viernes, 17 de octubre de 2008

LA BÚSQUEDA


Cual náufrago surgido de negras y confusas aguas, sin alas para volar ni unos brazos que se dignen acogerlo en su seno, así respiraban las malheridas fibras de Arturo. Sus expectativas semejaban flores heridas suspirando en delicioso jardín, de tal suerte que no atisbaba el norte en su caminar, un resquicio de luz que lo alumbrara por el mar de la vida; e iniciar la marcha hacia lugares de autoestima, un hogar confortable, al abrigo de los seres queridos, sentado contando anécdotas, historias tras el fuego de la chimenea, donde poder abrazarse y conversar en la intimidad con los suyos, desplegando sin temor lo mejor de sus facultades innatas.
Se sentía impulsado a recabar datos que le indicaran vías de acceso a los caóticos orígenes; instalarse en parámetros sólidos, al objeto de proyectar con justificadas alegaciones un currículum vitae sugestivo, libre de inclemencias sociales, enterrando por completo toda sospecha de filiación bastarda.
En los vaivenes del pensamiento se le mezclaban estimaciones de diversa índole. Había días en que el cerebro, en un arranque de rabia dentro del río revuelto, se inclinaba por su concepción a través de técnicas ginecológicas avanzadas, de ahí la dificultad que encerraba el descubrimiento, -tales como, inseminación artificial, fertilización in Vitro, transferencia de gametos o embriones en la trompa de Falopio, o inyección intracitoplasmática de espermatozoides en óvulos, entre otras…-, sin llegar a decantarse por ésta o aquélla en concreto debido a la precaria información de que disponía, lo que disparaba al infinito las punzantes pesadillas.
En determinados momentos en que le hostigaba la zozobra, sopesaba el peso de la teoría científica sobre la procedencia de los humanos, bebiendo con fruición en las fuentes de Darwin, rastreando argumentos por inverosímiles que pudieran parecer, que ilustrasen de manera viva y directa su genealogía; se cuestionaba hasta qué niveles razonables de consaguinidad llegaría, si poseía sucintos vínculos que lo ubicaran en los mismos peldaños del simio, por ajustarse sus moléculas al cien por cien a los cánones darwinianos. A veces elucubraba si, en alguna etapa de su existencia, compartió techo y comida y pasatiempos con ellos en la misma jaula, o acaso, por designios del destino, en un súbito descuido, se infiltraron genes de algún díscolo extraterrestre en su enigmático organismo.
Una noche, Arturo percibía en el ambiente aires de fiesta, sones alegres de parejas bailando felices, y le sugerían reminiscencias de antaño, en que a sus padres le hubiesen acaecido sucesos amorosos semejantes, pinceladas de puestas de sol ardientes, y corrieran la misma suerte; presagiaba húmedas conjeturas de tierras remotas, o de una plácida playa perdida en el recuerdo, silbándole dulcemente al oído, sin apenas perseguirlo, y ello le regeneraba el sufrido corazón, expuesto a la intemperie de cualquier farsante postor.
En la frenética búsqueda por el atlas de la memoria Arturo, harto de trapisondas y de engullir enrevesados sofismas sobre su persona, de forma sesgada o soterrada, mediante sutiles romances de ciego - que lo ven casi todo-, o resolutivos haikus, o solemnes chirigotas satíricas en carnaval por calles y plazas, impregnados todos ellos de truculentos comentarios, y, ante tanto elemento vomitivo, tomó una determinación. Se hocicó de repente en el lodo bíblico de sus cimientos, sin importarle que crujieran las sagradas escrituras, las propias estructuras, golpeadas por las airadas corrientes que anegaban sus sentimientos, y se echó de bruces en las faldas de la madre naturaleza. Sin pensárselo dos veces, se lanzó a los mismos infiernos del océano, sorteando escollos de todo tipo, cual anónimo habitante marino. Se propuso descascarillar su cadavérica existencia, pedalear a los veneros del nacimiento, paladear a toda costa el licor tierno del cariño familiar, sin turbarle la sangre que derramara por alcanzarlo, pateando cuevas, cimas, los senderos más inverosímiles y extraños; anhelaba peinar, en mitad de su desamparo, esperanzas nuevas, fundadas, y tocar el cielo que le habían robado nada más pisar el planeta, fuera del vientre materno, con la yema de los dedos.
Estudió la dirección del viento que soplaba, los pulsos de las danzas, los desaliños en el tren de aterrizaje de su cuerpo al tomar tierra en el universo de los vivos, y averiguar -pensaba- con exactitud cuándo la madre lo parió, y no hallaba una respuesta contundente. Ignoraba los verdaderos motivos del ocultamiento de su presencia, si fue una criatura no deseada, o una osada metedura de pata por su parte, que hubiera eclipsado el fulgor de los progenitores, apagando su buena estrella.
Intentó perforar por la fuerza la dura corteza del problema, tocar fondo en los angostos entresijos, dejándose caer por las cochambrosas y escurridizas sábanas del abismo. Las vigilias sombrías que lo envolvían, lo abocaban imperiosamente a picotear en los excrementos, a buscar sustento para seguir soñando, y allí donde oteaba un rumor robusto y claro, echaba el ancla a la espera de que llegase una paloma con un mensaje en el pico, o una botella con un secreto llevada por las olas, y le desvelara las razones de su pena, y por qué diablos se encontraba maniatado, condenado sin remisión a la guillotina, al darse a la fuga los más allegados, sin dejar siquiera una leve estela, cerrando a cal y canto pistas y portones.
Si al menos recibiera Arturo misivas clandestinas, prometedoras citas, nubes cargadas de sonrisas, y no ya por el hecho de tratarse de Arturo, si no por el bien de los propios engendradores. No obstante sería una prueba fidedigna de magnanimidad, que, a la mayor brevedad posible, se despojaran de la máscara, que saliesen del escondrijo siniestro, armario o caverna o palacio, y desnudaran el alma en mitad de la encrucijada a pleno sol, y dar a luz la versión de su perniciosa y fugitiva conducta, los subterfugios o juegos maquiavélicos que colgaron en la red.
Y sobre todo, no bajar el telón ni apagar las luces sin plantar antes con mimo el árbol de todo un príncipe destronado, con limpias y transparentes raíces genéticas, dotándolo de las armas oportunas para afrontar airoso los ásperos avatares de su historia personal.



VA DE USTED

Aunque se parezca al brindis de Manolete el epígrafe, tan retador y solemne, discurre por otros derroteros, ya que de lo que se trata es de bajar al albero y coger por los cuernos a la propia palabra, un toro con mayúsculas, palabra, y torearla como Dios manda, con el engaño reglamentario, y si es miura mejor, ahogándola en orgías creativas, pero antes vestirla de picardía, picarla, banderillearla, besarla a traición, darle pataditas en el culo como el salto de la rana, hacerle burla cuando se peina provocativa en el espejo o usa peluca versallesca; vestirla de monja, de guardia civil, de quijote, de don Juan, de punta en blanco, de puta pegajosa o de otro cantar; bien de novia amenizada con la marcha nupcial, o llevar manojos ya hechas al huerto deseado, y hacerles allí el harakiri, liándose la manta a la cabeza y darles un revolcón en la herida arena de la plaza. Y separar el trigo de la paja; trigo limpio para elaborar pan bendito, o churros calentitos, buñuelos, mantecados, tortas o polvorones de virginidad conventual con el visto bueno de doña Inés. A buen seguro, un certero olfato mercantil para la efemérides en puertas.
Luego, arrojar ecos, voces de ultramar por los acantilados de Maro al mar. Como en una corrida de auténticos toros, la introducción al paseíllo, el nudo de la tragedia del personaje, animal enfurecido, y el sangriento desenlace de la faena con el bicho arrastrado por muletillas; los aplausos de párrafos en el transcurso de la pelea, literal o connotativa, brillando con luz propia la muerte del protagonista –el toro- en el lecho después de seducir a Dulcinea en palacio. Exigir reses sin afeitar, al natural. Recién salidas de la dehesa de la mente e incrustarlas en el asunto; y el brindis al público con la montera en los medios entre subalternos, verbigracia, la tele, la radio, o sublimes foros de gloria en los mismísimos cielos. Y al aliño de la trama que no le falten los celos.
Pero cuidado, no se confunda. ¿Usted qué se ha creído?, aduce que puede hacer lo que le apetezca, engañando al auditorio, sacando bolsas de pipas sin pelar, rojas, negras, ensangrentadas, como palabras mensajeras de la chistera, cuando quiera. No está en sus cabales, tío, o a lo mejor sí, vaya usted a saber…
Baje del pedestal, de ese púlpito banal, acaso venal, y déle realismo a la escena. Ya está bien, hombre. Al pan, pan y al vino, vino. No pierda el seso con monsergas de mastuerzo.
El otro día usted se exhibió desnudo en las cristalinas aguas de Cantarriján como un cantamañanas, en vez de bañarse en ríos de palabras, y pescarlas con don de lenguas, como gato panza arriba, a mordiscos, dialogando en entretelas con ellas, y con el anzuelo del corazón llenar el canasto, pero no ha picado ninguna, según dice, y si me tira de las narices le diré que no se mojó el culo, no le dio un palo al agua, se aprovechó de las circunstancias de la corriente creativa. Aires de pasota. No jugó limpio; si le aplicasen la prueba del algodón.... a ver…
No tuerza el hombro desentendiéndose de la feria de los cuentos, de los giros sintácticos, de las fantasías sazonadas, enturbiando el fluir de la corriente apalabrada.
Deje de hacerse el gracioso. ¿Hasta cuándo vendrá a la casa de las palabras con la cremallera en la boca?; desde hoy en adelante verá el rótulo pintado con letras negras y ribetes de oro sobre el mármol, R.I.P.
No elucubre con puzzles cicateros, jerigonzas barrocas, o caligramas de paladines estrechos. Si sigue por esa trocha le triturarán rabiosos los dientes de los personajes que aún no rezan en este mundo, ni retozan en verdes campiñas –negro papel en blanco- gestando peripecias, urdiendo acontecimientos allende los mares, o silbando entre dulces violetas, envueltos en torbellinos sin cuento.
Actúa usted como un avaro empedernido, sesteando entre mieles mesiánicas de espaldas al destino, cobijado en los flecos de la farándula de los otros, saboreando palabras robadas, entrando y saliendo de la gruta literaria como pedro por su casa, disfrazado, con el carro hasta la bandera como vil delincuente, sin la aquiescencia del creador. Usted no se merece ver el desfile de estrellas por la gran Avenida de Andalucía, y menos por calles metálicas, con campanario de Bronce en forma de once.
En consecuencia está soterradamente sisando minúsculas cantidades, sílabas sordas, esdrújulas, ardientes, soporíferas, sonoras, polisílabas con modales pizpiretos, salidas de tono, incluso poliándricas, cultivadas en campos de talento con aromas de pitiminí. Pero usted quiere apoderarse de la textura, de sus faralaes, de su lengua de oro.
¿No le parece deprimente acudir a un coto privado sin aval, bien como militante de ONG de causa justa, por ejemplo, y, sin comérselo ni bebérselo, pretende vivir de las rentas, de su aliento, y exprimir el zumo de su fruto?
¿Hasta cuándo de brazos caídos, por desfiladeros del Oeste, descarnados parámetros de derrotados? Usted erró. No dé más vueltas. Recapacite. ¡Cuánta desidia, cuántas tardes ágrafas, arrugadas, ni chicha ni limoná!.
Deje de revolcarse en el umbral de la Casa de las palabras, en la silueta de su cuerpo, en los bordados del léxico, escupiendo en su suelo, provocando desconchones en las esquinas del hipérbaton, en los pilares peninsulares que las sustentan.
Hay que tapar grietas, reforzar tabiques, apuntalar techumbres, construir muros, levantar columnas, y echar leña al fuego de la chimenea en connivencia con las musas, sin menoscabo de la meditación trascendental. Sembrando consonancias y asonancias cortesanas o plebeyas, y en días de turbión, si es menester, cascajos, ripios o ritos lúbricos, ancestrales, serios.
¡Con el zumbido atronador de palabras que se escucha en tal mansión! Una casa hecha grano a grano, ladrillo a ladrillo, palabra a palabra, paso a paso, amasada con latiguillos y lexicones de tinta de hormigón.
Tantas grietas no se pueden aguantar. Hágase cargo, y piense que la “Casa de las palabras” es una criatura como las demás, y circula por las venas de sus moradores una savia convulsa, escrita y leída en torno a un fuego oral.
Días vendrán en que se pondrán morados con el vinillo de los vocablos y los rimados de palacio mezclados con el rimel sobre el papel, versos y prosas, sólida o sórdidamente, en un diáfano o lúgubre discurso, sorteando controles de alcoholemia a las puertas del Valle de Josafat.

1 comentario:

Franjamares dijo...

¡Enhorabuena! Pepe por este blog lleno de fresca literatura. Sólo es cuestión de tiempo que los miles de lectores de la red lleguen a descubrirlo; para ello pondré la entrada en el mío, algo es algo.
Adelante y que no falte el agua de las palabras.
Un abrazo.