El frío apretaba sin miramiento, impidiendo conciliar el sueño a Casimiro. Vivir por más tiempo en aquella especie de penal era de héroes. La frágil choza, que su padre había construido de forma provisional antes de irse a luchar contra los invasores, no ofrecía garantías.
Unos blancos armados hasta los dientes
habían llegado del viejo continente europeo a su territorio negro. Habían
desembarcado mientras dormían, dominando a los pocos días el país. Y al
despertarse Casimiro con sus hermanos más pequeños después de una noche de
perros, no entendía nada de lo que sucedía, sintiéndose solo y desconsolado.
El padre se fue con una vieja escopeta que encontró abandonada en el
bosque y el cuchillo que siempre le acompañaba para buscarse la vida, el pan de
cada día, debiendo enfrentarse con la fiera que se cruzase por los senderos, y
salió presuroso aquel día para defender a los retoños de los intrusos
dejándolos solos en el desangelado nido, al igual que las aves cuando salen a
por sustento para sus crías.
La vida allí era bastante dura. Y las hojas de los árboles caían en
tropel en tales fechas, casi a las puertas del invierno, que aquel año se
adelantaba al calendario nevando como nunca, y las hojas más rebeldes que resistieron
con los fuertes vientos fueron fulminadas ipso facto a la par que el ramaje que
las sostenía, desencadenándose a renglón seguido una horrorosa ciclogénesis explosiva
que tumbó casi todo, quedando la carretera de tierra de la aldea intransitable,
no pudiendo circular carruajes ni bestias u otros medios para desplazarse a los
diferentes puntos por necesidad, de modo que cuando apretaban demasiado las
clavijas no sabían qué hacer o adónde ir a pedir ayuda o algo que echarse a la
boca, y menos aún cosechar alguna alegría para superar los miedos.
La noche negra que vivió en el cobertizo Casimiro, el despierto zagalillo
de la familia, vino a despertar en él unos inesperados y tiernos vislumbres, en
consonancia con lo que le habían narrado los ancestros cuando se sentaban al
calor de la chimenea, y reparó en esos momentos en las vibraciones que le
sacudían, como si algún prodigio estuviese ocurriendo por tales fechas a miles
de kilómetros, y lo advirtió por los angélicos y milagrosos destellos de una
estrella, revelándole que una criaturita muy especial había bajado de los
cielos, no sabiendo lo que significaban tales palabras, ni los cielos ni la
estirpe del niño, aunque sospechaba que sería en un país lejano y situado en
las alturas, adonde sólo se podría llegar en cohetes interplanetarios, como los
que utilizaban los astronautas por el espacio, y nunca podría ir en camello o
burro, dándole mucha pena, sintiéndose harto consternado, dado que se conformaría
con encontrárselo en alguna loma cuando fuese a buscar tesoros perdidos entre las
montañas de basura traída de los barrios ricos de la urbe.
La nieve caía sin cesar, formando imprevistos diques y montículos por entre
los vericuetos, acrecentándose la incertidumbre de Casimiro por la tardanza del
progenitor, y llegaba a pensar que podía haber muerto en el cuerpo a cuerpo,
escapándosele una lágrima.
Y los
copos de nieve seguían sobrevolando sobre los campos y copas de los árboles configurando
un blanco manto, y generando una corriente de aire inmaculado, como si fuera a celebrarse
un desfile de ángeles, engalanándose el ambiente, brillando la naturaleza como
los chorros del oro.
De cuando en vez se cuestionaba Casimiro los espacios por los que se
movería su padre, y por qué tardaría tanto, cayendo las noches una tras otra
junto a los amaneceres, pero no aparecía por ningún sitio, pensando en lo peor.
Entonces Casimiro, que era el mayor, se vistió abrigándose lo mejor que
pudo, y salió en su busca atravesando montañas y valles, pero no vislumbraba
pisadas o muestras fehacientes del paradero.
El padre no volvió, quedando huérfano y sumido en una profunda depresión,
mas, según bajaba cabizbajo por las laderas de un cerro, oyó en una vaguada ciertos
mugidos, topándose al poco con un establo, y al escuchar unos susurros se asomó
por el ventanuco viendo a un niño recién nacido con sus padres y a un buey y una
mula.
Entró de inmediato en la estancia, y abrazó a San José y a la Virgen
María, entablando una emocionada conversación, preguntándoles de paso si sabían
algo de su padre.
Y con las mismas le ofrecieron un reconfortante refrigerio para reponer
fuerzas, siendo agasajado por tan insignes personajes, la Sagrada Familia al
completo. Quién le iba a decir a Casimiro que después de la frustrada búsqueda,
acaso como premio por su amor filial, iba a encontrarse nada menos que con el
Niño Dios.
Salió a la puerta del establo para que no se despertase, y junto con los
pastores que acababan de llegar entonaban villancicos, "A Belén pastores,
a Belén chiquillos, que ha nacido el rey de los angelitos"...
Los pastores fueron sacando del zurrón los regalos, queso, requesones,
calostros y yogures caseros, mientras que Casimiro se arrugaba contrariado por
no haber llevado algo, aunque fuese un sonajero, pese a no haber sido avisado.
Y saltaban todos contentos y felices sobre los níveos campos cantando, Gloria
a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buen corazón.
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