jueves, 16 de octubre de 2008

ELTEMA


EL TEMA


Ya tenéis el tema, lo tenéis todo, ¿de qué os quejáis? Basta añadir un trago de agua expurgada, un brindis a la primavera – esencial-, ardiente tinta de colores y un puñal negro para asesinar a los murciélagos del verdugo tiempo. Luego parar en seco, un raudo chequeo y plasmarlo en el papel. Eso es todo.
Lo siento en lo más hondo, mire usted, quizá retozo sin brújula, desbocado por los campos temáticos, nadando contra corriente, o me empeño en imponer mi piedra de molino, presentando partidas innovadoras, aunque destructivas; debo confesar que la caña de pescar no atisba hoy un tentempié, ni una monda de naranja que echar a la boca. ¡Si al menos mordiera migajas, una escuálida tortillita de camarones! Será preciso una bocanada de aire fresco, despejar el horizonte. Necesitaría abrir una cuenta a conciencia, suspirar por una mirada comprometida, solicitar un préstamo, un aval literal, un banco de vidas vírgenes, o ebrias de datos con mil desalinizadoras rubias o trasvases de personajes que apaguen la sed de sus gargantas. Y disponer de la pluma cuando me plazca, como despensa, en períodos de estiaje, y olvidar la carroña, la cuerda del ahorcado, disfrutando de bonanza; y del ataque de nervios a causa de un naufragio, por lo pronto, salvar los muebles.
Chorradas ninguna, perdone; si no hay tema, qué se va a hacer; pues no lo hay. No obstante, si inclináis una pizca la cabeza por la ventana quedaréis perplejos al columbrar los latidos de un sin vivir, la marea de almas que sube y baja, va y viene sin verse en la arena de los días, vidas ciegas, sin tino, de tantos y tantos tipos, destripados unos, armados hasta los dientes otros, masticando chicle inocente, mascullando jaculatorias -disculpe, el amor el último- por fervor, hambre, guerra, odio, muerte deseada –muero porque no muero-, o por la soledad.
No será ella la preferida en estas fechas, porque arrobado, arropado quiero vivir abril. Mas cómo lo aderezo; qué gestuario, con qué vestigios y beldades enhebrar el vestuario, las cadenas, las pulseras cordiales, los pendientes redondos, las pendientes deprimentes, los guantes, el aguante de los sentimientos, y hasta dónde estirarse para que no cruja el filamento de la expresión y reviente la tramoya montada.
No creo que sugiera usted como vacuna contra la alergia creativa el perfil perfumado de la campiña, el oleaje versátil de las flores, ni el verde lenguaje de las praderas, por horas, a la carta, con un menú a gusto del brillo del sol, y topar con el rubor de las aves apareándose cerca de una balsa, cual puro antojo de quien las amamanta, la madre natura.
La cuestión es palpitante. La solución sensata tal vez sea acudir al gurú, al médico de familia, o al entomólogo de barrio con sus cajas llenas, y descifrar el efecto mariposa, pues llegado a ese punto caótico tal vez vuele la fantasía muy alto, tan alto que la caída se difumine, se pulverice, o se acreciente aún más, si cabe, en las miasmas de la hecatombe.
La explosión de gas en la zona centro de la ciudad se llevó por delante un inmueble de diez plantas en construcción.
A la misma hora, el Vesubio vomitaba por los cuatro costados, inundando el área de los arrabales, y la corriente del río arrasó las viviendas del poblado, aunque los moradores pudieron por fortuna escapar de una muerte segura.
El efecto mariposa parece que minusvaloró las reglas lúgubres del juego, y el impacto del aleteo del otro lugar se frustró en parte, a juicio de los expertos, por un exceso de confianza.

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