Ay madre del amor hermoso, qué pesadilla, cómo soportar las noches sin luna hasta el fin de los días! ¿quién podrá vivir sin ver al bombón de oro pintarse los labios en el espejo del mar, y peinarse los cabellos de larga melena lunera, solazándose en la piel marinera después?
La gente, enzarzada
en la tarea diaria, vivía ajena a todo, y entre tanto habían desaparecido de la
noche a la mañana tanto la luna como el mar, a caso yéndose cual niños traviesos con el
corazón partío, emulando a Romeo y Julieta cogidos de la mano al parque ante
la atónita mirada de los próceres astrólogos del globo y de la NASA, curtidos como están en mil batallas astrales, y para más INRI sin
haberse enterado el establishment, borrándose del mapa los ardientes misterios
del firmamento, la música astral y los valses lunares a través de los desplazamientos
interplanetarios por el espacio besándose entre sí, brotando celestiales
acordes beethovenianos.
Según avanzaba la
jornada, al caer las sombras por los campos, se supo que había sucedido todo en
una noche de verano por una avecilla que cantaba al albor.
Fue sin duda una noche aciaga, desdichada a
más no poder por los tejemanejes de los intereses creados, que eran los culpables
de la destrucción del universo, generando los agujeros negros, remedando a
personajes con ojos de alacrán y atravesadas cornamentas y mortífero armamento,
oliendo a fétidas cenizas, que se ensañaron con la tierna y mítica Selene,
llevándosela en volandas a través de las galaxias como el célebre rapto de
Helena.
Las investigaciones
siguieron su curso, dándole la mayor difusión posible al macabro evento a través de los
foros, habiendo pedido auxilio a todos los cuerpos de seguridad del mundo,
y haber puesto en órbita un cron atómico,
disfrazado de mensajería de Papá Noel volando por la cara oculta de la luna,
entrando por la puerta de atrás como vulgarmente se dice para no alarmar al
personal, y ni por ésas consiguió nadie una brizna de información fidedigna o algún chivatazo
de algún asteroide arrepentido que alumbrase el túnel o pasadizo para llegar a las
raíces de los ejecutores de tan salvaje magnicidio interplanetario.
Y si para algo
sirvió que Asdrúbal se asomase al mar en el caso que nos ocupa, hay que
felicitarse por su proverbial idea, porque la denuncia nos ha puesto al corriente
de la mayor conmoción que ha ocurrido nunca en el Cosmos, y a todo esto ¿qué
ocurrirá sin ir más lejos en los cielos creadores de los poetas o del violinista
en el tejado, los tétricos devaneos de Espronceda o los platónicos y
melancólicos de Bécquer en el salón del ángulo oscuro o en el Monte de las
ánimas sin luna, dormida en los renglones del pensamiento, así como tantos y
tantos compañeros tertulianos que cada noche se asoman al balcón de Europa o
del universo a pedirle un deseo, y al verla se inspiran y sueñan conquistas y
urdimbres de las Mil y una noches con lunas a la carta?
Porque sin luna no
podremos alunizar en rama alguna, ni en encantadas aguas ni posarse en los
pensares, y qué duro sería sobre todo por las noches sin ella, aunque sea roja,
verde, negra o de fría plata. Sin ella la vida se apagaría, sin luna apaga y
vámonos. ¿Y qué será de los hechizos, los flechazos?
El amor se desmayará como la flor rubeniana en un vaso, siendo arrojado al monte del olvido.
El amor se desmayará como la flor rubeniana en un vaso, siendo arrojado al monte del olvido.
¡Cuántas notas y
sentires duermen olvidados (esperemos que no para siempre) en sus cuerdas luneras
esperando, como Bécquer, una mano que sepa arrancarlos y darles vida!
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