viernes, 31 de octubre de 2008

Eso es peligroso


Si se le ha perdido una bolsa con llaves, la puede recoger en el 5º-2”, se podía leer, según se entra de frente desde la calle, en la pared junto al ascensor del edificio comunitario y en su interior. Un escueto y frío rótulo de sopetón, en tus mismas narices. A simple vista su significado era algo rutinario, de andar en chanclas por casa; es decir, gajes del oficio, acaso la pérdida de la mochila de un adolescente cualquiera que va distraído, una persona mayor a pique de despeñarse por el acantilado de la memoria desprovisto de recursos mnemotécnicos, a lo mejor una proeza infantil o las cenizas de una noche de halloween. No cabe duda de que el hecho en sí no induce a moverse por extraños vericuetos. Eso es cierto. El hallazgo, si ocurriese, se podría festejar por todo lo alto, con la grandeza mágica y la chispeante alegría de que uno sea capaz, como si estuviera en la contemplación de una inolvidable noche de fuegos de ensueño.
Ahora bien, si se reflexiona incluso en la superficie, al instante vienen a la mente divergentes opiniones e interrogantes, que conforme se profundiza en ello, da que pensar.
No conviene infravalorar la faz del escrito anónimo, que aparece con “un no sé qué” que es preciso destripar, antes de entrar en el sancta sanctorum indicado. ¿Alguien sabe si el mensaje era una coartada para sus fines secretos? ¿Era la clave acordada, el código privado que idearon los responsables?
La incertidumbre merodeaba por los meandros del suceso. Las respuestas, algunas casi terroríficas que en el planteamiento inicial se podían enhebrar, y lo son por su transparente ambigüedad, que resquebrajan totalmente su incolumidad no teniéndose en pie.
Si por un casual en el 5º-2 se alojase un caníbal, que respondiera de la autoría del mensaje, mentiría, no diría que es caníbal como es natural, recibiendo mansa y melifluamente a quien le abriera la puerta del piso preguntando por la bolsa extraviada; si fuera un delincuente, en el momento de echarle el guante encima le desvalijaría si llevara algo de valor, o podría secuestrarlo in ipso facto, o vete a saber si fuera refugio de células durmientes prestas para cometer un zafarrancho de combate, una matanza, aunque no intentaran remedar a Herodes, decapitando a todo bicho viviente, destructores de Alá, porque se burlasen de su doctrina, y cada quisque sería reo de muerte.
No obstante, la información que se traslada a la comunidad de vecinos normalmente reviste la mayor objetividad y detallismo, por ser algo compartido, de las familias, de padres e hijos. Todo enfocado, cómo no, para el bien común, y encaminado a una inmejorable convivencia, llena de confianza y sensatez.
Pero aquella noche la situación no estaba para fuegos artificiales. La caligrafía firme pero rigurosa no casaba con el calor y el color de la letra; no sabía cómo explicar la débil fiabilidad que ofrecía el rótulo. Él consultó el reloj, marcaba las ocho menos diez. Una hora fecunda, pensaba, ya que te permite realizar distintos proyectos de la agenda, o, al menos, el que más te apetezca en esos momentos.
Leyendo más detenidamente el aviso, se observó que algunas letras presentaban arrugas, atisbos de burla, como disfraces, mitad máscaras, mitad tachaduras disimuladas sutilmente, con maestría, grafías misteriosas. No se sabe a qué obedecían tales componendas, que incluso te apabullaban; a lo mejor era puro espejismo, y trabajaba a mis leguas de la realidad el poder de la imaginación.
No se prolongó demasiado el estado de ansiedad en que cayó el visitante del edificio, y se aproximó a la cuarta planta, antes de arribar a la 5ª, con intención de inspeccionar los aledaños del centro enigmático. Vislumbró que un vecino llegó, entró y nada más se supo. En la estancia apenas se oían ruidos o leves movimientos que levantaran sospechas.
Desistió y descendió a la primera, alejándose de la quinta. Salió a la calle a respirar. Puso tierra de por medio, no se fiaba ni de su sombra. Aunque la curiosidad y la intriga le forzaba a ello. Al cabo de un tiempo, llegaron al portal unos afables y atractivos personajes, con faldones, luengas barbas, generosas alopecias, con aspecto de gurú, estampitas, raros utensilios, simulacro de rosarios, botes de exóticos perfumes, y distintas cuerdas retorcidas, dando parabienes, golosinas, casi bendiciones, como cristianas bulas a los que se cruzaban por el rellano.
A pesar de que esa fantástica noche podía gozar de las explosivas carcajadas de colores con los fuegos artificiales, incluso en su misma zona, renunció y volvió de nuevo a la cuarta planta, a saciar su curiosidad y abandonar de un salto el laberinto en que se hallaba.
No transcurrió media hora de la llegada de los gurús, cuando comenzó a salir un olor fétido del piso. No era de morcilla ni cebollas de matanza, pero los hervores exhalaban sensaciones desconocidas, como de carne humana cociéndose en alguna destartalada y gigantesca caldera, las que se utilizan en los cuarteles para el rancho de la tropa.
"Eso es peligroso", el seguir una flecha, una notificación sin ton ni son, hay que andar con cien ojos en esos casos, dice la voz de la conciencia. Aunque depende de la estrella que te guíe, dirán otras voces, porque la de los Reyes Magos les condujo nada menos que a la casa de Dios, el portal de Belén, donde estaba el niño Dios hecho hombre, todo un hombre, y si hubiesen desconfiado de la información, habrían pasado por este mundo, y no digamos por el otro, sin pena ni gloria, o al revés, sin gloria, y las penas eternas del infierno, vaya usted a saber, podrían haber acarreado cadena perpetua a los Reyes Magos, al desconfiar de las señales divinas, y allí no se reducen penas por buen comportamiento, lo llevan tatuado per se entre las ánimas benditas, a rajatabla, de tal forma que ni el fuego eterno los quema de repente, sino paulatinamente durante toda una cansina eternidad. También puede suceder que la desconfianza obligue al interesado a introducir el dedo en la llaga, allí donde habita el peligro, lo cual es aún más perjudicial si cabe, porque el que ama el peligro y se acerca perecerá en él, dice el proverbio.
Entonces, qué hacer, habrá que encontrar el término medio, o no buscar ninguno, y encomendarse a los designios del Todopoderoso.
En cierta ocasión, ocurrió que unos terroristas colocaron un falso cartel, donde decía, “accidente en la carretera, conductor malherido, por favor, necesita traslado urgente a un hospital”; un alma caritativa se apiadó, y cuando llegaron al centro hospitalario, maniataron al conductor que prestaba auxilio con uñas y dientes al tronco de una gran higuera cargada de brevas. Allí estuvo hasta que Dios quiso hacer el milagro.
Se perdió el buen samaritano esa noche los espléndidos fuegos artificiales de San Juan.

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