jueves, 16 de octubre de 2008

Marcelo


-¿Y si se colocara una vídeo cámara en la fachada?.
-Parecería algo horrible, antiestético. Incluso las autoridades podrían penalizarlo. Un lugar de encuentro, de libertad, de creación artística, con…
-Se descubriría su fisonomía, su identidad.
-No pensarás que es un voyeur vocacional de escaparate, o de posaderas desnudas.
-Por la forma de proceder, lo etiquetaría como un letraherido; acaso un místico rescatado del hospital, donde hubiera permanecido internado por encontrarse con los sentidos suspendidos por un golpe de belleza, aunque reconozco que odio tal práctica.


No se sabe nada fidedigno sobre esta persona. Por los datos recopilados hasta la fecha, resulta poco probable desvelar sus huellas, sus andares, sin haber tenido antes un tropiezo, algún cruce de ideas, un breve encuentro en regla, moviéndose en su área de abastecimiento, como en un cásting para selección de modelos. Vete a saber si en este caso utilizó el nombre de pila, o un nombre artístico para preservar su imagen. Puede encubrir su fama, su alta clase de escritor, ya consagrado en los círculos literarios, o tal vez sus cuitas, celos, en un cúmulo tan inmenso como el “mar”, y de ahí sacar la primera parte del nombre –“mar”…-, y luego agregarle el sufijo –celo/s…-, percibiendo que su barca zozobra al escuchar historias, que se cuentan dentro de la Casa de las Palabras, y piensa que le pertenecen, que se las han robado; incluso que el protagonista es él en la historia, y que su amor lo desdeña, cambiando la auténtica trama. Y le vuelven la espalda, sin hacerle el menor caso.
Por ello, Marcelo persiste y porfía, colocando a hurtadillas, anónimamente, sus escritos. Cada día se sumerge en el proceloso mar de los celos, hasta tal punto que una espada de bronce pende sobre su cabeza y lo amenaza de muerte, no pudiendo sacudirse la pesadilla, Y pasan los meses y las tertulias, y sigue tragando, desesperado, moribundo, sus gigantescas piedras, sin piedad.
Cuando pisa la calle, una fuerza superior le empuja a contactar con la persona que adora, pero, al parecer, siempre se le adelanta en el horario durante el recorrido y cuando intenta abordarla ya se encuentra en el interior del recinto. Al llegar al umbral del local una oscura nube le cubre el cerebro y se convierte en una inmóvil estatua, y se le paralizan los párpados, los ojos, la lengua y extremidades inferiores; únicamente consigue a duras penas depositar furtivamente su trama en el alféizar de la ventana.
Sin embargo, su talante y maneras apuntan a que el nombre signifique un ameno oasis, un cielo de mar, un mar de c/i/elo, algo celestial, por donde se navega sosegada y felizmente.
Por el trazado de las grafías, aplicando la teoría del grafólogo, se vislumbra un dilema difícil de escrutar: celos, o cielo. La parte primera –la sílaba mar- está archidemostrado, por los sinuosos trazos que presenta, que significa “vida”; por el oleaje, la mar revuelta, las corrientes, los golpes de mar, la cresta de las olas, los ceferillos marinos envueltos en blancos vuelos de aves sacudiéndose el agua, y arribando a la orilla, al fin del viaje, botellas con misteriosos mensajes, que a través del mar, entre cielos y celos, aparecen con la resaca, vomitándolos en el buzón de las palabras con los corazones bronceados al sol de sus rayos creativos. Todo un éxtasis.
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No es un asunto baladí; en el fondo hay mucho que desgranar. El universo es inmenso. No hay mente ni artilugios que posean la facultad de deslindar todo cuanto se encierra en las profundidades marinas, en sus hondas aguas, o es transportado por las corrientes sobre la superficie..
Pero admitiendo el enorme desconocimiento que habita en el ser humano en general, y sobre los mares y océanos en particular, es una minúscula mota de lo que desfila por la mirada de una persona, de un individuo cualquiera, y no lo iba a ser menos el caso de nuestro íntimo, virtual y admirado Marcelo, con sus papeles en regla según la gramática, escritos de su puño y letra, firmados con sus huellas, y el aliento plasmado en la cuartilla que deposita en los senos de las palabras, de incógnito, por supuesto, pero por la forma y el sigilo y la solemnidad de sus apariciones clandestinas, demuestra atesorar en el subconsciente miles de noches de cuentos, de misterios, en mayor proporción que todos los mares y océanos del cosmos juntos.
El otro día colocó los folios en el mismo sitio que esta semana, y por qué no decirlo, él anhela continuar su historia, sus relatos, su doble vida de personaje, y sus contactos con la casa de las palabras. El está convencido de que allí las palabras viven, saltan, respiran, toman cuerpo, se enamoran, es decir, encuentran pareja, matan la soledad…y él, sabedor de estos secretos a voces, lo deposita allí con todo cariño, a la luz de la luna, en el dulce silencio de su noche.
Pretende que lo conozcamos, que le compremos su libro oculto, pero antes desea cerciorarse de que nos ha convencido del realismo de sus historias, y por ende salta a la otra orilla, construyendo un puente con nosotros, un puente tímido, pero consistente, y adornarlo de parabienes, de perfumes joviales, de inconmensurables suposiciones ciertas…
Marcelo, nos estamos apoderando de tus pensamientos, de tus oquedades, de tus ubérrimos campos enigmáticos, donde germina la semilla de la intriga, de la imaginación. Esos crujidos que duelen, auténticos suspiros reprimidos, que son los que tú nos ofreces. Te hallas más dentro de la casa que nosotros, aunque te veas fuera.
Eres dueño de tu agenda, de tus silencios, de tus despedidas, de tus miradas, en cambio nosotros hemos sido pasto de las llamas del ambiente que has generado, de tu urdida curiosidad, de tus miradas furtivas, fisgando en la puerta o en la ventana, cuando hacemos nuestras necesidades.
Has levantado unas expectativas preciosas, un jardín de delicias, hasta tal punto que a veces por tu culpa retornamos a la infancia, cuando jugábamos a los secretos, a escondernos detrás de la chica de la escuela cuando iba a orinar sus pensamientos, y nos has puesto el pantalón de chavales, de plenas lunas, rojas…
Tal como éramos.

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